Nubes de tormenta sobre Corea

A décadas del fin de la Guerra de Corea y la partición del país, el conflicto en la península de Corea sigue siendo uno de los problemas más peligrosos e intratables de nuestro tiempo. Y hoy es más peligroso (y aparentemente intratable) que nunca. El régimen norcoreano es una reliquia de la Guerra Fría: un dinosaurio estalinista que sobrevivió hasta el día de hoy, mientras Corea del Sur se convertía rápidamente en una potencia económica y tecnológica regional, y China (principal aliado y único respaldo financiero de Corea del Norte) aplicaba una política de modernización cada vez más exitosa. Todo esto dejó al régimen norcoreano aislado y fundadamente temeroso de su futuro. Así que para asegurar la supervivencia de su dictadura brutal, al gobernante Partido de los Trabajadores de Corea, liderado por el clan Kim, no se le ocurrió mejor idea que desarrollar armas nucleares y sus sistemas de lanzamiento. Hasta ahora, todos los esfuerzos diplomáticos y tecnológicos para detenerlo fracasaron. Que Corea del Norte disponga de misiles nucleares capaces de llegar a Corea del Sur y su capital (Seúl), Japón e incluso grandes ciudades de la costa oeste norteamericana es solo cuestión de tiempo. EE. UU., por su parte, instaló en Corea del Sur un sistema de defensa antimisiles. Y el gobierno de Trump ve el intento norcoreano de desarrollar misiles intercontinentales como justificación para una guerra. Si la escala de colores usada para calificar los niveles de amenaza terrorista se aplicara a la crisis de la península de Corea, habría pasado del naranja al rojo. El tiempo para llegar a una solución diplomática (o una contención de la crisis) se acaba, y la situación se acerca a un punto de definición, pues se desarrolla en un lugar estratégico extremadamente sensible. Corea del Sur y Japón (importantes actores de la economía mundial y socios íntimos de EE. UU.) están bajo amenaza inmediata, mientras China y Rusia, los dos vecinos del régimen de Pyongyang por el norte, son potencias nucleares mundiales con intereses propios en la disputa. China ve la península de Corea en términos de seguridad estratégica, y ha sido el cuasiprotector de Corea del Norte, mientras que EE. UU. de Corea del Sur. Sin presencia militar estadounidense, lo más probable hubiera sido un regreso de la guerra a la región; o como mínimo, que Japón y Corea del Sur desarrollaran su propia capacidad de disuasión nuclear. Un enfrentamiento militar en la península de Corea podría llevar a un escenario de pesadilla, con uso de armas nucleares, o incluso a un choque a mayor escala entre potencias globales nucleares, con serias consecuencias fuera del vecindario geográfico inmediato. La determinación de Corea del Norte de desarrollar misiles balísticos intercontinentales con carga nuclear implica que seguir aplicando una política de esperar a ver qué pasa ya no es opción. Durante su estadía en Corea del Sur, el secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson, habló de una “amenaza inmediata”, declaró terminada la “política de paciencia estratégica” del expresidente Obama y dijo que “todas las opciones están sobre la mesa” (incluida la acción militar). Una guerra, tanto nuclear como convencional, en la península de Corea supondría riesgos incalculables para la región y el mundo, cuyo análisis detallado nos obliga a recordar que falta poner una opción “sobre la mesa”: la diplomacia. Esto solo será posible si EE. UU. y China cooperan codo a codo y sin repetir errores del pasado. Tendrán que acordar una estrategia conjunta y tratar de reiniciar las conversaciones a seis bandas con Corea del Norte.

Project Syndicate