Reo envió audios justo antes de que iniciara la matanza en la Penitenciaría
En la grabación que mandó a su hermana, a través de WhatsApp, pide que cuiden a sus hijos porque, según una pariente, estaba seguro de que lo iban a matar.
Los sonidos secos de los combos destrozando las paredes se escuchan de fondo. Pum, Pum, Pum... Un golpe por segundo, sin parar.
“Nos tiraron una puerta, ya nos están haciendo huecos en la pared”, relataba la voz nerviosa de David, con murmullos horrorizados de fondo, en un audio de WhatsApp.
Eran aproximadamente las 19:00 del viernes 12 de noviembre. Estaba escondido en un rincón del pabellón 2 de la antigua Penitenciaría del Litoral y le alcanzó a enviar tres mensajes a su hermana Elena, para rogarle que le cuide a sus hijos.
“No te puedo contestar, negra. Si te hice una videollamada es para que escuches, negra. Escúchame una cosa... (Pum, pum, pum... no empujen, mier...) Ora por mí, nada más”, se lamentaba David en el segundo audio, en el que los combazos son cada vez más fuertes.
“Él ya sabía que lo iban a matar, se estaba despidiendo”, sollozaba Mayra, su prima, en los exteriores del Laboratorio de Criminalística de la Policía, al mediodía de ayer.
Observaba, con la mirada nublada por las lágrimas, la pantalla destrozada de su celular. Los nervios hicieron que se le cayera al piso en cuanto reproducía cada audio reenviado por su prima Elena, hermana de David.
Fue lo último que supieron del joven, que tenía año y medio en ese centro carcelario. Mayra y Elena quedaron de verse allí, porque el nombre de su pariente había aparecido, según lo que les dijeron, en la lista de los 61 reos asesinados durante la matanza de la noche del viernes 12 y madrugada del sábado 13 de noviembre. No tenían información certera.
“Negrito lindo, no me hagas esto, por favor, te lo ruego. Ponte a orar, ponte a orar, ñañito. No nos hagas esto. Arrodíllense y pídanle a Dios que los perdone por todo, para que no le pase nada a nadie”, le suplicaba Elena con palabras entrecortadas por el llanto, luego de una videollamada que le hizo el interno para que escuchara el infierno que estaban viviendo allí dentro.
Ahí, parada frente a la puerta de ingreso a la morgue, Mayra esperaba a su prima. Solo los familiares directos de los reos podían ingresar para saber si sus parientes estaban en la lista de fallecidos. Hasta el mediodía de ayer, habían sido identificados 34 cadáveres, y solo 4 habían sido entregados a sus parientes.
Junto a Mayra estaba Alejandro. Él, en cambio, ya había confirmado que su hijo estaba muerto. “Él mismo nos dijo que se iba a morir. Estaba convencido de que lo iban a matar, por eso nos llamó como a las 9 de la noche para despedirse. Me dijo: ‘Papi, yo estoy escondido, pero ya estamos sentenciados’. Los balazos se escuchaban como un aguacero”, se lamentaba.
Solo estaba esperando que lo llamaran para que retire el cuerpo de su vástago, quien ya llevaba dos años en la ‘Peni’, mientras veía entrar más ambulancias y vehículos de funerarias. Contó que su hijo había sido guardia en el centro carcelario, pero luego de una supuesta irregularidad que cometió, terminó preso.
Estas historias de terror se repetían entre los deudos. El esposo de Mónica, quien también esperaba a recuperar el cuerpo del padre de su niña, supo que iba a ser asesinado desde antes. Estaba recluido allí por microtráfico.
“Él no estaba allí por santo. Mi marido se equivocó, pero no merecía morir así. Me llamó a las tres de la tarde para decirme que algo estaba raro allí dentro y que creía que algo pasaría”, recordó Mónica, quien a diferencia de Mayra y Alejandro (que lloraban al recordar) tenía en su voz un tono de rabia e impotencia.
Su pareja tenía 21 meses recluido. Le faltaban 9 para terminar su sentencia. Le indignaba lo que su esposo le contaba, que no habían comido en la última semana, y le pedía dinero para llevarse algo a la boca.
Contó que muchos privados de la libertad, al igual que su cónyuge, pidieron ayuda desde que notaron que algo extraño pasaba, pero que no les hicieron caso. Mayra la escuchaba y asentía. David también intentó pedir un auxilio que no llegó.
“Ya, negra... tranquila, negra. En el nombre de Jesús. Él sabe cómo hace las cosas. Bendiciones a...”. El sonido de un disparo interrumpió el último audio de David.