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Daniel Noboa e Informe a la Nación
El presidente Daniel Noboa (c), acompañado de su esposa, Lavinia Valbonesi (i), y el presidente de la Asamblea Nacional, Henry Kronfle (d), sale tras presentar su primer informe a la nación.José Jácome / EFE

Daniel Noboa, la misma medicina en empaque ‘fashion’

Para Rafael Cuesta, resulta decepcionante que jóvenes supuestamente modernos y liberales, piensan como burócratas

Sinceramente no esperaba nada nuevo en la rendición de cuentas del presidente. Después de todo, tan solo ha gobernado seis meses. Sucedió lo que era de esperarse, una réplica mal escrita de los viejos discursos de mandatarios anteriores.

A grandes rasgos, fue una exaltación de lo bien que lo ha hecho en tan poco tiempo a pesar del desastre que le dejaron. Nos dijo, al igual que sus antecesores, que por eso tuvo que adoptar medidas duras, pero que el pueblo las comprende, que su gobierno ha tomado decisiones que otros no se atrevieron y, entregó una interesante lista de obras realizadas en algunas partes del país. Apegándose a lo clásico, el discurso estuvo matizado con muchos “somos humildes”, unos cuantos “somos honestos” y algunos “los que nos atacan no quieren a la patria”.

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De todo lo realizado en estos seis meses, podemos destacar la entereza que ha tenido Daniel Noboa al haber iniciado una guerra contra los grupos delincuenciales. Ese hecho es mucho más de lo que hubiéramos esperado de cualquier otro político en el poder, aunque algunas cifras parecen no cuadrar. Por ejemplo; 35.000 detenidos. ¿Dónde están? ¿Cuántos han sido procesados? O, la reducción del 27 % de muertes violentas, ¿con respecto a cuál periodo?

Esas cifras extrañas serán utilizadas por sus detractores para cuestionar el Plan Fénix, porque, aunque el presidente diga que “ahora son los delincuentes los que tienen miedo de salir y no los ciudadanos”, la realidad es otra. Quizás le faltó esa humildad de la que habló y debió decir que “hemos avanzado”, en lugar de “hemos logrado”. O, explicar que hoy los delitos serían muchísimos más de los que veíamos a diario si no fuera por los operativos; que la curva ascendente de delitos que se veía en el 2023 ha empezado a bajar.

Ese es el gran avance de Daniel Noboa en sus primeros seis meses de gobierno y lo aplaudimos. Pero, esa es la única diferencia entre él y el resto de presidentes de este siglo. En todo lo demás es lo mismo que sus antecesores. Incluso, tiene muchas similitudes en sus actitudes, yo diría que demasiadas, con algunos de ellos. Su afán confrontador, y la forma de tomar decisiones casi sin reflexionar me recuerdan el comportamiento autoritario de Rafael Correa tratando de mostrar que era él quien mandaba. Cuando se desentiende de problemas sobre los que el país requiere una respuesta del mandatario, actúa igual que Lucio Gutiérrez o Lenín Moreno evadiendo sus responsabilidades. Y, cuando se encierra en su burbuja de panas, dedicados a satisfacer sus caprichos, sin importar a quién le hace daño, es idéntico a Guillermo Lasso, un presidente que no tuvo empatía por nadie más que por él mismo.

Daniel Noboa tiene todo para ser un gran presidente. Inteligencia, capacidad y popularidad, pero debe evitar los mismos errores de comportamiento que cometieron sus antecesores, para no convertirse él mismo en su principal enemigo.

Si dejamos a un lado el tema de la seguridad, las decisiones que ha tomado el Gobierno de la nueva generación son las mismas que nos aplicaron los tecnócratas de antaño con las mismas ideas anticuadas, con las mismas recetas de hace más de dos décadas, dándonos la misma medicina impuestera, creando más estado y destruyendo la iniciativa privada. Sorprende ver a jóvenes treintañeros que quieren hacer lo mismo que hicieron las viejas generaciones de políticos y que nos hizo fracasar. 

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Obviamente los resultados serán los mismos: Un sistema de salud corrupto y destruido, sin médicos ni medicinas, con hospitales sin las más básicas condiciones de higiene y salubridad. Apagones eléctricos porque las presas están repletas de lodo y no de agua por falta de mantenimiento. Una economía popular deteriorada con productos inaccesibles para los más pobres por la asfixia tributaria. Es verdad que el Gobierno hace todo lo posible por superar la crisis, pero nunca lo va a lograr repitiendo fórmulas que tienen treinta años fracasando.

Resulta decepcionante que jóvenes supuestamente modernos y liberales, de repente piensan como burócratas dorados y socialistoides. Jóvenes que antes criticaban el intervencionismo estatal, hoy se muestran convencidos de que se puede impulsar la economía desde el sector público cuando el mundo entero nos muestra que las economías prósperas son aquellas impulsadas por la gente privada y no por el Estado.

Estamos frente al mismo viejo populismo que cuando le conviene se declara de centro izquierda, pero se allana a lo que le impone el FMI. Que nos habla de libertades, pero nos encarcela con impuestos y trámites que nos ahogan; un populismo que promete combatir la corrupción, pero pacta con corruptos. Que se autocalifica de humilde y bondadoso, pero no tiene reparo en avasallar sin piedad a sus adversarios.

Un populismo que nos vuelve a hablar de la patria, del honor, de la soberanía y que con él las cosas sí van a funcionar, pero en realidad no es más que la misma medicina en empaque ‘fashion’.

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