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Claudia Sheinbuam, presidenta de México en tarima
Claudia Sheinbuam, presidenta electa de México tomará posesión de su mandato el próximo 1 de octubre de 2024.Tomada de la cuenta de X Claudia Sheinbuam

Posesión de Claudia Sheinbaum: Los reyecitos que odian a los reyes

La exclusión del rey de España de la ceremonia de cambio de mando en México tiene su lado trágico y su lado cómico

La cortina de humo de Claudia Sheinbaum y Andrés Manuel López Obrador es magia pura. Con ella lograron disimular, en una sola jugada y sin despeinarse siquiera, los nubarrones que amenazaban con enturbiar la transmisión del mando, programada para este martes 1 de octubre: la caída en picada de las inversiones, como consecuencia de la reforma a la justicia, y la resultante ‘recesión técnica’ que varios analistas consideran ya inevitable; el descontento por esa misma reforma, que es mucho peor que la peor de las metidas de mano en el sistema de justicia que hayamos visto por estas latitudes (lo cual es decir mucho) y que está colocando a López Obrador al nivel de los más arbitrarios dictadores de la región; el estado de guerra abierta que se vive en Sinaloa a causa del enfrentamiento entre carteles del narcotráfico rivales; el décimo aniversario de la matanza de Ayotzinapa, que se conmemoró el jueves pasado sin que el presidente saliente haya cumplido su promesa de verdad y justicia, acaso porque descubrió que ni la una ni la otra le convenían políticamente… Esa es la agenda de la que no se está hablando. En su lugar, el debate sobre la transmisión del mando se centra en el más intrascendente de los temas: la conquista de México por Hernán Cortés, tan urgente para el futuro de la nación como que ocurrió hace 500 años.

Ese viejo y pernicioso resentimiento

1. Todo empezó con la famosa carta que López Obrador dirigió al rey Felipe VI en marzo de 2019, conminándole a pedir disculpas al pueblo mexicano, en nombre de España, por “los agravios causados” (así dice la carta) durante la conquista. La ocurrencia abrió el debate sobre la historia a ambos lados del Atlántico. En España, la izquierda republicana que reniega del pacto constitucional de 1978 (hasta el extremo de secundar los proyectos separatistas de los nacionalismos más reaccionarios) aprovechó la coyuntura para cuestionar la vigencia de la monarquía. En América, el relato de la victimización, que se alimenta de traumas y resentimientos que no le hacen bien a nadie, encontró un nuevo motivo para fomentar el conflicto en lugar de la reconciliación.

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El caso es que Felipe VI nunca respondió y en esa omisión Claudia Sheinbaum encontró un nuevo ‘casus belli’. Esa falta de respuesta, ha dicho la presidenta electa en un comunicado farragoso y mal escrito, es una afrenta intolerable. Motivo por el cual decidió no invitar al rey de España a su investidura: nomás al presidente y a la vicepresidenta de Gobierno, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz

Error diplomático de bulto: el protocolo manda que este tipo de invitaciones se cursen al jefe de Estado, es decir, en el caso de España, al rey. Sánchez y Díaz tienen afinidad ideológica con Sheinbaum y López Obrador, y seguramente se mueren de ganas de asistir, sobre todo a la fiesta. Él, en guerra con los jueces de su país ahora que su esposa tiene que responder ante ellos por cargos de corrupción, quizá sienta envidia de la reforma del sistema judicial mexicano, impensable en Europa. Ella, antimonárquica confesa, suscribe todo lo dicho por López Obrador acerca de “los agravios” de la conquista. Pero ni modo, les toca ser institucionales, así que ninguno asistirá.

Hacia la creación de una mitología oficial

2. Mientras se debate intensamente si debe o no España disculparse con América por la conquista, hay un aspecto de la carta de López Obrador que ha pasado inadvertida a pesar de su gravedad. Lo cita íntegramente Claudia Sheinbaum en su comunicado, así que cabe suponer que lo suscribe. Es la parte en la que le propone al rey “que ambos países acuerden y redacten un relato compartido público y socializado de su historia común, a fin de iniciar en nuestras relaciones una nueva etapa”.

