El auge y caída de Jordi Pujol

Fue el político más influyente en España. Como presidente de la Generalidad de Cataluña se impuso a diferentes presidentes del gobierno. Hasta que anunció que había evadido capital. Y entonces se derrumbó el teatro que había construido durante toda su vida.

Se ha dicho casi todo acerca de Jordi Pujol y Soley. Considerado como el padre del nacionalismo catalán contemporáneo supo mezclar un catalanismo populista con un gobierno autocrático, sin resquicio a la disidencia. Mientras ocupó la presidencia del gobierno regional catalán no se movía una hoja sin que diera el visto bueno.

Desde la contratación de un simple locutor de deportes a la autorización a una multinacional, todo pasaba por su mesa. Omnipotente, protector eficaz y encarnizado enemigo, llevó a cabo un plan de ingeniería social para convertir a la población catalana en nacionalista.

Sin Pujol no habría existido el movimiento separatista que desembocó en la mal llamada consulta del 1 de octubre de 2017 ni la proclamación de la felizmente frustrada República Catalana el 27 de octubre del mismo año.

Con una biografía extensa, de recibir en 1984 el premio Español del Año que concede el diario ABC pasó a ser referente de los que intentaron romper la unidad de España. Era astuto. Supo convencer al presidente socialista Felipe González para quitarle de encima la losa que suponía el escándalo financiero en el que Pujol estaba implicado, el caso Banca Catalana. Pujol, hábilmente, lo reconvirtió en un ataque a Cataluña.

Biografía. Jordi Pujol y Soley, Barcelona, 9 de junio de 1930. Político y empresario. Activista catalanista en el franquismo, llegando a estar condenado a cárcel. Fundador de Banca Catalana, entidad que acabará en quiebra e investigada por la justicia. Funda Convergencia Democrática de Cataluña. Presidente de la Generalidad de 1980 a 2003. Bajo su mandato se instaura en Cataluña una dictadura blanca en el que todo el poder lo acumulan él y sus correligionarios. La corrupción institucionalizada es una constante a lo largo de sus gobiernos. Al final, acabó por confesar que era evasor de capital. Tarde.

“¡El Gobierno de España ha hecho una jugada indigna!”, gritó en el balcón del Palacio de la Generalidad a miles de seguidores que, ya para siempre, identificarían a Pujol con Cataluña. Fiscalía se tragó el sapo y Felipe supo que tenía a un aliado siempre que le dejase las manos libres en Cataluña. Porque Pujol vendía a peso de oro el voto de los diputados que Convergencia y Unió tenía en el Congreso de los Diputados español. Lo mismo pasó cuando le tocó el turno a Aznar, del Partido Popular. Pujol consiguió que suprimiese los gobernadores civiles, el servicio militar obligatorio y cesase al líder popular en Cataluña, Alejo Vidal-Quadras, bestia negra del pujolismo. Para conseguir acumular tanto poder es preciso estar hecho de una pasta especial. Buceemos en la trastienda personal de Jordi Pujol para conocerlo mejor.

El hijo de Florenci Pujol

A Pujol le gustaba presentarse como un pagesot, un campesino, fingía interesarse por la gente y gracias a su memoria fotográfica podía conocer a una persona y, años más tarde, saludarla por su nombre sin fallar jamás. Supo construirse una leyenda de hombre del pueblo a la vez que culto. Al ser educado en la escuela alemana de Barcelona – en los años del Tercer Reich – hablaba un alemán perfecto, dominando también el inglés, el francés y el italiano. Con esa doble vertiente de hombre sencillo pero altamente preparado, Pujol se construyó una falsa leyenda como patriota.

En el interesantísimo libro ‘Pujol: todo era mentira’, escrito por Manuel Trallero y Josep Guixá, editado por Almuzara, se destapan las invenciones del nacionalista catalán que durante décadas sostuvo que, siendo un crío, visitó una masía, una casa de campesinos, en ruinas y que ahí tuvo una visión. La masía en ruinas era Cataluña y él estaba destinado a salvarla. Pura invención.

Si le mortificaba que la alta burguesía catalán lo considerase al inicio solo como el hijo de Florenci, un simple bolsista sin pedigrí, supo resarcirse cuando llegó al poder. Nos lo imaginamos entrando en el Círculo Ecuestre, el Fomento del Trabajo o el Círculo del Liceo, paradigmas de la clase dirigente catalana, con paso firme y mirada despreciativa hacia aquellos que sabían que no formaba parte de las trescientas familias que gobiernan la economía catalana hace siglos.

Los Güell, los Godó, los Millet – un integrante de esta saga fue protagonista del Caso Palau en el que se condenó a Convergencia por financiarse irregularmente con dinero del Palau de la Música Catalana -, los Trías, los Mateu, en fin, los amos claudicaron ante aquel César del que dependían sus patrimonios.

Todos pudieron proseguir con sus pingües negocios, amparados por la poderosa mano de Pujol. Pero la corrupción se había institucionalizado en la administración catalana.

Pascual Maragall, socialista, lo espetó en la cámara catalana: “Su problema es el tres por ciento”, en alusión a las mordidas que se llevaban los convergentes, un secreto a voces del que nadie se atrevía a hablar. Tan grande fue el escándalo que Maragall tuvo que rectificar. Pero todo llega a quien sabe esperar.

El marido de Marta

El pujolismo estalló un 7 de julio del 2014. El diario El Mundo publicó que la familia Pujol tenía cuentas en Andorra y que del    9 de diciembre de 2010 al 4 de enero de 2011 se habían registrado ingresos por 3,4 millones de euros. Un hijo de Pujol, Oriol, destinado a sucederlo, dimitió de todos sus cargos y entregó su acta de diputado, afectado también por otro escándalo.

Diez días después, Jordi Pujol redactaba un documento en el que reconocía haber recibido un legado económico de su padre y que ese dinero lo tenía en el extranjero hace veintitrés años sin decírselo a Hacienda, encargándole a una persona de confianza que lo administrase.

Ni la hermana de Pujol sabía de ese legado, esa deixa. La caja de Pandora se había abierto. Los negocios de la familia Pujol, controlados por su esposa, Marta Ferrusola, empezaron a aflorar y la justicia se interesó por ellos.

Tras dos años del procesamiento a la familia Pujol la causa no se ha juzgado. Marta Ferrusola no podrá declarar debido a su estado de salud y a Pujol padre será difícil verlo en el banquillo por sus 92 años y haber sufrido un ictus. Lo que retrata de cuerpo entero a este hombre es que, sabiéndose sus tropelías económicas, el sistema de corrupción que creó, su confesión como evasor de divisas o la tremenda fractura social que ha causado su ideario todavía se pasea en olor de triunfo, siendo homenajeado por los suyos.

Nadie le ha afeado nada. Si acaso algún “Bueno, ¿qué político no roba? Además, hizo muchas cosas por Cataluña”.

Ese estado de hipnosis colectiva que sufre la sociedad catalana es la prueba del poder que ejerció un hombre que tuvo la habilidad de inocular el peor de los gérmenes en un pueblo: el culto al caudillo que jamás se equivoca y, si lo hace, la culpa siempre es de otros.

DESDE EXPRESO

Cuando las instituciones judiciales funcionan correctamente llevan a juicio a todos, como es el caso de la familia Pujol en España. Consecuentemente, en Ecuador, las autoridades no deben dudar al momento de investigar cualquier posible defraudación de fondos públicos. Decir que no se metan con la familia es pueril. El sistema debe adoptar esos ejemplos foráneos y cada día hacer más país. Los servidores públicos que defraudan las arcas del Estado deben asumir, ellos y sus familias, las consecuencias.