
La teoría de la conspiración puede ser un balazo en el pie para el gobierno de Noboa
Análisis. El derrame de crudo en Esmeraldas es producto de un sabotaje, ha dicho sin mostrar pruebas
El gobierno de Daniel Noboa ha vuelto a la carga con la teoría de la conspiración. Parecía claro que la rotura del oleoducto transecuatoriano, que el pasado 13 de marzo causó una catástrofe ambiental por derrame de crudo en la provincia de Esmeraldas, se debía a un accidente natural: un deslizamiento de tierra de grandes proporciones. Así decía un informe de Petroecuador. Ahora resulta que no.
Al día sexto, sin otro argumento que un supuesto informe del Centro de Inteligencia Estratégica y sin preocuparse por explicar los pormenores del asunto, apareció la ministra de Energía Inés Manzano con una nueva versión de los hechos: “lo que nos informan -dijo- es que esto es algo provocado, es un sabotaje”.
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Una acusación que no presenta sustento
Y empezó por responsabilizar a cierto funcionario de Petroecuador cuyo nombre se guardó. Debieron frotarse las manos los abogados de las compañías de seguros del oleoducto, obligados a cubrir los daños a terceros pero nunca, faltaría más, en caso de autoatentado.
No resulta del todo convincente la teoría del sabotaje: demasiados cabos sueltos, demasiadas cuestiones sin explicar. Por ejemplo: ¿hubo o no hubo un deslizamiento de tierra? Sí, lo hubo: ahí están las fotografías que Petroecuador incluyó en su informe. 225 mil metros cúbicos de material se desplomaron sobre el oleoducto y el poliducto, según ese documento.
“Físicamente uno lo ve”, admite la ministra. Entonces, ¿qué es exactamente lo que ella está diciendo? ¿Que ese deslizamiento fue provocado? ¿Cómo? ¿Con explosivos? ¿Dónde están las pruebas? ¿O sugiere que no fue el derrumbe lo que causó la rotura sino otra cosa? ¿Qué cosa es esa? ¿Dónde ocurrió? Porque el oleoducto es una tubería de acero reforzado de 5 o 6 centímetros de grosor, no es fácil romperla. Se necesitan equipos especiales. Ya que la ministra está denunciando que alguien la rompió, lo menos que debería hacer es explicarnos cómo. Y mostrarnos las pruebas.
Más aún cuando, sobre la teoría del sabotaje, construye la historia de una conspiración mucho más grande: “el sabotaje -dijo a Liz Valarezo en Teleamazonas- no termina en Esmeraldas. La información que tenemos es que va hacia Papallacta, que es la fuente del agua potable para el municipio de Quito. Así que al alcalde, Pabel Muñoz, dígale a la gente que está haciendo sabotaje, que sabemos de dónde es, que por favor eso no podemos hacerlo”.
Afectaciones en otras zonas del país
Y ahí no para la cosa: “Luego tenemos en Auca, en la provincia de Orellana, para la afectación de tres ríos: Rumiyacu, Tiputini y Napo”. Es, en resumidas cuentas, una conspiración monumental: un ecocidio. ¿Está hablando en serio Inés Manzano?
Vamos a ver: no cualquier informe de inteligencia puede llegar a semejantes conclusiones. Lo que está diciendo la ministra es que han descubierto una estructura delincuencial (la alusión a Pabel Muñoz implica que son correístas) y que conocen cuáles son sus próximos golpes. Lo cual no se consigue sin pinchazos, allanamientos, detenciones, interrogatorios... Suponiendo que todo eso haya ocurrido y que todo lo que dice Inés Manzano fuera cierto, ¿no corresponde un operativo policial sorpresa para capturar a los culpables y llevarlos ante la justicia, en lugar de una presentación más bien alharaquienta en una entrevista matinal?
No es la primera vez que el gobierno de Daniel Noboa recurre a teorías de la conspiración para sortear un escenario adverso. Lo hizo a mediados del año pasado, cuando la crisis eléctrica se tradujo en los primeros apagones a escala nacional.
También entonces la explicación oficial se centró en el supuesto sabotaje de los correístas infiltrados en el servicio público y se saldó con la caída en desgracia de la mismísima ministra de Energía, Andrea Arrobo.
No tardó la versión oficial en estrellarse contra su propio ridículo, cuando el secretario de Comunicación de aquel entonces, Roberto Izurieta, en su afán de ponerle color a la historieta que estaban inventando, soltó aquello de las compuertas de la represa de Mazar, en la central hidroeléctrica de Paute, que algún saboteador infame dizque abrió para dejar escapar, en una noche, toda el agua acumulada para la producción de energía. Ni 24 horas tardó el país en enterarse de la verdad: que Mazar no tiene compuertas.
Lecciones pendientes de aprender para el gobierno de Daniel Noboa
No aprende de sus propios errores el gobierno. La nueva teoría de la conspiración, al parecer diseñada como un mecanismo de control de daños en plena campaña electoral, no rehúye de la estrategia de la producción de pánico. Porque la última vez que alguien pretendió aterrorizar a los quiteños con la posibilidad de contaminar sus fuentes de agua potable, hay que decirlo, fue Leonidas Iza. Hoy es Inés Manzano.
Sabotaje, sabotaje, clama la ministra. Quizás debiera cuidar sus palabras. Consultado por este Diario, el exministro de Energía Fernando Santos Alvite, un experto en temas petroleros, teme que semejante declaración produzca efectos indeseados: si el Estado piensa mantener esa tesis como la explicación oficial de la tragedia, las aseguradoras del oleoducto no cubrirán los daños.
Y los daños, que implican la remediación ambiental y la atención de las decenas de miles de personas afectadas, son enormes. Petroecuador se preocupa, a la hora de contratar los seguros, de establecer claramente las obligaciones de las aseguradoras de cubrir los daños a terceros. Esas cláusulas no se aplicarían en caso de boicot.
¿Sabotaje? Si esa es la explicación, habrá que demostrar entonces que esa montaña se cayó porque la empujaron.
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