Una esquina épica. En el número 2632 de Esmeraldas y Gómez Rendón, quedaba el histórico local del Capitán Espinoza.

Los musicos bohemios dejan sus bases

El rincón de Pedro. A Espinoza le decían El Capitán. El sitio atendía desde las 20:00 y allí preparaban un trago con aguardiente, cola y limón.

Alguna vez tuvo un trabajo normal. De esos que se cumplen a la luz del día. Ahora, Juan Carlos Antón es uno de esos seres que habitan la noche. Anda por los 60 años, pero asegura que “es el muchachito” de su gallada, aquel grupo que con la caída del sol -de lunes a lunes y de seis a seis-, se instalan en la esquina sureste de las calles 6 de Marzo y Colón.

No son tantos. Aunque hasta hace poco -de 10 a 20 años- La Lagartera, el nombre con el que suele llamarse peyorativamente a la esquina aledaña al Mercado Central cuando los comerciantes cierran sus locales y abandonan las aceras, se nutría de una multitud de músicos, que con guitarra en mano ofrecían su arte. Antón recuerda cuando eran casi una muchedumbre. “Había de 20 a 30 tríos. Los que quedamos ahora, apenas alcanzan para formar dos tríos y un par de dúos”.

Antón afina su requinto mientras espera. Da una vuelta o conversa con otro de los músicos. Al rato vuelve al instrumento, le sacude algo del polvo que se pudo haber acumulado hasta hace pocos minutos. Así una y otra vez.

-“Hay noches en las que no pegamos una”. Se refiere a los contratos. “Nos vamos con lo que llegamos”.

-¿Es que los guayaquileños perdieron el romanticismo?

-“No. Es que ahora, como dice una canción, se declaran el amor a la mexicana”.

Para Franklin Zambrano, el asunto es serio. Es otro de los seres de la noche que recorren la ciudad, con requinto de por medio y un contrato. En su caso, en una esquina emblemática del pasillo ecuatoriano: Esmeraldas y Gómez Rendón, el lugar donde quedó alguna vez El Rincón de los Artistas, donde un tal Pedro Espinoza Rendón abría cada noche para atender a gente como Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, Lucho Bowen, Carlos y Rafael Jervis... entre otros, que llegaban a tomarse unos tragos mientras tarareaban sus canciones. “El problema es la competencia. Ahora los guayaquileños somos más mexicanos que los mismos mexicanos”.

Se refiere a la cantidad de mariachis que pululan en la ciudad. Y si en México existe un sitio que es referente de la música de ese país, en Guayaquil hay un sector que podría hasta pensarse que concentra más mariachis que la misma Plaza Garibaldi. Se trata del lugar donde Zambrano junto a nueve compañeros de oficio intentan cada noche ganarse la vida con su arte.

“Párese y tómese el trabajo de contarlo. Yo le ayudo: tengo registrado 40 solo entre José de Antepara a Tungurahua, a lo largo de la Gómez Rendón”. Se refiere a los mariachis. Aparecen por todos lados en ese sector. Por tres locales alquilados en la zona, dos son oficinas en los que los músicos aparecen vestidos a lo mexicano.

“Se trata de cuánto cobra un mariachi por serenata”, agrega Zambrano, quien lleva 20 años plantándose cada noche en aquella esquina.

Se trata de que los guayaquileños ya no llegan hasta la ventana de la casa de su pareja enojada con los versos de algún pasillo como Yo cuidaré de ti, cual jardinero / porque seré agua fresca que te riegue. No, ahora recurren algo así como Si nos dejan / te llevo de la mano, corazón, / y ahí nos vamos.

Mientras los unos se han multiplicado en la ciudad, los otros tienden a desaparecer de los dos sitios donde se volvieron una tradición. “No me equivoco si le digo que está viendo a quienes quizá somos la última generación de músicos en esta esquina”, asevera Antón, quien se regresa al sitio donde se acomoda cada noche mientras espera. Mientras cae la noche.

El peso de una palabra que ofende

Frai Vera prefiere ser claro. “Si es para volvernos a ofender públicamente, mejor lo dejamos ahí”. Es un músico, de aquellos que ocupan la base de Gómez Rendón y Esmeraldas. De aquellos que se ganan de manera digna, con lo que mejor saben hacer: con la música. Hay quienes llaman al lugar La Lagartera. Se supone que quienes lo habitan son lagartos. “Es lo que no somos. No entiendo por qué hay quienes nos definen de esa forma”.

En la otra base, la de 6 de Marzo y Colón, quien también siente la necesidad de corregir una ofensa histórica es Lalo Reyes. Luce un impecable saco gris con un corbatín en color rojo carmesí. “No pasamos el sombrero por nuestro arte. Y no es que eso está malo si hay arte y honradez en eso, pero creemos que nosotros presentamos nuestro arte, con un contrato verbal de por medio”.

Ambos artistas reivindican un hecho histórico: por ambas bases han pasado grandes músicos. Aún entre ellos es posible ubicar artistas reconocidos por su arte. “Aquí no hay lagartos, que les quede claro”, reitera Reyes.