El pais luce petrificado
Guerra por el matrimonio igualitario. Guerra por la minería. Guerra por el aumento simbólico de las gasolinas. Guerra por el acuerdo del Gobierno con el Fondo Monetario Internacional. Guerra por el anuncio de flexibilización del Código del Trabajo... En Ecuador no hay polémicas o debates que, como se sabe, privilegian las ideas, los argumentos y son imprescindibles para tomar decisiones sostenibles y sustentables en el tiempo. Hay guerras. Hay cruzadas. Como si se tratara, a cada vez, de eliminar al adversario. De asesinarlo, así sea simbólicamente.
Aquellos que ayudaron a subir al poder a Rafael Correa y que nada dijeron, o tan poco, sobre su derroche durante diez años, enfilan su artillería contra el FMI. Los grupos sociales y los sindicalistas de siempre, vuelven a resucitar sus argumentos eternos. Lo mismo hacen ciertos grupos empresariales que aman ser protegidos por el Estado y que han interiorizado, y lo dicen, que su capacidad de competitividad es directamente proporcional al dinero público que se inyecta graciosamente en sus negocios. Qué no decir de los grupos religiosos que con el matrimonio igualitario anuncian que ven en el horizonte Sodoma y Gomorra y la decadencia absoluta del país. Como si la homosexualidad no fuera tan vieja como la humanidad. Y no hubiera matrimonios homosexuales desde la antigua Roma.
Los que tienen empleo se oponen a que los que no tienen puedan acceder a uno. Miran el mundo como si no hubiera salido de la primera revolución industrial. Quieren que haya empleo de 40 horas semanales, de lunes a viernes, de ocho a cinco, con horas extras los sábados y domingos... Y la obligación, hecha ley, de que les den tanta estabilidad que les permita jubilarse en la misma empresa. No ven el mundo en que viven y sus formas de trabajo: virtual, sin lugar fijo, a domicilio, con horarios a la carta, a destajo, por estación o por proyecto... Formas que vuelven al empleado más autónomo y le transfieren el control de su tiempo.
Para ellos el empresario quiere flexibilizar el trabajo solamente porque quiere ampliar la explotación. No admiten las dinámicas derivadas de la explosión tecnológica y usan su capacidad de presión para impedir que la sociedad asuma la nueva cultura laboral. Con el seguro ocurre lo mismo. Solo hay una forma de entender la vinculación de los ciudadanos con la Seguridad Social. No hay cómo debatir de otras formas de seguro y cobertura médica, a pesar de que hay conciencia de que el IESS, tal y como funciona, va camino al colapso financiero.
Los grupos de presión no hacen propuestas que no sean corporativas. No dan paso a ninguna reforma. No salen de ese pensamiento circular en el cual siempre se otorgan la razón y siempre tienen un chivo expiatorio para echar a rodar montaña abajo. No hay cómo sorprenderse de que el país viva anquilosado, con problemas que parecen inmutables.
El ‘statu quo’ tiene petrificada a la sociedad. Y está probado que mientras imperen los catecismos polvorientos y los pensamientos medievales, será imposible establecer puentes entre esas visiones y las nuevas opciones que ofrece la contemporaneidad. El correísmo agigantó esta percepción disparatada de que por fuera de un dogma, cualquier cambio es una traición, una trampa, una concesión inconcebible hecha al enemigo, un paso hacia el abismo.
De espaldas al futuro, asustada, prendida como garrapata al Estado y deseosa de confundir la esfera pública con una catedral: así luce la sociedad frente a los retos que se encaran con debates, polémicos si se quiere, pero no con anatemas.