Nerea Pérez: “No te puedes quedar en un feminismo de autoayuda”
La humorista y periodista española está en Guayaquil, participando en la Feria Internacional del Libro.
Nerea Pérez de las Heras eligió el humor como herramienta para hablar de lo que cree es la revolución más importante de la humanidad: el feminismo. Humorista, historiadora del arte y periodista española, es la creadora de Feminismo para torpes, un espacio de diario El País donde trata esta temática, con una visión ácida, sarcástica y graciosa. Convencida de que a través de la comedia puede generar una transformación, dialogó con EXPRESO sobre el feminismo contemporáneo, su proceso personal y los retos y estigmas de ser feminista en el contexto actual.
¿Por qué optar por un tono humorístico para hablar de algo tan serio?
Porque es el lenguaje que manejo y es una lección creativa completamente personal. Luego, porque creo que el humor abre una brecha de comunicación universal que si se maneja bien, puede establecer un vínculo con el otro en el que se abra y todo entre más fácil. A diferencia de otras luchas por los derechos humanos, a las feministas se nos exige que no nos pasemos con la agresividad. Es algo que me molesta. A veces me han hecho el comentario de “qué bien que tú lo hagas con chistes, porque así no me resulta tan amenazante”. Pero el humor puede ser muy amenazante, muy peligroso, una herramienta efectiva. Creo en el poder transformador del humor.
¿Ha visto cambios de opinión inmediatos a través de su trabajo?
Sí, al show viene gente muy afín que trae a otros no tan afines, o un poco despistados. Recuerdo una anécdota de una chica que me escribía por Instagram, que había llevado a una amiga del camino neocatecumenal sin decirle a qué iban. Yo hablo de cosas un poco fuertes para una persona religiosa; pero su amiga había salido convencida, pensaba que esto era otra cosa. A veces recibo ‘feedback’ de gente que se lo replantea. Gente que es muy afín me dice que ha tomado herramientas argumentales, chistes y trucos para luego responder en reuniones y en la mesa con la familia.
Muchas mujeres no se reconocen como feministas, pero dicen estar de acuerdo con casi todo lo que el feminismo defiende. Parecería ser una especie de temor a autodefinirse como tales. ¿Por qué cree que se da?
Porque es parte del machismo. El rechazo a la palabra feminista es parte de nuestra programación y de nuestra educación.
¿No tiene que ver también con el lenguaje? ¿Cree que hace falta replantearlo?
Creo que el cambio del lenguaje será una consecuencia. Me pueden matar muchas feministas que están a tope con el lenguaje inclusivo, pero no es un campo en el que esté enfocando mis esfuerzos, aunque lo respeto mucho. El miedo a la palabra feminismo tiene que ver con un desagrado a todo lo relacionado con la visibilización, empoderamiento, puesta de manifiesto, de esta desigualdad. Reacciones como “pero debería llamarse humanismo, igualdad”. Sí, lo es: es una lucha por los derechos, pero se llama feminismo para visibilizar hacia dónde está el escalón. Es uno en el que las mujeres estamos más abajo que los hombres y la palabra tiene que ser precisa.
Hace unos meses una usuaria en Twitter decía que el feminismo “salva” pero que también “duele”. ¿Cómo se lidia con eso?
Te genera mucha lucidez. El feminismo es una visión de los derechos humanos que atraviesa muchas injusticias. En el momento que tomas conciencia feminista y quieres que tu hija e hijo tengan las mismas oportunidades, no te puedes quedar ahí, en un feminismo de autoayuda y que tu niña sea directiva. Tienes que ver cómo está funcionando el mundo. Ya no puedes comprar esa camiseta de 4 dólares sin pensar en quién la ha hecho. Eso te va a hacer preguntarte otras cosas, te hace ir hacia una lucha por la injusticia y desigualdades en general. Ese es el feminismo que defiendo y a lo que pretendo llegar. Tampoco puedes no afiliar a tu empleada doméstica en la seguridad social y decir que eres feminista. Te va a provocar dolor, trabajo y que dejes de hacer ciertas cosas. El feminismo no es cómodo.
Esta idea está ligada a una comparación que hace, en la que el feminismo es como ponerse lentes limpios luego de haber usado unos sucios por mucho tiempo. ¿Cuál era esa suciedad en su vida?
La apariencia de normalidad. Consideraba que había muchas cosas a mi alrededor normales y no lo eran. Aceptaba comportamientos, comentarios y tenía muchas inercias y las aceptaba de gente que me rodeaba. Aceptaba que se me infantilizase en el trabajo constantemente. Iba por el mundo pensando que esto estaba solucionado y que podía tener un compromiso social sin ser específicamente feminista. Me he dado cuenta de que es al revés, que el feminismo me lleva a un compromiso más amplio.
¿Qué es lo que más le costó dejar ir en ese proceso?
Amigos. Afortunadamente me rodea un círculo de gente muy consciente del mundo en el que vive. Pero a veces con mi familia no saco el tema para mantener la armonía. Hay algunos afectos que han cambiado, evolucionamos de manera distinta y hay quienes prefieren ir por el mundo como una maleta sin enterarse de nada y vivir fácil. Pero todo lo que me ha traído ha sido bueno. Esta incomodidad es mejor que la comodidad anterior de las gafas sucias, porque la anterior era falsa. En esta incomodidad me siento más despierta, más viva, más consciente.
Su idea de un feminismo consciente e incómodo, se opone a la de Roxane Gay —un referente para muchas— que dice que es mejor ser una mala feminista que no serlo para nada.
