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ENTREGA CREDENCIALES (Daniel Noboa)
Credenciales. El miércoles, en el Teatro Sucre de Quito, Daniel Noboa recibió de la presidenta del CNE, Diana Atamaint, su credencial de presidente.GUSTAVO GUAMAN /Expreso

Noboa toma por asalto el diccionario

La política nacional es una guerra sin cuartel por la posesión, control y domesticación de las palabras “odio” e “impunidad”

La consagración del asambleísta del oficialismo Eckenner Recalde, elegido vicepresidente segundo de la Asamblea Nacional con el apoyo de 130 legisladores de todas las bancadas, incluida la de Construye, no es un simple detalle anecdótico más o menos lamentable, más o menos folclórico de la jornada de instalación del Legislativo que tuvo lugar el viernes 17 de noviembre. Por el contrario, es la esencia misma de esa manera de hacer, entender y decir la política, que tuvo su apoteosis en el resultado general de esa sesión. Una manera de hacer, entender y decir la política que excluye de su lista de prioridades la idea de ejemplaridad pública, renuncia a la fuerza persuasiva del ejemplo virtuoso como cohesionador social y generador de costumbres cívicas democráticas y relativiza los conceptos de verdad y mentira, ética y deshonor, hasta tornarlos irreconocibles. Es la manera de hacer, entender y decir la política que hoy se afirma como dominante en el país y tiene como líderes indiscutibles al presidente electo Daniel Noboa y a sus compañeros de fórmula parlamentaria: Rafael Correa y Jaime Nebot.

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El Pleno del hornado solidario

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La historia de Eckenner Recalde es conocida: asambleísta de la legislatura pasada, expulsado de la Izquierda Democrático y procesado en el Comité de Ética, con un pedido de destitución, por cobrar diezmos a los empleados de su despacho, abrumado por la contundencia de las pruebas admitió sus recaudaciones indebidas, que triangulaba a través de una cuñada, pero las justificó diciendo que el dinero era para “hornados solidarios”. Carne de meme, el honorable asambleísta. Sin embargo, el correísmo ya lo había reclutado, así que la presidenta del Comité de Ética, la más tarde candidata a la presidencia Luisa González, lo defendió con vehemencia y lo salvó de la destitución. En la jornada decisiva en la que el Pleno sometió a votación la suerte de Recalde, el hoy presidente electo Daniel Noboa, asambleísta en ese entonces, cuya cercana relación con el acusado no era un secreto para nadie, no asistió: envió a su alterna, quien se abstuvo. Hoy, su partido lo absuelve ante la historia, consagrándolo como vicepresidente de la Asamblea.

“Una vez los grupos de poder quisieron verme destruido -dijo Recalde este viernes, en el discurso que pronunció al asumir su nuevo cargo- ps 130 asambleístas que acababan de votar por él, aprobación tácita que convertía estero existió la justicia divina y la justicia de varios compañeros”. Con aplausos respondieron la nueva explicación de una vieja historia conocida (la del cobro de diezmos y el hornado solidario) en la versión oficial de los hechos, para lo que se tercie de ahora en adelante. Por sorprendente arte de birlibirloque retórico y gracias a la voluntad política del presidente electo y a la complicidad de sus aliados, los conceptos de verdad y mentira entran en suspenso y el significado de las palabras se desmorona para reconstruirse a voluntad del hablante según las necesidades del momento: aquí la frase destitución-por-corrupción significa persecución-de-los-grupos-de poder. Y la palabra impunidad pasa a identificarse como una de las manifestaciones de la “justicia divina”.

El mensaje para la ciudadanía y el precedente que este episodio sienta para la democracia son devastadores. Y más graves aún si se considera que fue precisamente en torno al concepto de impunidad (tan burda y abiertamente manipulado por la Asamblea en pleno) que se tejieron todos los discursos y todas las justificaciones que legitimaron la alianza de gobierno, de la cual Eckenner es apenas una insignificante comparsa. Pero, ¿qué significa impunidad?

