
El Vaticano Estado y Símbolo
Tras la muerte del papa Francisco, el Vaticano sigue funcionando como un reloj
Pocos lo dicen abiertamente, pero es un hecho que el Vaticano no solo es una institución religiosa: es también un Estado soberano. Y como tal, funciona con todos los elementos que uno no imaginaría en una teocracia de 44 hectáreas: tiene su propia Cancillería, emite pasaportes diplomáticos, posee un banco con sucursal en la Vía del Pellegrino y cajeros automáticos que operan... en latín. También acuña moneda, imprime sellos postales —de gran valor para coleccionistas— y tiene un cuerpo diplomático reconocido por más de 180 países. Hasta su dominio de internet es propio: .va.
Su existencia como Estado data de 1929, cuando los Pactos de Letrán, firmados entre Benito Mussolini y el papa Pío XI, devolvieron a la Iglesia Católica una entidad política tras décadas de conflicto con el Reino de Italia. Fue una solución salomónica: se perdía el poder territorial de los antiguos Estados Pontificios, pero se ganaba el estatus de Estado independiente, con una soberanía simbólicamente plena.
El papa: líder espiritual y jefe de Estado
Ese estatus le permite al Papa hablar como jefe de Estado en foros internacionales, firmar tratados, mediar en conflictos, e incluso sostener una política exterior. Y es por eso que su elección no es solo un acto religioso: es también una decisión política.
Con la muerte de Francisco, no solo concluye un ciclo pastoral. También comienza una batalla política dentro del Vaticano. Los cardenales que participen en el cónclave —menores de 80 años, con voz y voto— no solo rezarán: también calcularán. ¿Continuar con la línea de apertura franciscana o volver a una estructura más conservadora? ¿Elegir a un africano, considerando el crecimiento explosivo del catolicismo en ese continente? ¿O tal vez un asiático?

La idea de un papa asiático ya no es improbable. No solo por un gesto de representación, sino por una razón estratégica: China está proyectada a convertirse, paradójicamente, en el país con mayor número de católicos del mundo. En medio de una relación difícil entre Roma y Pekín —una tensión constante entre diplomacia y vigilancia—, un papa con raíces en Asia podría ser visto como un puente o como una advertencia. Dependerá de su perfil.
La elección de un papa es, en esencia, una elección de rumbo. Hay bloques de poder dentro del colegio cardenalicio, tensiones, estrategias, alianzas. Hay quienes abogan por una Iglesia más misionera, otros por una más doctrinal. Unos sueñan con modernidad, otros con restauración, tarea no fácil pues las iglesias milenarias no son una aplicación de películas que sigue una moda cada cierto tiempo, hay creencias y comportamientos que trascienden la coyuntura y son como brújula de la manera de pensar de pueblos y generaciones enteras.
Lo curioso es que, mientras el mundo especula, la maquinaria vaticana sigue funcionando con su propio reloj: los guardias suizos posan inmóviles como en una pintura de Rafael; las oficinas de la Secretaría de Estado revisan informes diplomáticos enviados desde Nigeria, China o Argentina; el tren que conecta con Italia permanece silencioso, más símbolo que medio. Todo es pequeño, todo es solemne, y todo tiene peso.
Y no es malo que haya política. Lo político no es sinónimo de corrupción. Es la gestión del poder. Y cuando ese poder representa a más de mil millones de personas, distribuidas en todos los continentes, con realidades y desafíos tan distintos como la guerra, la inteligencia artificial o el colapso ecológico, la persecución de los católicos en estados controlados por el terrorismo islámico , entonces la elección deja de ser una cuestión interna. Es un mensaje al mundo.

Mientras las campanas de San Pedro resuenan en homenaje a Francisco, en los pasillos del Vaticano ya se hacen cálculos. Porque el próximo Papa no solo tendrá que guiar a los fieles. Tendrá que posicionarse en un mundo convulso, fragmentado, incierto. Como jefe espiritual. Como estadista. Como símbolo de fe para millones de personas y como soporte de una tradición milenaria.