Quito: Un negocio de pretzels camufla un bar clandestino
Por fuera, un negocio de pretzels. Por dentro, un antro oculto. Para ingresar hay filtros y su lema siempre es: “Este lugar no existe”
Este lugar no existe. La reina Isabel II lleva un abrigo de estampado animal y una camiseta con la fotografía de Freddie Mercury. Fuma un cigarrillo. Cerca hay una cabina -como de los 90- con un teléfono de disco y grafitis: Hot, I♥u, Cosas que pasan en el barrio fino, Puto covid...
Andy Warhol y el miedo a contraer SIDA que condicionó su activismo
Leer másEste lugar no existe. O, al menos, con ese eslogan es lo que quieren que creamos. Pero sí existe. Y, según su cuenta privada de Instagram, es el primer ‘speakeasy’ del Ecuador, cuya traducción lo hace aun más interesante: “bar clandestino”. Y se sitúa en una zona exclusiva afuera de Quito.
Son las 21:00 de un sábado cualquiera. Llueve. Hace frío. Y a nadie le importa. Hay una reserva para ingresar a aquel lugar y fue hecha a nombre de Fernanda. Es su cumpleaños 33. Sus amigos -son 15- han recibido previamente una clave en inglés con la que podrán pasar el primer filtro.
Pero antes cruzan un pasillo que simula ser una tienda de pretzels. Es la fachada perfecta. Una que acrecienta la ansiedad y hace que las tripas burbujeen. Entonces, un guardia se planta en frente. Pide los documentos y carné de vacunación...
No sabes lo que va a pasar después, así que se crea mucha expectativa
“Pasen”, suelta. Y al otro lado de la puerta se descubre una habitación rosa. Cielo de algodón. Relámpagos de pretzels. Entran cuatro personas. Hay silencio. Susurros. Hasta que asoma el rudo celador y dice con misterio:
- “No pueden hacer fotografías. A nadie. Ni a la banda que tocará esta noche... Al cruzar, busquen un cajón. Depositen allí sus documentos”.
Se abre otra puerta. Hay un cuarto oscuro. Velas artificiales alumbran aquel espacio de unos cuatro metros cuadrados. En el fondo, de pared a pared, un librero, un portarretrato, una calavera. Se dejan las cédulas. Pasan uno, dos, tres minutos. Y, de pronto, se empieza a mover el librero. Es la puerta secreta hacia las entrañas de este bar.
Christoph Baumann entre tablas y redes sociales
Leer másExperiencia
Luego de pagar por el ingreso, Fernanda y todos se acomodan en una de las salas del lugar mientras un mesero sirve cervezas de cortesía. Conversan, ríen, brindan... Allí el ambiente destaca por su diseño, como si fuera uno de los antros de Nueva York, en Estados Unidos, de los 80 o 90.
Un cuadro llama la atención. La reina Isabel II con un cigarrillo en la mano. ¿Una fan de Freddie? ¿Es posible? Solo en este bar que “no existe”. Suena la música (afuera no se escucha nada). Algunos comen, porque también tiene servicio de restaurante. Otros, en cambio, se alistan para beber. Fernanda y sus amigos piden dos botellas de whisky.
La temática de que sea un lugar escondido me pareció genial
Luego llegan otros ‘grupis’, claro, más pequeños que el de la cumpleañera. Unos hombres maduros con mujeres no tan maduras. Unos jóvenes ‘pelucones’ y otros no tan ‘pelucones’. Un señor con una chica voluptuosa, con minifalda y pestañas negras y enormes. Y una treintona con un cincuentón... ella es sociable.
- “Ay, qué jóvenes son... ¿cuántos años tienen?”, empieza una conversación con dos muchachos, amigos de Fer, en el área de fumadores.
- “27 y 30”, responden.
- “Se ven mucho más jóvenes”, suelta tras una carcajada. “Yo tengo 37”, dice. Y se marcha con el cabello rociado con la llovizna.
Antes de la medianoche sale una banda a la tarima. El artista, con el cabello de Michael Jackson cuando era negro y con el rostro de Bruno Mars con gafas, da un tremendo show. La rompe con Bon Jovi: “It’s my life / It’s now or never / But I ain’t gonna live forever / I just want to live while I’m alive...”.
Dos barrios del norte, en conflicto por las rejas
Leer másSe calla. Le piden otra. Canta otra. Se acaba el concierto. Entonces, el ambiente es otro. La gente no solo conversa y bebe. También baila. Se besa. Se toca. Sin miedo. Porque de eso se trata. De la ‘seguridad’ que brinda la clandestinidad. Donde nadie puede encontrarte. ¿O ‘cacharte’? Un lugar ‘dulce’. Sin límites. Y ‘carito’.
Fer y sus amigos pagan una cuenta de unos 500 dólares. Pero lo vale, dice ella. “El tema de prohibición de fotos y videos dentro de las instalaciones genera cierto ambiente de exclusividad y secretismo”. Y se va ‘happy’ a seguir la fiesta. Los demás farreros de este ‘speakeasy’ quién sabe. ¡Que vivan los pretzels!
EN 1920
Hacía 1920, en Estados Unidos, abrieron los ‘speakeasy’ o también llamados locales ilegales. En aquellos años había prohibición de consumo de alcohol. Normalmente, según una investigación de El País, estaban escondidos en estrechos callejones y carecían de señalización para evitar que la policía descubriera su ubicación. Dicen también que el cliente que ingresaba a estos sitios no podía hacer ruidos ni montar escándalos. Por eso su nombre en inglés: speak easy, que es hablar bajito.