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DANIEL NOBOA Y ALVARO NOBOA CONDECORACION
El presidente Daniel Noboa y su papá, el empresario Álvaro Noboa.TOMADO DE LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA

El presidente Daniel Noboa rindió tributo a su papá, no a Guayaquil

Análisis | Eludió los temas urgentes y los dio por solucionados. En el homenaje a la ciudad, ni siquiera habló de la ciudad

Nueve de octubre en la Gobernación del Guayas: lo que debió ser el tributo del Gobierno a una ciudad golpeada por la doble crisis de la inseguridad y de la energía, terminó convertido en el autocomplaciente homenaje de Daniel Noboa a su propia dinastía familiar.

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La sorpresiva entrega de la Orden Nacional al Mérito en el grado de Gran Cruz a su padre, el cuatro veces candidato a la presidencia Álvaro Noboa, fue el pretexto del que se sirvió el presidente para eludir los temas espinosos de la agenda pública: de los once minutos que duró su corto discurso oficial (diez, descontando los vocativos), ocho estuvieron dedicados a enaltecer la figura paterna y el legado que ha hecho de él, su hijo (y esto lo mencionó no una sino 16 veces), un “líder improbable”.

Esa misma mañana, el ministro de Energía, Antonio Gonçalves, solo y sin el respaldo aparente de ningún equipo de gobierno, de ningún gabinete de crisis, como correspondería al momento extremo que atraviesa el país por el colapso del sector eléctrico, se presentó en cadena nacional para hacer el más impopular de los anuncios: la situación en las centrales hidroeléctricas se había agravado y los racionamientos se duplicarían.

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Resultado de la imprevisión y de los intentos del Gobierno por ocultar la verdadera dimensión de la crisis, omisiones que el ministro Gonçalves terminó asumiendo tácitamente por sí solo al presentar su renuncia horas más tarde. Pero de esto Noboa no dijo una palabra en su discurso, pronunciado con esa altiva displicencia con la que ha aprendido a disfrazar su falta de elocuencia. Como si el problema estuviera ya solucionado o, pero aún, no fuera con él.

Dos días llevaba el presidente evitando las comparecencias públicas. Se lo esperaba en Socio Vivienda, donde debía constatar el avance de la obra de la urbanización Sueño Guayaquileño: no se presentó. Se había anunciado su presencia en un acto oficial en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), que atraviesa una crisis de gestión agravada por las diferencias del Ejecutivo con el Municipio de Aquiles Álvarez: también aquí dejó plantados a los invitados; y a los medios, que confiaban en obtener alguna declaración política del presidente. De toda su agenda por las fiestas de Guayaquil, el único acto ineludible era la sesión solemne del miércoles en el salón Simón Bolívar de la Gobernación. Nadie esperaba que llegara allí oculto tras la sombra de su padre.

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Entre la figura de Álvaro Noboa y la suya propia como heredero y “líder improbable” del país (concepto que manejó con insistente y confusa ambigüedad, hasta el extremo de exclamar “tenemos que ser extraordinariamente improbables”, lo que sea que esto signifique) giró todo el discurso del presidente. Que si su padre logró el éxito con perseverancia; que si era capaz de comer en el Club de La Unión y en Pollos El Encanto con la misma naturalidad y con la misma ropa; que si sus campañas fueron la universidad en la que el ahora presidente se formó como político… De eso habló Noboa, y no de Guayaquil. Peor de la política.

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Y cuando parecía que se disponía a acometer los temas importantes, sobre todo la crisis de energía, volvía sobre su leitmotiv con ímpetu renovado. Apenas si se limitó a prometer un cambio en la matriz energética. Y solo eso. Porque lo demás (y enumeró: sacar al país adelante, eliminar la corrupción, luchar contra el narcoterrorismo, romper la hegemonía de “algunos grupos políticos y algunos partidos”...), todas esas tareas improbables, dijo, las ha logrado ya. El país cambió y nadie se dio cuenta.

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Es oficial: Daniel Noboa perdió todo contacto con la realidad. Entre las obligaciones de campaña, que parece privilegiar en estos días a las de gobierno, y las zalamerías de los cortesanos dispuestos a aplaudirle hasta la más insustancial de sus declaraciones (más de veinte veces fue interrumpido su discurso por ovaciones del público), el presidente de la República se mueve al margen de los problemas del país. Y si por un momento alcanza a determinar que “vivimos momentos extraordinarios en la historia”, como dijo hacia el final de su discurso, no es sino para reafirmar la vocación familiar de conducir al Ecuador hacia mejores días. “Para nosotros -dijo- esto es una misión de vida”.

¿Para nosotros? Sí, para ellos: “para mi padre, para mi abuelo y espero que también para mis hijos”. Con las manos en puño, los brazos abiertos y firmemente estirados hacia arriba, Álvaro Noboa festejaba su reaparición en público mientras el equipo de seguridad presidencial lo mantenía a buen recaudo de las preguntas de la prensa. En cuanto a la otra condecorada del día, la atleta paralímpica Kiara Rodríguez, apenas si tuvo el presidente la cortesía de nombrarla.

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