Desde el páramo, Quito calma la sed

¡Fuuuuuuu...! El viento resopla, golpea el oscuro pajonal y la intensidad del sol pierde fuerza ante el gélido ambiente. Los dedos se entumecen, se enrojecen y los músculos de la cara se contraen. El termómetro marca 7 grados centígrados.

La rigidez del clima es parte del blindaje que utiliza el activo volcán Antisana, cuyo pico alcanza los 5.753 metros sobre el nivel del mar, en la parroquia rural Píntag, en el suroriente de Quito. Su misión es una, salvaguardar el elixir de vida que en silencio y con sigilo se escurre entre su páramo: el agua dulce.

Parecería que convertirse en el amo y señor de este líquido solo depende de abrir o cerrar la llave, de pagar por ella e incluso de exigir por su presencia. Pero el origen es lo que marca su real importancia.

En lo alto de las montañas como esta o el Atacazo, Pichincha, Cotopaxi, Cayambe, se forman las reservas de agua con las que hasta el día de hoy los capitalinos se mantienen vivos. En total son 150 mil hectáreas las que hacen posible esta bendición natural.

Solo para Quito, la Empresa Pública Metropolitana de Agua Potable y Saneamiento y el Fondo de Agua hicieron posible la construcción de 240 puntos de captación. En promedio, quienes viven en el Distrito Metropolitano reciben cerca de 2.500 litros por segundo que se extraen del páramo, de los riachuelos y también de los glaciares.

Es jueves. Y el minutero del reloj casi alcanza las 10:30. Caminar sobre una de las planicies que bordea al Antisana es casi como pisar una esponja de colchón que se corruga lento, pero también recupera presurosa su forma.

Este es uno de los humedales localizados en las 8.000 hectáreas de esta zona, todas bajo el resguardo de la Epmaps. Lo que pocos saben es que de aquí, horas más tarde se extraerá el agua que llegará ya tratada hasta los grifos de los hogares de la gran capital.

“El 95 % del abastecimiento de agua para Quito depende del páramo. El agua no viene de los glaciares como muchos pensarían. Todo se forma bajo suelos volcánicos porosos con componentes de aire, donde retienen agua de la lluvia, neblina e incluso desprendimientos del nevado. Sobre esto se forma una capa vegetal que los recubre y protege y luego esto se canaliza a una zona de captación y desde ahí se envía el agua a la ciudad para su potabilización y consumo final”, recita con devoción Rafael Osorio, quien a más de ser ingeniero especialista en temas del agro y recursos hídricos es un convencido defensor de este recurso que cada día es más amenazado por el mismo ser humano que la utiliza, incluso con mezquindad.

El recorrido continúa 35 kilómetros adentro, desde el parque central de Píntag, cuyo significado, por cierto, es “culebra corrediza”. La laguna La Mica es el objetivo cumbre, donde más allá de la admiración que provoca en turistas nacionales y extranjeros, es la fuente de reserva más importante que tiene la ciudad.

Al llegar a ella, en la mitad de lo inconmensurable e imponente que se muestra, una boya color naranja se tambalea en sus aguas. Este dispositivo toma muestras permanentes de agua para garantizar que los ciudadanos beban algo de calidad.

Por segundo, La Mica se desprende de 2.000 litros. Todo para que los ciudadanos de los barrios del sur, principalmente, sacien su sed.

Sobre el borde derecho de esta fuente gigante se apuesta Viviana Muñoz, gerente de Ambiente de la Epmaps. Luce contemplativa, pensativa y suelta que para hacer la represa que hoy en día aquí funciona se invirtió mucho dinero. No precisa cuánto porque para ella tiene más valor hacer énfasis en el por qué y para qué se la hizo.

“La gente necesita hacer conciencia sobre el uso del agua. No es cuestión de abrir y cerrar la llave para que les caiga como milagro. Detrás existe un largo proceso, un arduo trabajo por conservar lo que la naturaleza nos provee. Necesitamos desperdiciar menos porque La Mica hoy por hoy es esa fuente que no nos va a dejar morir de sed. Siempre hacemos monitoreos del agua cruda que enviamos. Siempre estamos pendientes de proteger el páramo. Pero también necesitamos que las personas hagan su parte y vean en esto al verdadero tesoro irrecuperable”, dice con un tono en el que guarda un ápice de esperanza por ser escuchada.

Entre 10 y 12 horas es el tiempo que le toma al agua que sale de este embalse para llegar hasta la comodidad de los hogares. Tras atravesar por una, dos o por las cinco compuertas de esta estructura de cemento, ingresa por dos tubos de acero inoxidable, de un diámetro de más de dos metros.

En un segundo se movilizan por estos conductos cilíndricos blancos 800 litros. De estos, 750 van a la planta El Troje y los restantes a Puengasí.

Este proceso se repite en las diferentes plantas de captación que tiene la capital, desde donde se cuida el agua, se la analiza, se la mueve, se la potabiliza y también se la contempla porque su formación para quienes la conocen de cerca ya es un milagro... uno que sigue a la espera de ser valorado por aquellos que la creen eterna y que cada día se escurre más entre sus manos.

• Las partes iniciales del proceso 120 metros de longitud tienen las tuberías construidas para la conducción y descarga del agua cruda de la ciudad.

• Embalse. En la laguna La Mica se construyó una infraestructura amigable con el medioambiente, en calidad de reserva del agua dulce.

• Los ríos .En esta zona del Antisana se captaron tres ríos que ayudan en menor cantidad al abastecimiento: el que lleva el mismo nombre del volcán, Jatunhuayco y Diguchi.