Creo que hay muchas etapas y niveles. En España decimos “dar el carné feminista”. Hay gente que trabaja en distintos niveles y está bien, pero me preocupan las políticas neoliberales o de derecha que se cuelgan etiquetas de feminista y luego están en contra de la huelga del 8 de marzo. Muchas marcas utilizan el feminismo, asimilándolo a un capitalismo feroz, contradictorio con la lucha. He visto marcas que hacen campañas con el ‘body positive’ y me parece bien que se presente un modelo de mujer fuera de los cánones, pero ¿esa empresa cómo funciona? Me gustaría saber cómo viven sus trabajadores, si tienen sueldos dignos.
¿Es necesaria la lectura, la academia, para llegar al feminismo consciente o basta con empatizar con sus valores?
Tengo una amiga que no ha leído un solo libro de feminismo ni de nada, una tipa con una inteligencia natural arrolladora que ha entendido bien los valores humanos. Es una compañera de trabajo supersolidaria con las demás, muy receptiva. Creo que puede haber una inercia natural que venga de tu instinto y ganas de que las cosas funcionen mejor, que no tenga nada que ver con la formación académica. Pero siempre es estimulante leer. Yo aprendo y he cambiado, he hecho un recorrido largo, a base de relacionarme con otras mujeres y de leer a muchas feministas. Siempre es enriquecedor, divertido, te estalla la cabeza. Pero hay gente que tiene valores humanos que pesan por encima de eso.
En un artículo para S Moda, explicaba que la poeta Julieta Valero decía que el feminismo es la revolución más importante de la humanidad. ¿Coincide con eso?
Sí, porque atraviesa otras injusticias, porque concierne a la mitad de la humanidad que se ha ocupado tradicionalmente del mantenimiento de la familia, enfermos, ancianos; que ha sostenido con su trabajo sin paga un sistema injusto. El sistema se tiene que replantear, no aguanta sin esa abuela que cuida al nieto, esa nuera que cuida al abuelo. Si esto se replantea, las jornadas de trabajo cambiarían, las maneras de producir. Esa es mi esperanza, que el feminismo dinamite el fondo, que replantee nuestra forma de comportarnos, de trabajar, de consumir. No quiero parecerme a American Psycho, quiero que American Psycho se parezca a mi tía Angelines. Que nos tomemos el poder económico, político, los espacios públicos, pero no para asimilarnos a las formas de hacer patriarcales, sino para que estas se asimilen a las formas de hacer de las mujeres, que son formas más humanas; para que las jornadas laborales se parezcan más a la vida familiar, que hasta ahora no importaba, porque había una tipa ahí que se ocupaba de todo. Creo que el feminismo es una palanca.
En el camino al feminismo consciente, sobre todo al principio, puede haber muchas incoherencias personales. ¿Cómo se vencen?
Somos incoherentes por naturaleza, es complicado ser coherente cien por ciento, pero no lo es cuestionar lo que estás haciendo. Sé que me levanto por la mañana en el primer mundo, enciendo la luz y hay alguien que está jodido para que yo esté bien. La única manera de ser cien por cien coherente es vivir en una cueva, muchas tenemos una pata en sistema y otra afuera. Yo critico a las revistas femeninas y escribo en ellas, me gusta el caballo de Troya. Las revistas femeninas están llenas de feministas intelectuales potentes, haciendo la lucha desde dentro. Y en la página siguiente hay un reportaje de pintauñas. Somos incoherentes por naturaleza pero hay que pulir las incoherencias importantes.
¿Cuáles cree que son los estigmas más fuertes que enfrenta hoy el feminismo?
Que es una moda pasajera, cuando en realidad es una sacudida, una cuarta ola. Lo que han hecho las otras olas ha sido remover las relaciones humanas radicalmente, el concepto de familia, nuestra mentalidad, nuestra forma de tener sexo, todo. ¿Cómo va a ser una moda? Intentan bajarnos al nivel de banalidad absoluta, que el sistema nos asimile y que hagamos un activismo descafeinado.
Y el papel de los hombres es fundamental. En el show digo que de mi abuela a mí, es como pasar de una máquina de escribir a un ‘smartphone’: mi abuela no podía ni tener un piso ni trabajar. En cambio, entre mi abuelo y los chicos de mi generación, no es tanta la diferencia. Entonces pónganse las pilas, porque nosotras hemos cambiado mucho y vosotros seguid siendo Mad Men. Revisad vuestra masculinidad. Aunque tampoco creo que haya que insistir tanto en que el feminismo les viene bien a los hombres, ya les ha venido bien durante 35.000 años, así que ya está de intentar convencerles.
¿Y no podría ser un problema cuando entre representantes de las distintas olas hay tensión? Como el caso de Camille Paglia, muy crítica al feminismo contemporáneo.
Creo que es parte del curso natural de cualquier debate político y social. Por ejemplo, las mujeres que defienden el trabajo sexual y yo, que soy abolicionista, tenemos discrepancias. Es un movimiento amplio que toca tantos temas, que es imposible que sea un bloque compacto. No creo que lo debilite, pero sí me da rabia y me pone nerviosa que todo el mundo hable de Camille Paglia y su crítica al feminismo moderno. En cambio, Jessa Crispin —autora de Por qué no soy feminista— me encanta; y ella hace un cuestionamiento del #MeToo. Es una bofetada, un escupitajo que te echa una compañera, pero es un ser pensante igual que yo, entonces tenemos que debatir, y ella es enriquecedora. Para que exista Jessa Crispin, tiene que existir Camille Paglia.