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Manifestantes contra Bolsonaro
Opositores al expresidente brasileño Jair Bolsonaro piden su encarcelación y el fin de la amnistía a los involucrados en el intento de golpe de Estado en 2023.EFE

El impacto de los juicios de Le Pen y Bolsonaro en la derecha internacional

Marine Le Pen y Jair Bolsonaro, dos figuras políticas investigadas por distintos casos

Dos figuras centrales de la derecha internacional están siendo juzgadas casi en simultáneo: Jair Bolsonaro en Brasil y Marine Le Pen en Francia. Los motivos son distintos, los sistemas judiciales también, pero el mensaje político que transmiten estos procesos es común: la justicia está dibujando límites a liderazgos que, en nombre de una supuesta defensa del pueblo, han tensado las costuras del sistema democrático. Donde los pecados de la izquierda no han sido suficientes para salvar -al parecer- a la derecha.

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En Brasil, Bolsonaro enfrenta cargos por su presunta participación en un plan para desconocer el resultado de las elecciones de 2022 y permanecer en el poder. No se trata solo de discursos altisonantes o de rumores: la justicia considera que hubo una conspiración deliberada para subvertir el orden institucional. 

(Los invitamos también a leer: La justicia complica candidatura de Le Pen a presidenta de Francia en 2027)

Y no es para menos, viniendo de alguien que solo valora la democracia cuando votan por él, y cuando no, existen “otros métodos”. El momento más dramático llegó el 8 de enero de 2023, cuando sus simpatizantes tomaron por la fuerza el Palacio de Planalto, el Congreso y la Corte Suprema en Brasilia, en un asalto que evocó al ocurrido en el Capitolio estadounidense (coincidencias de la vida), pero con una carga simbólica aún más potente. Esa jornada, que dejó imágenes de caos y destrucción, confirmó el viraje autoritario del bolsonarismo. Hoy, el expresidente enfrenta no solo inhabilitación política hasta 2030, sino una posible condena penal que podría llevarlo a prisión por décadas y arrastrar a altos cargos militares con el .

Juicio a Marine Le Pen
La política ultraderechista francesa Marine Le Pen saliendo del juicio que la halló culpable de malversar su sueldo del Parlamento Europeo para beneficiar a sus copartidarios.AFP

En Francia, dividida por una izquierda que no supo reaccionar a tiempo ante los problemas causados - por un mal manejo de la integración de inmigrantes, errores económicos y una derecha que bajó el tono de su enfoque ultra para vestirse de integridad y defensa de valores nacionales -mientras echaba más leña a la hoguera social-, su líder indiscutible, Marine Le Pen, acaba de ser condenada por malversar fondos del Parlamento Europeo. 

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La investigación reveló que durante años se utilizó dinero destinado a asesores parlamentarios para financiar la estructura interna de su partido. Algunos de esos supuestos asistentes jamás trabajaron en Bruselas; pipones y diezmos, pero a la francesa. El caso no solo afecta a Le Pen, sino que destapa una forma sistemática de financiamiento opaco dentro de la Agrupación Nacional. No es la primera vez que el apellido Le Pen aparece vinculado a maniobras turbias: su padre, Jean-Marie Le Pen, fue condenado por negacionismo del Holocausto y por discursos de odio. 

Marine intentó lavar esa imagen, pero el juicio actual la devuelve a un pasado que nunca terminó de dejar atrás. La condena incluye cuatro años de prisión -dos de ellos bajo arresto domiciliario con brazalete electrónico-, una multa de 100.000 euros y cinco años de inhabilitación para ejercer cargos públicos. En términos políticos, está fuera de la contienda presidencial de 2027.

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El expresidente, Jair Bolsonaro (c) durante la primera audiencia este martes, en Brasilia (Brasil).EFE

Ambos casos sacuden el tablero político de sus países. Bolsonaro y Le Pen no son simplemente candidatos; son mitos vivos para sectores que se sienten desplazados, desencantados con el sistema y deseosos de una ruptura. Su lenguaje directo, su culto a la autoridad y su desprecio por lo que llaman “la casta” los convirtieron en fenómenos. Pero también los llevó a caminar al borde de la legalidad. Y ahora enfrentan las consecuencias.

Las condenas han sido interpretadas por sus seguidores como persecución judicial. Se habla de ‘lawfare’, de justicia instrumentalizada. Pero esa lectura niega una realidad incómoda: los sistemas democráticos no pueden ser rehenes de liderazgos carismáticos. Si hay delitos, hay responsabilidades, incluso si quien los comete tiene millones de votos.

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La derecha en ambos países enfrenta ahora un dilema. ¿Replegarse hacia figuras más institucionales o doblar la apuesta por liderazgos iguales de duros, pero aún más radicales. En Brasil, se mencionan herederos como Tarcísio de Freitas o la propia Michelle Bolsonaro. En Francia, el espacio que deja Le Pen aún no tiene un sucesor claro. La incógnita está abierta y, con ella, la oportunidad de construir una nueva narrativa o repetir los mismos errores con distinto nombre.

Estos juicios no son episodios menores ni ajustes de cuentas partidistas. Son señales de que el sistema, con sus defectos y tiempos lentos, aún se defiende. Frente al poder personalista, el Estado de derecho levanta barreras. Y aunque algunos lo llamen revancha, en realidad es la democracia recordando que, sin límites, se convierte en rehén de los mismos que prometieron salvarla.

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