
El peligroso viraje que toma el debate público en el Ecuador
El descrédito se ha vuelto parte del panorama político. Aunque puede ser estratégico, intensifica la polarización
El careo de segunda vuelta entre el presidente y candidato Daniel Noboa y la candidata correísta Luisa González evidenció una tendencia que ha cobrado fuerza en Ecuador desde hace algún tiempo atrás: la desacreditación como eje del debate político.
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Si bien los ataques estratégicos y las diferencias ideológicas siempre han sido parte del juego político-electoral, en la discusión entre políticos se ha normalizado lanzar acusaciones sin pruebas ni asumir responsabilidad alguna.
El debate presidencial del domingo pasado fue un claro reflejo de esto. Noboa acusó a la campaña de González de recibir financiamiento de una mafia, mientras que ella señaló que el movimiento político del presidente está dirigido por una persona vinculada al narcotráfico.
Para la académica y experta en comunicación Caroline Ávila, el tono confrontativo del debate responde al contexto polarizado de la segunda vuelta. “Si en este escenario hubiese primado un debate con discusiones largas y propuestas, no habría tenido impacto en el votante”, explica.
Ávila también apunta que la estrategia funcionó: las acusaciones mutuas lograron instalar temas en la agenda pública, generando un efecto mediático que trasciende el debate en sí. “El debate es un punto de arranque desde lo comunicacional, pero no un espacio de decisión”, subraya.
No obstante, Ávila reconoce que cuando la polarización es afectiva y no ideológica, “estamos en una suma cero, atacando y denostando al otro permanentemente. Ese tipo de debate no construye sociedad, solo la polariza”.
Este fenómeno no se limita a las campañas electorales, sino que se ha trasladado al ejercicio cotidiano del poder. Un claro ejemplo es el enfrentamiento entre el alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, y el ministro de Gobierno, José De La Gasca.
Álvarez ha desacreditado públicamente al ministro, llegando a compararlo con personajes de tiras cómicas en sus redes sociales. De La Gasca, por su parte, responde llamándolo ‘Rataquiles’ y poniendo en duda su gestión frente al Municipio de Guayaquil.
Para el consultor político y exsecretario de Comunicación Gustavo Isch, estos comportamientos, arrastrados por años, dejan una sola conclusión: “El país está en medio de la peor clase política que se ha visto en nuestra historia republicana”.
Si bien Isch reconoce que en el pasado han existido personajes políticos polémicos, como los expresidentes Abdalá Bucaram y Rafael Correa, destaca que la diferencia radica en que ahora ese comportamiento se ha generalizado y, peor aún, normalizado o incluso validado por la sociedad ecuatoriana.
Abordar este tema es más trascendental de lo que parece, advierte Isch, especialmente porque la desconfianza ciudadana en las instituciones del Estado nace de la percepción que la sociedad tiene de sus propias autoridades y su comportamiento.
“Las instituciones son representadas por personas. Cuando la gente dice que no le cree al Consejo Nacional Electoral (CNE), es porque observa a sus consejeros y a su presidenta; cuando afirman que la Asamblea Nacional no sirve para nada, es porque ven a sus representantes. No es un tema al aire”, sostiene Isch.
En ese sentido, el jurista y exasambleísta Héctor Muñoz señala que este complejo escenario evidencia un acuerdo de convivencia desgastado en la sociedad ecuatoriana, impulsado por el descrédito entre políticos, lo que dificulta la construcción de un futuro común.
“Sería lamentable que lo que vimos el pasado domingo se convierta en la nueva forma de debatir de la clase política. El país necesita un poco más de altura para discutir los problemas principales y salir de las crisis que nos aquejan”, enfatiza.
También recuerda que la primera vuelta electoral mostró un país políticamente dividido a la mitad, “lo que significa que el otro 50% de la población no piensa igual, por lo que es necesario lograr acuerdos; de lo contrario, lo que se avecina será invivible”.
¿Cómo cambiar este panorama?
De acuerdo con Caroline Ávila, dotar de mayor profundidad al debate político no debe limitarse solo a los debates electorales, sino a todo el contexto político y al ejercicio del poder en sus diferentes niveles.
“Si queremos mayor contenido en el debate político, deben generarse más espacios en el periodismo, por ejemplo, para que en lugar de denostar al otro, se discutan propuestas. La sociedad tiene que aprender a conversar de otra manera. Si los políticos no lo hacen, seamos nosotros, desde la academia y el periodismo, quienes impulsemos el cambio”, señala.
Muñoz agrega que no solo se debe cuestionar a los políticos, sino que la sociedad también debe reflexionar y comprender que quien piensa diferente no es necesariamente un delincuente, corrupto, borrego o florindo.

Por su parte, Isch insiste en que las autoridades políticas marcan la pauta del comportamiento social. Por ello, el consenso al que la clase política debería aspirar es jugar en la cancha electoral y del debate público priorizando los intereses ciudadanos y no las agendas partidistas que dividen a la sociedad.
Un tema viejo que ahora abunda en la política
El consultor político y exsecretario de Comunicación, Gustavo Isch, sostiene que, si bien hoy en día se observa un comportamiento poco profesional en políticos y autoridades, esto no es algo nuevo.
De hecho, recuerda que señalamientos similares se han hecho a figuras como los expresidentes Abdalá Bucaram y León Febres-Cordero, o el exalcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, aunque con sus diferencias.
Incluso señala que el ejemplo más reciente de este tipo de comportamiento se observó durante el mandato del expresidente Rafael Correa, donde no solo se desacreditaba a la oposición, sino también al pensamiento crítico y a los medios de comunicación.
Aunque esos rasgos nunca desaparecieron de la política ecuatoriana, Isch sostiene que existe un repunte y el descrédito y la falta de argumentos se ha vuelto una actitud generalizada en el ejercicio del poder.
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