La ola de COVID-19 que evoca la fase más crítica
Farmacias y centros de salud copados, pero la mayoría de calles desiertas. La ciudad trata de superar el impacto de ómicron
Una foto panorámica de la calle Víctor Emilio Estrada, en el corazón de Urdesa, vacía de personas y vehículos a las 18:15 del viernes 7 de enero, acompañada de la pregunta ¿Guayaquil en autoconfinamiento?, generó en la red social Twitter más de mil reacciones y 70 comentarios divididos entre quienes sostenían que eso se debía a la gran cantidad de infectados de COVID-19 en la ciudad; y otros que alegaban que era por responsabilidad.
Lo cierto es que el panorama de calles desiertas en Guayaquil en horas pico de viernes y fines de semana no se veía desde las fases más críticas de la pandemia. Estas imágenes se han repetido ahora junto a las de largas columnas de personas esperando turno para realizarse pruebas de diagnóstico de COVID-19 en los laboratorios y centros de salud privados; y otros llevando a familiares a los hospitales públicos o esperando noticias de ellos.
En las dos primeras semanas del año, esta ciudad, en mayor magnitud que el resto del país, ha sentido el impacto del nuevo brote de la pandemia, atribuido a la presencia de la variante ómicron del virus causante de la enfermedad. Las cifras de contagios, hospitalizados y decesos se han ido duplicando en cada reporte oficial.
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Leer másComo publicara ayer este Diario, de los casi 60.000 nuevos contagios registrados en el país en los últimos 30 días, más de 20.000 están en Guayas, y de estos últimos, más de 16.500 son de Guayaquil, que lidera de lejos las cifras de nuevos infectados en este brote.
El jueves pasado, el Municipio de Guayaquil indicó que registra alrededor de 900 nuevos casos diarios y que el promedio de decesos se duplicó en una semana y llegó a 10,7 diarios.
Por ello, una semana después de la foto, así lo refleja todavía la percepción ciudadana, según comprobó este Diario a través de un recorrido por diversos lugares de la ciudad.
Eran las 11:00 de una nublada mañana del viernes. El habitual ruido de los motores y pitos de los autos no se escucha en las calles Chimborazo y Luque. En esa esquina se encontraba una de las personas que mejor sabe medir el ambiente de las calles: un vendedor ambulante. Miguel Bravo estuvo en esa esquina poco más de dos horas. “En un rato más me voy”, resuelve. Según cuenta Miguel, antes de la variante ómicron, vendía casi todas sus plantas a las 15:00 y, aún así, se quedaba un par de horas más “porque había más gente”. Ahora ni lo piensa y, si es posible, “me voy antes a mi casa”.
Una calle más abajo, en Luque y Chile, se encontraba Jaime Baque, transeúnte de las calles porteñas. “En fin de año esto (los locales comerciales) estaba lleno y mire ahora, vacíos”, comenta mientras se sorprende de la tranquilidad del centro de la ciudad. Además, por su trabajo en uno de los locales de la zona, sabe que “a las 17:00 ya está vacío” y lo atribuye a que “desde que empezó la ómicron, la gente comenzó a retirarse”. Sin embargo, con una sonrisa a medias dice que “poco a poco irá cambiando” y que “lo importante es seguir, pero cuidándonos”.
Aquí todo el movimiento es por las tiendas. Antes los garajes cerraban a las 19:00, ahora cierran a las 17:30 porque a esa hora ya todo el sector está muerto
Ya casi al mediodía, el sol seguía sin aparecer y la misa de la iglesia de San Francisco estaba por terminar. En el portón se encontraba Manuel Magallanes, lotero desde hace más de 25 años. “No hay mucha gente. Normalmente a esta hora (de la misa) salía mucha gente”. Además, reflexiona que a pesar de que el 31 de diciembre le dio el “trancazo”, lo importante es que “con la ayuda de Dios se puede trabajar”. Sin embargo, al igual que Miguel Bravo, ya no se queda hasta las 18:00 para “no perder mi tiempo”.
Al pie de la iglesia, en la Plaza Vicente Rocafuerte, estaba María Gabriela Velasco sentada en una banca junto a su perro. Al igual que Miguel, Jaime y Manuel, ella considera que la situación actual “es porque no supimos ser responsables cuando nos dieron rienda suelta”.
Estamos más conscientes que la primera vez que (el COVID) nos agarró desprevenidos. Hay que estar unidos y cuidarnos para que todo esté bien
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Leer másSin embargo, cree que en esta ocasión “estamos más conscientes de que debemos cuidarnos”. Mientras acaricia a su perro, comenta que lo más importante que le ha enseñado la pandemia es “estar en unión y orar mucho para que nuestros familiares no sean los que a diario mueren”. Mientras nuevos creyentes buscan la iglesia para la nueva misa, María Gabriela dice algo con el sentir de muchos ecuatorianos: “las cosas van a mejorar”.
El Ministerio de Salud Pública había advertido de que estas dos semanas serían las más complicadas del nuevo brote y donde más subirían las cifras de nuevos infectados, que alcanzaría el pico el 15 de enero.
No obstante, a diferencia de los meses de abril y mayo de 2020 y los de inicios de 2021, esta vez no están las dolorosas imágenes de cuerpos de fallecidos en las calles o de las filas de vehículos con ataúdes frente a los cementerios. Y, por ahora, tampoco las de familiares pugnando por tanques de oxígeno para sus parientes graves.
Las autoridades nacionales y locales de Salud, así como médicos y epidemiólogos, lo atribuyen al efecto de las vacunas contra la COVID-19 que ha recibido ya el 80 % de la población objetivo del país.
La ministra de Salud, Ximena Garzón, ha reiterado también que no hay una saturación o colapso de las áreas de hospitalización y de unidades de cuidados intensivos (UCI), como en las olas anteriores. Y, en la última rueda de prensa del Comité de Operaciones de Emergencia (COE) Nacional, efectuada el jueves, expresó su previsión de que, a partir de esta nueva semana, las cifras de la pandemia se estabilicen y comiencen nuevamente a bajar.
De ser así, la ciudad podría retomar otra vez su ritmo y ambiente habitual. Algo que lo podrán confirmar o no los vendedores ambulantes. O alguna otra foto de la Víctor Emilio Estrada a las 18:15 de un viernes.