Neisi Dajomes: Un sueño del que no despierta
A tres meses de haberse convertido en la primera ecuatoriana en ganar la primera medalla de Oro en halterofilia, Neisi Dajomes habla sobre cómo se siente tras la hazaña histórica.
El cabello largo y liso le cubre la mitad de la espalda. Del rostro, solo se le ven los ojos achinados y enmarcados de pestañas rizadas. La mascarilla, que a ratos se la baja con una mano para acercar el celular, la camufla. Está embutida en una silla de terciopelo gris, con las piernas cruzadas, en un stand de la Aqua Expo 2021.
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Leer másNeisi Dajomes pasaría desapercibida, como una veinteañera más, de jean ajustado, crop top, uñas pintadas de negro y que, trata de enviar risueña, un mensaje de voz por WhatsApp. Algo que se le haría sencillo si no la llamasen a cada rato para tomarse fotos junto a gente que ha llegado a verla.
Pasaría desapercibida si en el stand de XpertSea, una empresa de tecnología para la industria acuícola, no estuviera una gigantografía con su rostro.
“Neisi, una fotito...”, escuchaba cada tanto esa mañana de martes octubrina. La medallista olímpica se levanta de inmediato, se quita la chaqueta, del mismo color de sus mocasines blancos y deja ver los brazos de la mujer más fuerte del mundo. También se quita la mascarilla y exhibe una de las sonrisas más amables del planeta.
El mismo gesto cordial que, a 17 días de haberse convertido en la primera ecuatoriana en obtener una medalla de oro en halterofilia en unos Juegos Olímpicos, ofreció cuando le preguntaron si sabía cocinar en una entrevista televisiva.
“Realmente fue una pregunta fuera de lugar. Estábamos las medallistas de los Olímpicos de Tokio 2021. No fue una pregunta adecuada para el momento. Pero no pasa nada, nosotras estamos muy seguras de lo que somos capaces de hacer”, dice calmada.
Ella prefiere los hechos a las palabras, y el 1 de agosto de 2021, todo el esfuerzo, el sacrificio y la constancia que han marcado sus 23 años, la convirtieron en la heroína de todo un país, en especial, de las mujeres.
Sin quererlo, Neisi se convirtió en la inspiración y la esperanza de muchas niñas de Ecuador, donde se violenta a seis de cada diez mujeres solo por ser mujeres, y que la vieron y soñaron en ser tan fuerte como ella.
Para ella misma es un sueño. Han pasado tres meses de que aquella chica nacida en la parroquia amazónica Shell (Pastaza), de padres colombianos refugiados, afrodescendiente, y con todo pronóstico en contra, hiciera historia con una medalla de oro colgada sobre su pecho.
“Es un sueño hecho realidad, no creí que la medalla cambiaría todo. Hemos roto todos los paradigmas en torno a la mujer, que no podemos hacer lo mismo que los hombres. Y sé que muchas se identifican con esto. Cada día que me levanto lo hago orgullosa”, dice hablado en plural. La primera persona le cuesta mucho en singular.
Por eso, tras haber levantado 118 kilos en arranque y 145 en envión, lo primero que corrió a hacer antes de subirse a lo más alto del podio olímpico fue llevarse sobre sus manos a su mamá y hermano fallecidos en 2019 y 2018, respectivamente.
Su sonrisa se difumina cuando habla de su vida, pero no hay rasgo de tristeza, sino de estoicismo. Dice que ambas, la personal y la deportiva, han sido duras. Toda ha sido desmenuzada a detalles y, por ello, su triunfo es celebrado en cada rincón del país y llevó a plasmar su historia en el libro ‘Levanta como una niña’, contado por Álvaro Alemán.
Vuelve a sonreír, porque en los millones de mensajes que colapsaron su celular luego de su hazaña, leía y releía su historia y cómo le recordaban que, de haber estado muchas veces en el suelo, llegó a lo más alto.
“Fue de lo más bonito, me decían que a pesar de todo lo que pasé, siempre me veían con una sonrisa”, y sí, lo dice ampliando la curvatura de su boca, ese gesto que adorna su rostro moreno y terso.
El mundo la conoció con sus turbantes y su cabello afro, que aquella tarde había alisado con una plancha. Aquel accesorio azul, que se volvió emblemático y un estandarte de su feminidad, es parte de lo que ella llama ‘su armadura’, que tiene guardado en un lugar especial para ella, en su hogar.
“No la pude soltar, ni mi turbante, mis medias, mis zapatos... porque me llenan mucho. De hecho, el turbante me hace sentirme segura, decidida como mujer afrodescendiente. En ellos está la fuerza que solté en los Olímpicos”, cuenta sobre el traje que usó en Tokio y le sugirieron donar al Museo del Comité Olímpico Ecuatoriano.
Otro de los días que resalta como especiales desde que su sueño se volviera realidad fue el sábado 7 de agosto, cuando volvió a las calles de Shell, que la vieron crecer y esforzarse junto a su familia por salir adelante. Hubo risas, aplausos y lágrimas. “No cabía yo de la emoción, ver a toda la gente que salía a recibirme. Como atleta, es lo que uno se lleva”, recuerda.
Lo malo prefiere pasarlo para que no vuelva a ocurrir. Ella tiene esperanzas de que su participación cambie el destino de muchos deportistas olímpicos, que reciban más apoyo de parte de las autoridades deportivas. A ella, este abandono la marcó durante tramos de su carrera e, incluso, casi le cuesta su llegada a Tokio.
Le fue imposible pensar, por ejemplo, en la familia del atleta Álex Quiñónez, asesinado a tiros la noche del 22 de octubre en Guayaquil. “Yo me acojo al llamado de su mamá, que ojalá se acuerden de los hijos de Álex, que no los abandonen. Incluso cuando tenemos lesiones, se olvidan de uno como atleta. Creo que sus hijos deben beneficiarse de todo lo que él le dio al país”, reflexiona también sobre su propia participación y los cambios que espera que se den en el país en cuanto a la Ley del Deporte.
Pone, como primer punto en esa larga lista de deudas que el Estado tiene para con los deportistas, a las becas vitalicias. Ella sabe bien que por ir tras sus sueños los atletas deben dejar a sus familias, su vida social y sus estudios para estar concentrados y esto debe ser retribuido.
Han pasado 12 minutos desde que empezó a hablar y ya una larga lista de fanáticos la espera para tomarse una foto, para decirle lo mucho que la admiran. Se vuelve a levantar de la silla gris, donde deja su chaqueta. Tiene 23 años y podría pasar como una jovencita más, alegre y sencilla, pero no. Neisi no arrastra el peso de ser una heroína con armadura y turbante, sino que lo levanta.