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Varias personas visitan la Neocueva de Altamira, replica milimétrica y exacta de la cueva original de Altamira, en Santillana del Mar, Cantabria.EFE

Altamira, allí donde nació el arte europeo

Altamira atesora más arte rupestre del que se conocía hasta ahora

El reciente descubrimiento de nuevas figuras y grabados paleolíticos en la cueva cántabra de Altamira (Santillana del Mar, Cantabria) constata el enorme potencial que para los investigadores y también que en las distintas galerías hay mucho más arte rupestre del que hasta ahora se conocía.

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Como la directora de Altamira, Pilar Fatás ha asegurado recientemente a EFE, estos descubrimientos suponen «abrir una puerta» a seguir conociendo el pasado."Y también cómo eran aquellos seres humanos primitivos que habitaron y pintaron los techos y paredes de la cueva durante al menos 36.000 años". Nuevos hallazgos y resultados que se enmarcan en la investigación ‘El primer arte de la Humanidad, la cueva de Altamira' que " ha permitido documentar 33 figuras, representaciones de animales, como ciervos o un «posible» caballo, en su mayoría grabados muy finos, parte en color rojo y otras zonas en carbón negro, publicados en la revista del Instituto de Prehistoria y Arqueología ‘Sautuola, señala la arqueóloga.

Quien señala además que según los nuevos hallazgos "estas manifestaciones gráficas comenzaron en la segunda mitad del Gravetiense (entre hace 32.500 y 24.500 años a.C.).Y lo hicieron con una actividad gráfica muy puntual, centrada en el grabado y figuras de trazo muy simple".

A su juicio, Altamira tiene aún «muchísimo potencial» para los investigadores. Y si bien hasta ahora su trabajo se encontraba muy limitado por el acceso restringido a la cueva original debido a razones de conservación, en los últimos años esta situación ha cambiado gracias a la mejora de las tecnologías.

Reconocimiento de autenticidadEn 1902, en un gesto de honradez intelectual, Cartailhac publicó su famoso artículo: "Les cavernes ornées de dessins. La grotte d’Altamira (Espagne). Mea culpa d'un sceptique", donde reconocía la autenticidad de las pinturas de Altamira, y desde entonces se convirtieron en el legado más impresionante del arte rupestre europeo.

DEL ORIGINAL A LA RÉPLICA

A la Cueva de Altamira en la localidad cántabra de Santillana del Mar (España) le corresponde el privilegio de ser el primer lugar en el mundo en el que se identificó la existencia del Arte Rupestre del Paleolítico Superior, un descubrimiento sorprendente por la calidad de sus pinturas y por la magnífica conservación de sus pigmentos.

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Las pinturas del interior de la cueva fueron descubiertas en 1879, pero la comunidad científica de la época, muy reticente a admitir que el hombre primitivo fuera capaz de realizar una obra de tal belleza y complejidad, tardó veinte años en aceptar su autenticidad.

Lo que el público ve es una réplica exacta en tamaño y calidad a la original. Se trata del Museo de la Cueva de Altamira, en un lugar muy cercano a las originales donde todo está milimétricamente calcado del original, conocida como la Neocueva, una réplica exacta de la cueva, ya que la cavidad original tiene el acceso restringido desde 1974 y desde 2002 permanecen casi totalmente, a cinco personas a la semana, elegidas por sorteo debido a criterios de conservación. Existe una larga lista de espera, que actualmente está cerrada, nos informan, puesto que el periodo de espera llega hasta 2035.

DON MARCELINO SANZ DE SAUTUOLA

Cuentan que en 1868 un vecino de la pequeña localidad de Altamira, entró en una cueva donde había entrado su perro. Se llamaba Modesto Cubillas y era aparcero de Marcelino Sanz de Sautuola, propietario de tierras y licenciado en Derecho y persona de múltiples inquietudes, biología y la arqueología, disciplina que daba sus primeros pasos.

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Poseía don Marcelino una gran colección de fósiles y sílex tallados, y seguía todo lo que se publicaba en Europa relativo a este campo. Este interés le llevó a visitar Altamira y a viajar a París para visitar la Exposición Universal de1887, una estancia que le movió a explorar varias cuevas cercanas a las localidades donde residía entre Santander y Puente San Miguel, ésta última muy próxima a Santillana del Mar, en cuyo término se encontraba la cueva de Altamira, a la que volvió entre el verano y el otoño de 1879, pero ésta vez acompañado de su hija María, de ocho años. 

Mientras él, exploraba agachado el suelo en busca de huellas del pasado paleolítico, la pequeña María, que si podía estar en pie se entretenía iluminando con la lámpara que portaba iluminando la bóveda penetrando en la cavidad donde se encontraba. Hasta que exclamó: "¡Mira papá, bueyes pintados!". 

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