El preso 174.517
Las recuerdo como si fuera hoy y no hace 25 años. Juntas, acurrucadas. Acoderándose una con otra, lloraban en silencio. La semipenumbra del Policine 2 guayaquileño mostraba en claroscuro sus rostros marcados por una tristeza sin adjetivos. Eran tres mujeres, de ascendencia hebrea. Veían La lista de Schindler, la película de Steven Spielberg que desempolvó el genocidio nazi contra los judíos, una de las mayores tragedias de la historia.
He vuelto a recordar la escena porque ayer se cumplió el centenario del mayor testigo que tuvo el Holocausto: Primo Levi, un hombre y escritor esencial, sin el cual no habríamos conocido la hondura del horror ni la crueldad que puede alcanzar el alma humana. En su tumba turinesa, leo acongojado, no hay un crisantemo que lo recuerde. Su nombre corre el riesgo de pasar al olvido, como si no hubiera existido. Como si solo fuera un número, tal cual le tatuaron uno sus verdugos, en la antesala del infierno que fue Auschwitz.
Hay libros que todos deberíamos leer: “Si esto es un hombre” es uno de ellos. ¿Por qué? Porque nos recuerdan lo que somos, o lo que podemos llegar a ser. El Holocausto y otros -como el Gulag Soviético; el exterminio armenio a manos turcas; el genocidio de los Jémeres Rojos en Camboya, o de los tutsis en Ruanda- son socavones que muestran la oscuridad de nuestro espíritu.
“Habrá muchos, individuos o pueblos, que piensen más o menos conscientemente, que todo extranjero es un enemigo. En la mayoría de los casos esta convicción yace en el fondo de las almas como una infección latente”, advertía Levi. La infección empieza casi inofensiva y de pronto cualquiera de los rostros del totalitarismo aparece y se consolida. Y arrasa todo vestigio de compasión, de luz, de humanidad.
Por eso Levi no puede pasar desapercibido. Porque sobre la barbarie no puede haber ignorancia, menos olvido. El preso 174.517, uno de los contados que sobrevivió a los hornos de gas, quizás no llora como esas señoras judías hace 25 años. Pero nos susurra sin descanso una verdad que debería quemarnos como el fuego: “Si sucedió una vez, significa que puede volver de nuevo”.