El Santa Ana, la joya que opaco el tiempo
Enganchadores y discotecas ahuyentan al turismo extranjero del sector. La oferta de entretenimiento y ocio es limitada.
Huele a humedad. El tipo que afuera engancha a los turistas, ya adentro del local enciende una cámara de humo y alza el volumen al DJ. Está oscuro y vacío. Hay bancos de plástico y mesas de madera alrededor. Sobre las baldosas blancas bailan luces de colores en medio de la pista, que no debería existir, porque está prohibida, pero eso no importa; hace rato que la ordenanza que regula el plan de regeneración urbana del cerro Santa Ana es letra muerta.
La jarra pequeña de cerveza cuesta ocho dólares. El tipo que atiende a un visitante que acaba de entrar dice que es promoción, que viene con dos micheladas gratis. Se ausenta un momento y regresa con una jarra de vidrio. Trae también dos vasos de plástico. “Esto sabe a ají, limón y agua. Supuestamente son las micheladas”, suelta el recién llegado, que luego se identifica con EXPRESO como Daniel Molina.
Ni la salsa del DJ, ni las lucecitas bailarinas de colores menguaron su decepción. “Pésimo servicio”, critica al salir del peldaño 268, sin consumir la cerveza, que asegura, tiene agua. Jura que no volverá.
Esta no es la historia feliz que se plasmó en la ordenanza que regula el plan de regeneración urbana del cerro Santa Ana hace casi 20 años. Ese documento, en cambio, tiene como objetivo recuperar y fortalecer la imagen del sector como atractivo, y revitalizar el valor histórico, cultural y turístico del lugar como una de las primeras manifestaciones urbanísticas de la ciudad.
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Así lo reza el artículo 1, que ahora ha quedado en una historia que nunca fue realidad, un cuento. Ya nadie mira el cerro como antes. Es más, las empresas de turismo solo lo tienen en agenda como un mirador al que ir de día, porque de noche no conviene, por seguridad y por falta de ofertas, lamenta Shirley Rivera, presidenta de la Federación Nacional de Transportes Turísticos del Ecuador, que orienta a medio millar de visitantes extranjeros en Guayaquil al mes.
El artículo siete de la ordenanza en cuestión, que habla de los usos de suelo en el cerro, permite cafés, restaurantes, puestos de comidas típicas, revisteros, comercios y artesanías, joyería, información, negocios de turismo, oficinas de viajes, servicios de cabinas telefónicas, servicios de cabinas sanitarias y cybercafés.
El ocho, agrega de servicios complementarios, comerciales y recreacionales, como librerías, museos, cines, teatros, restaurantes y otros establecimientos que expenden comidas y bebidas, heladerías, pastelerías, sombreros, guantes, pañuelos y corbatas, antigüedades, tiendas de abarrotes, cafeterías, centros de espectáculos y galerías de arte.
De aquella lista, uno en el cerro no encuentra casi nada. Hay 26 locales. La mayoría son o bares o discotecas. Hay un par de tiendas de artesanías y un par de restaurantes de barrio, que expenden arroz con menestra, pero no es suficiente para las exigencias de un turista extranjero, insiste la promotora Shirley Rivera.
“Quienes llegan de fuera, buscan un lugar cómodo donde puedan disfrutar. Nosotros los promotores preferimos el Puerto Santa Ana. Allí la oferta sí es diversa. (...)”, describe.
La empresaria se refiere a los locales que se ubican cerca del edificio The Point, a pasos del cerro, caminando por la Numa Pompilio Llona, donde sí hay restaurantes, shows en vivo, cafeterías y demás. Es como si el proyecto inicial se haya mudado allá y a otras propuestas como Guayarte y La Bota, en las orillas del Salado.
En los escalones, la decepción también alcanza a los dueños y administradores de locales. Es comprometedor para ellos que se publique su nombre, por eso prefieren omitirlos. Su principal reparo es que no se atiende al cerro ni se potencia su turismo, además del escaso control contra los enganchadores y la existencia de discotecas, supuestamente prohibidas, que más de un fin de semana ha sido motivo de pleitos callejeros.
El director de Justicia y Vigilancia del Municipio, Xavier Narváez, asegura que de verificarse infracciones como exceso de ruido, enganchadores u otras actividades no permitidas, se procede a emitir un informe para la clausura del establecimiento por siete días. Añade el director de Urbanismo, Christian Ponce, que los controles son “constantes”.
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Esa afirmación dista de la realidad. Quien visite un sábado en la noche el cerro Santa Ana puede distinguir a los enganchadores fácilmente. Están afuera de los locales y detienen, y hasta acosan al turista para ofrecerle no subir más, no cansarse, a cambio de quedarse en determinado local.
La ordenanza que norma el desarrollo comercial y turístico del sector centro, que rige también en el cerro Santa Ana, prohíbe en su artículo 9 “cualquier tipo de actividad que influya en forma directa y personal en la decisión del usuario para elegir libremente su concurrencia al establecimiento de su preferencia y tipo de consumo”. En el cerro lo saben. Incluso los dueños de locales han firmado actas de compromiso en las comisarías municipales prometiendo no usar este recurso, pero luego reaparecen.