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Lo que el presidente de México está proponiendo es que ambos Estados (se entiende que los delegados que nombren sus gobiernos) se sienten juntos para redactar una versión de la historia que se ajuste a las necesidades de sus agendas políticas actuales. Y que esa versión de la historia quede inscrita en piedra y sea adoptada, para todos los efectos, como la oficial que se impartirá en las escuelas y será obligatoriamente reconocida por las academias. 

Una barbaridad que sólo cabe en los delirios de un autócrata, llámese Mussolini, Stalin, Hitler o Franco. Porque lo mejor que cabe esperar del estudio de la historia es que sus conclusiones se encuentren siempre en discusión. Lo propio de los países democráticos es incentivar la aparición de varias versiones de su propia historia. Lo contrario, lo que proponen López Obrador y Sheinbaum, no es historia: es mitología.

El reyecito que no puede ver a los reyes

3. Esta historia tiene también, como cabía esperar siendo López Obrador el protagonista, su lado cómico. Está claro que lo propio de Morena, el partido de gobierno en México, reencarnación del PRI para consumo de la nueva izquierda, es el rechazo a la monarquía como forma de gobierno.

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“México no admite reyes”, pregonaba provocativamente el podemita Pablo Iglesias en su nuevo programa de televisión, probablemente financiado, como los anteriores, por gobiernos tiránicos del otro lado del Atlántico. Y mientras la izquierda hispanoamericana aplaudía esta demostración de dignidad y de espíritu democrático, Andrés López Beltrán, mejor conocido como Andy, hijo del presidente de México y sin trabajo conocido, asumía (mejor dicho: heredaba de su padre) la secretaría general de Morena, uno de los mejores negocios de México. Algo que en las monarquías constitucionales europeas (Inglaterra por ejemplo, Dinamarca, Noruega o España) sería inconcebible e impresentable, pero en estas repúblicas progresistas resulta de lo más normal.

En realidad, la vocación democrática de López Obrador y Claudia Sheinbaum, que tanto celebran los republicanos españoles, termina donde comienza su lista de amistades. El rey de España no está invitado a la investidura presidencial, pero sí lo está el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro. Porque ser rey está muy mal, pero hacer un fraude electoral para perpetuarse en el poder está muy bien. También el dictador Miguel Díaz Canel, heredero de una dinastía que gobierna Cuba desde hace 65 años, asistirá a esta fiesta democrática. Y Vladímir Putin, el mandatario vitalicio de Rusia que mantiene una democracia invadida. México no admite reyes, como dice Pablo Iglesias, nomás dictadores. Y ningún otro rey que no sea el suyo propio.

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El gran negocio de hacerse la víctima

4. Está visto que todo es un gran fraude: un distractor para evitar los temas incómodos (más que incómodos: trágicos) de la agenda política mexicana. Y, sobre todo, una gigantesca hipocresía para sacar réditos políticos de lo que constituye el discurso dominante de la izquierda identitaria contemporánea: la construcción de la víctima. Porque esa izquierda vive de mantener vivo el conflicto en el seno de sus sociedades, y nada garantiza mejor la sobrevivencia del conflicto como la fabricación de víctimas. Y la de López Obrador y Sheinbaum es la víctima histórica emblemática de la modernidad: el bueno salvaje agredido por el blanco europeo. 

De ahí el éxito global de su jugada. Es en ese contexto que el presidente de México emplazó al rey de España para que se disculpara, reconociera los “agravios causados” y juntos asumieran la tarea de reescribir la historia. Lo que están buscando los líderes de Morena es el reconocimiento internacional de su condición de víctimas. Y no hay negocio político mayor que ese.

  • Mitologías

Lo que pidió López Obrador al rey de España no sólo fue una disculpa: le propuso sentarse juntos a reescribir la historia de los dos países, como hacen los autócratas.

  • Demócratas

El rey de España no fue invitado, pero sí el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro; el de Cuba, Miguel Díaz Canel; y el de Rusia, Vladímir Putin, que tiene una democracia invadida.

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