Ninos que trabajan por sus suenos
Otra oportunidad. El semáforo está en rojo. Kevin alcanza a limpiar tres parabrisas. Solo uno de los conductores le lanza una moneda. La mira. Es de 25 centavos. Con eso lleva ya dos dólares. Llegó solo hace un par de horas. Es un buen día. La luz verd
Otra oportunidad. El semáforo está en rojo. Kevin alcanza a limpiar tres parabrisas. Solo uno de los conductores le lanza una moneda. La mira. Es de 25 centavos. Con eso lleva ya dos dólares. Llegó solo hace un par de horas. Es un buen día. La luz verde se enciende. Cruza a la vereda, se limpia el sudor con la camiseta y llena una botella pequeña con agua y detergente que almacena en otra más grande. Esta esquina de la avenida Quito es ‘su oficina’.
Kevin tiene 13 años, estudia en noveno de básica en el Vicente Rocafuerte y con los casi 7 dólares que logra con su trabajo ayuda a su mamá y a tres hermanos, todos menores de nueve años, todos varones, como él. “No quiero hacer esto para siempre, mi sueño es ser policía”, confiesa, y vuelve al ruedo cuando la luz roja hace su anuncio.
En el 2007, Ecuador tenía una tasa del 12,47 % de trabajo infantil. Este año, la cifra está en 5,53 %. Los avances en nueve años son notables, pero la realidad aún resulta chocante. En los bajos del cerro Santa Ana está de lunes a domingo Fanny. Vino a Guayaquil desde Riobamba con sus padres, hace tres meses. “Todos somos comerciantes en la casa, yo vendo cigarrillos, pero también estudio... quiero ser periodista”.
Fanny también es parte de una estadística mejorada: “En los adolescentes, la reducción del trabajo ha sido del 28,55 % al 14,4 %”, dice un registro actualizado ayer por el Ministerio del Trabajo.
La meta es erradicar por completo el trabajo infantil. Ya se pudo acabar con el empleo doméstico, las labores en basurales y camales y en empresas tampoco hay menores, pero aún existen muchos niños que sacar de las calles. Los casos son diversos, las historias, colmadas de sueños.
Alejandrito tiene 9 años y cada tarde cuida un puesto de maduros lampreados afuera de la Universidad de Guayaquil. Ayuda así a su padre que los vende adentro de la entidad. “Sé que puedo estar jugando, pero si yo no cuido nos pueden robar y después mi papi no puede comprar comida”. Él, que está en cuarto de básico, sueña con ser doctor.
Hay entidades como la fundación Junto Con los Niños Juconi que intentan cambiar la realidad de niños como Alejandro. Esa ONG, por ejemplo, entrega ayuda de tipo social e integral a 400 menores y, por supuesto, los retira de las calles.
Una de las beneficiarias de su programa es Nicole, de 12 años. Hace unos meses vendía chatarra, agua o recogía basura, pero ya no trabaja. Estudia en octavo año y quiere ser doctora, igual que Alejandro.
Cada vez que vea a un niño trabajador, recuerde que tiene sueños. Que el semáforo en rojo es una oportunidad para un futuro policía, que tras un cajón de cigarrillos puede haber una periodista en potencia o que en un puesto de maduros lo espera un médico innato.