Parentesis militar

Al finalizar la década de 1950, la Blacio Junior y la Costa Rica Swing Boys eran consideradas las mejores orquestas guayaquileñas. La gente bailaba valses, mambos, rumbas, congas y guarachas, intercalados con pasodobles, pasillos y boleros. Las fiestas

Al finalizar la década de 1950, la Blacio Junior y la Costa Rica Swing Boys eran consideradas las mejores orquestas guayaquileñas. La gente bailaba valses, mambos, rumbas, congas y guarachas, intercalados con pasodobles, pasillos y boleros. Las fiestas de sociedad eran muy formales, los caballeros asistían de terno y corbata, aunque a la salida concurrían a consumir los aplanchados de las carretillas del malecón, los secos de gallina del frigorífico o los de frente a la maternidad, conocidos también como ‘secos de placenta’.

Con Fresia Saavedra, que a pesar de su juventud ya había triunfado incluso en Lima, a quien había conocido en el programa ‘Álbum Musical Radio América’, grabó un disco sencillo para el sello Cóndor, propiedad de la compañía Ifesa, que dirigía Alfonso Murillo García. De un lado estaba el yaraví ‘Pobre mi madre querida’ del compositor Alberto Guillén; y del otro, el pasillo ‘Mi corazón’. Rosalino Quintero los acompañó con la guitarra, pero el disco no tuvo mucho éxito.

Poco después, su maestro Carlos Rubira Infante le propuso grabar su composición en ritmo de pasillo titulada ‘Esposa’ para el sello Ónix, de José Domingo Feraud Guzmán. El acompañamiento volvió a estar a cargo de Rosalino Quintero.

Ya era un cantante conocido y los artistas lo apreciaban. La popular Fresia Saavedra (cuando cantaban juntos) solía decirle ‘Barrigache’ por lo gordito. En cambio, Julio era muy respetuoso con ella, a quien solo mencionaba como “mi señora”.

De estas épocas son algunas de sus mejores anécdotas. Eddi (el ‘Chino’) Flores contaba que Julio le dio a guardar una noche cinco mil sucres que acababa de ganar, para no malgastarlos, pero que un carro atropelló y mató a un humilde carretillero cerca del lugar donde estaban bebiendo. Como los familiares del fallecido no tenían dinero para enterrarlo, Julio se conmovió y les entregó cuatro mil seiscientos, sin aspaviento alguno. Por eso el pueblo le quería y hasta le cuidaba, pues otra noche se acostó en una acera cercana a su casa y se quedó profundamente dormido abrazado a su guitarra. Unos policías se le acercaron, y creyendo que se lo iban a llevar preso, salió de las sombras un grupo de vecinos y se armó una trifulca que acabó con la detención de varios. Julio ni siquiera se enteró al día siguiente de que varios desconocidos habían velado su sueño.

En el 54 cobró mayor notoriedad cantando boleros con el acompañamiento del guitarrista Abilio Bermúdez en los intermedios de las tres funciones que diariamente se pasaban en el popular cine Guayas. Más tarde lo haría solamente con Rosalino Quintero en los intermedios de las nocturnas de los jueves, viernes y sábado y siempre con llenos completos. Tanto así, que el propietario los contrató incluso para los domingos, cuando se reforzaban con los guitarristas Sergio Bedoya y el ‘Chino’ Ruiz y el bongocero Luis (‘Cara de Haba’) Alarcón. Pero no todo le salía bien, pues una chica quinceañera y bastante histérica se empeñó en acosarle (asistía a todas las funciones, le aplaudía escandalosamente y lo esperaba a la salida), hasta que Julio terminó por seducirla una tarde detrás del escenario. A las pocas semanas, la chica lo denunció a la policía, se armó un problema y desde entonces algunos malquerientes, para molestarlo, solían chiflearlo y Julio terminó por dejar de cantar en dicho cine.

A finales de ese año, los militares se lo llevaron a la conscripción a la fuerza por su condición de remiso, sacándole de la oficina de Francisco Feraud Aroca en el bulevar. Primero estuvo acuartelado en el batallón de infantería N° 3 Guayaquil, cuyo comandante era el mayor Lorenzo Hinojosa Calero. Pero al poco tiempo lo pasaron de ordenanza a la Segunda Zona Militar y comenzó a realizar esporádicas intervenciones artísticas con licencias que le conferían sus amigos oficiales, quienes las más de las noches lo cargaban farreando en serenatas, fiestas particulares y sitios poco recomendables. Quizá por esta causa Julio terminó acomodándose definitivamente en una bohemia de malas noches, tragos, cigarrillos y mujeres de la vida, lo que a la postre afectó su estado general hasta provocarle prematuramente la muerte.

Una mañana, el jefe de zona, coronel Piñeiros, lo mandó a lavar el carro y como Julio se escapó, sus amigotes militares, para evitarle el castigo, consiguieron su pase a El Oro, donde terminó la conscripción.

De regreso a la casa de su madre abandonó a Irene, aunque ella siguió viviendo cinco años más con doña Apolonia, pues se llevaban y querían mucho.