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No es una exageración afirmar que el debate político en torno a la conformación e instalación de la Asamblea fue una guerra a muerte por la posesión, acaparamiento, control, domesticación y explotación de la palabra “impunidad”. La victoria política sería de quien se alzara con los despojos de semejante concepto, otrora cargado de connotaciones inequívocas y hoy convertido en jirones tan enmarañados y abstrusos que ni siquiera alcanzan para determinar la sanción social que se merece un asambleísta diezmero (al contrario, sirven para premiarlo). Otra palabra comprometida en esta guerra por la significación fue la palabra “odio”. Y sería aquel que lograra adjudicársela a su adversario, quien al final conseguiría tomar el control sobre lo que es y deja de ser la impunidad. No hay duda que la victoria fue de las fuerzas populistas, expertas en la manipulación del lenguaje ahora y siempre. En esa conducta supuestamente “no confrontativa” del presidente electo, en ese buenismo obligatorio digno de un coach de motivación del Departamento de Talento Humano de una empresa agroexportadora, en esa falsa alternativa de ser pro o ser anti que los analistas políticos millennials aplauden como focas, se encuentra la esencia de la manipulación de las palabras con la que se inaugura esta nueva etapa política en la vida nacional. Cuando el Ecuador salga de aquí habrá que escribir de nuevo el diccionario.

No es extraño que, en el corto discurso que pronunció el miércoles en el Teatro Sucre de Quito, cuando recibió de manos de las autoridades electorales las credenciales de presidente de la República, Daniel Noboa se refiriera a su alianza con el conjunto de las fuerzas populistas de Rafael Correa y Jaime Nebot (“entendimiento”, dicen los correístas para marcar distancias) prácticamente como la esencia de lo que será su gobierno. Esa esencia, a su vez, está edificada sobre las arenas movedizas de un lenguaje en el que las palabras (empezando por “odio” e “impunidad”, continuando por “alianza” y “entendimiento”, y siguiendo así hasta abarcar todo el diccionario) no son lo que parecen. Por ejemplo, cuando dijo: “En el camino de la Presidencia de la República vamos a tocar fibras sensibles de grupos de poder, de grupos que han estado enquistados con corrupción en el Estado por décadas”. ¿Se refiere a los que han lucrado con contratos de intermediación petrolera o cobro de sobornos en la obra pública? ¿Se refiere a los que controlan lucrativos negocios como el de las barcazas? ¿A los que especulan con las tierras adyacentes a los lugares donde sus autoridades amigas planean construir gigantescas obras de infraestructura (aeropuertos, por ejemplo, que pasaron de ser irrelevantes a prioritarios al ritmo de los pactos políticos de coyuntura)? ¿Está hablando, en fin, el presidente electo, de sus aliados? ¿O de quiénes? O no está hablando de nadie, nomás compone frases vistosas que, como la palabra odio, como la palabra impunidad, terminan por no significar un rábano. Después de todo, el populismo es eso: el arte de adueñarse de la significación con el propósito de dinamitarla.

Daniel Noboa

Daniel Noboa: El débil intento para espantar al fantasma de la impunidad

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  • Absuelto. Eckenner Recalde, quien admitió haber cobrado dinero de sus empleados y fue salvado de la destitución por el correísmo, hoy es hombre de confianza de Daniel Noboa.

  • Futuro. En su discurso del pasado miércoles, el presidente electo habló de su alianza con Rafael Correa y Jaime Nebot como si fuera la esencia de lo que será su gobierno.

Gobernabilidad: palabra mágica

El control de los significados de “odio” e “impunidad” allana el camino a la palabra mágica de este momento político en el Ecuador: la palabra “gobernabilidad”. Porque la alianza entre las fuerzas populistas (y esto les encanta a los analistas políticos millennials interesados más en la teoría del pragmatismo que en el ejercicio de la ejemplaridad pública) es “el primer paso a la gobernabilidad”, como dijo el presidente de la Asamblea, Henry Kronfle, en el discurso de su investidura.

Una gobernabilidad, sin embargo, que poco tiene que ver con el “Gobierno”, pues este se construye con políticas públicas concretas y esas, las concretas, están ausentes de la supuesta alianza de gobernabilidad. Son, como todo lo demás, palabras bonitas y vagas.

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