Un enganchador suele ganar entre 10 y 15 dólares la noche. Hay locales que contratan hasta tres voceros, cuentan administradores que se sienten afectados por la competencia desleal. En el escalón 158, hasta se pelean por clientes los fines de semana, confirmó este Diario en un recorrido el fin de semana pasado.
Este escenario deja al proyecto inicial del cerro como “una zona rosa más”, lamenta Richard Dávila, operador turístico con 24 años de experiencia.
“A que no hay tiendas ni nada que llame la atención, está el tema de la inseguridad. Con guardias que dicen que es peligroso avanzar a ciertos sectores, el turista se asusta”, explica el experto, que al año moviliza al menos 15 tours internacionales en la ciudad.
El cerro Santa Ana es el lugar donde nació Guayaquil en el siglo XVI. Se llama así, cuenta un libro turístico municipal, por una antigua leyenda que dice que el soldado español Nino de Lecumberry, estando en peligro de muerte, invocó a dicha santa para salvarse. Al lograrlo, en agradecimiento colocó en la cima del lugar una cruz con la leyenda de “Santa Ana”. De esa historia nadie habla hoy, en que la identidad de la zona está prácticamente perdida.
El catedrático y experto en planificación urbana Felipe Espinoza observa que se disipó la idea inicial del proyecto a propósito de la difuminada ordenanza de regeneración. Se dieron opciones, pero no se focalizó la zona para garantizar el tipo de negocios que debían existir. De allí que hoy, para disminuir costos, los dueños de los locales redujeron la oferta y con eso la calidad de esta.
Es por eso que las ordenanzas requieren ser revisadas en el terreno, con la gente. Y de parte de la autoridad, se precisen incentivos, como promover visitas de otros públicos, añade. “Si la demanda empieza, la oferta se reestructura. Hay que apoyar nuevos emprendimientos y modificar la ordenanza conceptualmente, no desde un escritorio. Hay que hacer urbanismo social, promover ciudades para la gente”, sugiere.
La propuesta
“Hay que darle a la gente razones para querer subir”
La obra en el cerro Santa Ana, como complemento de la regeneración urbana del malecón, mejoró el sector; pero le cambió sus tradiciones, recuerda el urbanista Luis Saltos.
“Se rompió la relación del ciudadano y el espacio público para un fin turístico comercial, y a ese objetivo le faltaron incentivos. Un proyecto no se termina cuando lo inauguras, tienes que hacerlo sostenible en el tiempo. No se trabaja con la sociedad”, critica.
Ante esa realidad, es preciso desmontar el esquema actual de ordenamiento y replantear al lugar, sugiere el urbanista Óscar Valero. “Es necesario hacer que los habitantes estén en capacidad de montar sus negocios y darle a la gente razones para querer subir. Diversidad”.
Llegar a aquello requerirá no solo el rediseño del ordenamiento, sino también la socialización. Si se lograse ejecutar, se mejorará la imagen barrial, se dinamizará la economía del sector y se optimizará la percepción de seguridad, explica Valero.
Ha habido intentos de optimizar la oferta. La Asociación Cultural del Cerro Santa Ana, dirigida por un grupo de vecinos, se esfuerza por organizar campeonatos, muestras culturales, juegos tradicionales y demás atractivos similares en fechas específicas; pero aquello no es suficiente.
Valero aconseja capacitar a la población en temas turísticos, pues el hecho de que la oferta de hoy se limite solo a bares y discotecas, da a entender que no se sienten respaldados para intentar algo diferente.
Otros aspectos
Legalidad
La mayoría, sin permisos
De 26 locales, solo cinco cuentan con permisos de funcionamiento. Nueve están en proceso de obtenerlo, tras una reforma a la ordenanza que los regularizó. Otros doce poseen actas de compromiso firmadas en las comisarías municipales y están a la espera de una nueva reforma, en virtud de la antigüedad que mantienen en la zona, confirmó Xavier Narváez, director de Justicia y Vigilancia.
Inclusión
Se analiza un ascensor
El Municipio confirma que se harán estudios para proponer la colocación de un ascensor turístico como existe en Valparaíso, lo cual permitiría la accesibilidad a las personas con movilidad reducida en el cerro Santa Ana, confirma Ximena Gilbert, directora de Inclusión Social. Algunos piden aerovía.
Servicio
Baño, cerrado por abandono
El artículo 18 de la Ordenanza que regula el plan de regeneración urbana del cerro Santa Ana, reza que se podrá implementar y administrar servicios higiénicos o concesionar ambas responsabilidades a terceros. Hoy, los baños permanecen cerrados por falta de mantenimiento.
Para saber
Seguridad
En la zona hay alrededor de quince puntos con guardias privados contratados por el Cabildo. Ellos no controlan el negocio del enganche, solo vigilan el mobiliario urbano.
Inspecciones
La Dirección de Justicia y Vigilancia realiza recorridos los viernes y sábados, días que son de mayor movimiento en la zona por este concepto. En el área hay quejas de que no son exitosos.
Oferta falsa
‘Guayaquil es mi destino para conocer su historia’, de 2014, es un folleto que promociona al cerro como un lugar en el que hay plazas, glorietas, museos y restaurantes.