Noboa no revela su misterio
El correísmo continúa siendo la fuerza central de la política nacional y, ante ella, el presidente electo prefiere no definirse. Un análisis.
Daniel Noboa pulverizó la ley del péndulo: dos años después del triunfo de Guillermo Lasso sobre el correísmo y pese al fracaso rotundo de su gobierno (tan rotundo que tuvo que irse antes de hora por su propia iniciativa para evitar ser destituido por la Asamblea), Ecuador vuelve a optar por un gobierno de centro derecha y lo hace con casi idénticos porcentajes: alrededor del 52 por ciento de los votos para el ganador; aproximadamente 48 para el correísmo. Una victoria bastante más modesta que la prevista por las encuestas, que en la recta final de la campaña llegaron a adjudicar once puntos de ventaja al candidato de la Acción Democrática Nacional (ADN), pero lo bastante clara para evitar suspicacias.
La victoria de Noboa se atribuye a su espíritu conciliador y al hecho de haber evitado, a lo largo de su campaña, toda confrontación directa con su oponente. Eso habla de un electorado que, como asegura haber medido Álvaro Marchante, el encuestador estrella del momento, está cansado de la división entre correísmo y anticorreísmo. Sin embargo (y esta es la principal paradoja de la elección) el resultado confirma que esa división (clivaje, dicen los analistas políticos de nuevo cuño) continúa siendo central en la política ecuatoriana, por mucho que se empeñen en menospreciarla: 48 por ciento de los votos es un capital enorme. A menudo se habla del techo del correísmo y se sugiere que le alcanza para pasar a la segunda vuelta pero no para ganar la presidencia. La verdad es que si ese techo se encuentra tan cerca de convertirse en mayoría, resulta francamente irrelevante. Basta con un oponente que cometa más errores para revertir el resultado.
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Leer másSi ese espíritu no confrontador demostrado por Noboa durante la campaña fue una convicción o una estrategia, es un misterio que el presidente electo no quiso develar en su discurso de victoria. El esperado mensaje fue, como en ocasiones anteriores y manteniendo la línea desabrida e inocua de una campaña en la que ambos candidatos evitaron referirse a los temas de fondo, decepcionante. En el momento más oscuro y difícil de su historia reciente, estancado en medio de una crisis política y social sin precedentes, sacudido por la violencia, el país acude a las urnas en unas elecciones decisivas y opta por un candidato que es incapaz de componer un mensaje político medianamente significativo. Las pocas y moderadas palabras que dirigió al grupo de amigos e invitados reunidos en el área recreativa de su casa de Olón, donde esperó los resultados lejos del fragor de las multitudes, fueron absolutamente insustanciales: que el país se merece lo mejor y que al día siguiente empieza a trabajar con todo. Un muñeco de cartón lo pudo hacer mejor.
En este sentido, Luisa González fue mucho más política y elocuente en el discurso de aceptación de su derrota que ofreció en Quito. Con un talante democrático sorprendente para venir de la candidata de un movimiento que defiende un proyecto abiertamente autoritario, la candidata perdedora tendió la mano al presidente electo, felicitó a sus electores, buscó puntos en común e hizo un llamado a la unidad del país. Sin la crispación habitual que caracteriza a los correístas (al contrario, con cordialidad y afecto), recordó a Noboa algunas de sus propuestas de campaña y hasta le ofreció el apoyo de su partido en la Asamblea: “Cuente con nuestros votos siempre y cuando no sea para privatizar o precarizar”, dijo. “El Ecuador necesita sanar. Cuenten con nosotros para un proyecto común de patria”, insistió.
No resulta verosímil, en vista de los antecedentes, que un gobierno de centro derecha como el de Noboa pueda contar en serio con el bloque parlamentario correísta para garantizarse un espacio de gobernabilidad: lo usual es todo lo contrario. Sólo el tiempo dirá si las palabras de Luisa González fueron sinceras y si realmente corresponden a un cambio de enfoque de su partido.
En cuanto a Noboa, él no ha dejado de ser, ni por un segundo, el misterio que ha sido siempre, desde sus días como asambleísta, cuando sus buenas relaciones con el correísmo lo llevaron incluso a organizar un viaje a la Rusia de Putin, en los días iniciales de la invasión a Ucrania, en compañía de un importante grupo de asambleístas de ese partido. Si ese mismo pragmatismo prevalece en su gobierno, es probable que las palabras de Luisa González terminen siendo más que una declaración de buenas intenciones. Lo único seguro es que el correísmo continuará siendo la fuerza determinante de la política nacional.
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