Tiempo de confesar. Cientos de personas pasaron por los confesionarios a lo largo de esta semana. Una muestra es lo que ocurrió en El Sagrario.

El sentir de la ‘culpa’ ronda las iglesias

En Semana Santa, los templos católicos se llenan de devotos que desean confesarse. Parecen bancos en tiempos de pago

Ni siquiera con las cosas de Dios los guayaquileños parecen olvidar aquello de dejarlo todo para luego. Solo así se explica que en estas fechas de Semana Santa, como si fueran bancos en días de pago, las filas frente a los confesionarios de las iglesias resulten interminables.

“Padre, confieso que he pecado”. Así uno tras otro, desde las ocho de la mañana hasta pasadas las 20:00. La afluencia de devotos es tal que, como sucedió en El Sagrario, adjunta a la catedral, hubo que trasladar a sacerdotes de otras parroquias para apoyar en estas labores espirituales.

“Creo que en días como estos es mejor sanar cualquier malentendido con Dios”, resaltaba Jorge Domínguez, un vecino del sector Barrio Lindo, en el suroeste, quien la tarde del miércoles caminaba de regreso a casa cuando ‘un pálpito’ le hizo darse cuenta de que había olvidado confesarse.

Varios minutos después ya había rezado sus tres padrenuestros. Es lo que el sacerdote le pidió a cambio de absolverlo por los traspiés acumulados en los últimos treinta días. Porque cada mes, él busca expiar sus pecados. Un ritual que repite en Semana Santa por esa sensación de culpa inexplicable que le invade.

Pero no es el único. