Norma Zapata, una estudiosa del cancer
La primera mujer de raza negra que llega a teniente coronel en el Ejército. Su misión: estudiar y diagnosticar ese mal en el hospital militar.
Su mundo laboral está rodeado diariamente de microscopios, libros y colores desde hace quince años. A través de una gama de 130 coloraciones distintas, tan hermosas en imágenes como letales en el cuerpo humano, la teniente coronel Norma Zapata Micolta estudia diariamente a lo que ella llama el monstruo, en referencia a las células del cáncer.
La enfermedad, considerada catastrófica, ha aumentado en el país, pero también en las filas castrenses y en las esposas de los militares
Norma, de contextura gruesa y una sonrisa amplia, ha llorado tantas veces al ver al monstruo por el microscopio. De esas lágrimas saca fuerza para seguir analizando y estudiando los casos que llegan a sus manos, con la esperanza de que su estudio pormenorizado, en el que no escatima tiempo ni recursos, permita un tratamiento oportuno a quien está enfermo.
Veintidós años después de graduarse de médico en La Habana (Cuba) en 1996, la teniente coronel agradece a la isla del comandante Fidel Castro, a quien admira, por los conocimientos adquiridos que hoy le permiten servir al país, a través de la medicina.
Norma Irene (47 años) no solo es una de los doscientos anátomo-patólogos que hay en el país, sino también la única con esa especialidad en las filas militares, y la primera mujer de raza negra que ha logrado llegar al grado de teniente coronel del Ejército. Solo la abogada Anita Ormaza, con el mismo grado, tiene un año más que ella en la vida militar.
Norma Zapata ingresó hace 21 años al Ejército para servir en los laboratorios de los hospitales y, tras especializarse en anatomía patológica (estudio de las causas, el desarrollo y las consecuencias de las enfermedades), se ha dedicado al diagnóstico de los diversos tipos de cáncer, entre ellos, próstata, estómago, cuello de útero, intestino, mamas y tiroides.
A este último tipo de cáncer, el de tiroides, le ha puesto mayor atención por el aumento de los casos, muchos de los cuales ha tenido que diagnosticar y estudiar detenidamente porque, dice, en su profesión no cabe la más mínima equivocación.
“No podemos decirle hoy al paciente que tiene cáncer y mañana aclararle que fue un error. Aquí no hay resquicio para la más mínima duda. Si la hay, pedimos más tiempo para hacer más pruebas, recoger más muestras, y seguir estudiando el caso hasta confirmar o descarta la enfermedad”.
En quince años, la detección oportuna de la enfermedad ha permitido que muchos pacientes hoy siguen con vida. Entre esos pacientes militares está ella que tuvo que diagnosticar su propio cáncer de útero, pero que afortunadamente hoy está viva para contarlo.
A más de hacer diagnósticos, Norma ha dedicado los últimos quince años a intentar descubrir las causas de la enfermedad. Tiene listo un estudio de cáncer de tiroides en mujeres, que está próximo a compartir con los demás estudiosos ecuatorianos y en congresos internacionales. A su criterio, este tipo de cáncer en Ecuador está relacionado directamente con el consumo de sal que es donde está el yodo.
“Si las mujeres por estar delgadas o por pensar que así pueden evitar problemas de hipertensión dejan de consumir sal también están dejando de consumir yodo y, por tanto, tienen un mayor riesgo de desarrollo tiroides y cáncer en esa zona”, dice la teniente coronel.
Ella, con su uniforme blanco y zapatos cómodos, pasa horas en el laboratorio, antes en el hospital militar de Quito y ahora en el de Guayaquil, con al menos cinco microscopios, cada uno valorado en unos 40.000 dólares, estudiando las muestras de sangre y tejidos de militares que están bajo sospecha de haber contraído la enfermedad.
De su diagnóstico depende el tratamiento que ordenen los oncólogos; quimioterapias, radioterapias, yodoterapia. En la práctica, dice, son los anátomo-patólogos los que le ponen nombre y apellido al tipo de cáncer.
Para evitar conflictos emocionales, los casos que llegan a sus manos no tienen los nombres de los pacientes -todos militares-, sino un número de registro. Aun así no puede reprimir las lágrimas cada vez que ve pintadas las células cancerígenas en la mira del microscopio. La consuela el hecho de que, por su diagnóstico, pueda ayudar a salvar la vida de esa persona.
Aunque las imágenes le revelen la presencia de células malignas, siempre hace pruebas de confirmación y consulta con médicos especialistas, a través de videoconferencias, para reconfirmar que no está equivocada.
Le gustaría que esa gama de colores intensos, “hermosamente letales”, que graba en vídeo y plasma en fotos para los informes, no fuesen reales. Pero la realidad es otra.
El trabajo de diagnóstico exige mucha fortaleza, por lo que ha encontrado una manera para animarse todos los días, por la oportunidad de vida que tiene y su misión de estar al servicio de la salud de los militares.
Ella no puede trabajar sin música y muchas veces sus compañeros pueden verla bailando y cantando a voz en cuello, ensimismada en sus estudios y en las imágenes de colores que muestran el cáncer.
La novedad
Desde este año, las Fuerzas Armadas permitieron la conscripción femenina. Son doscientas mujeres las primeras en incursionar en este tipo de preparación.
La cifra
152 casos por 100.000 habitantes. Esa es la incidencia de cáncer en el país.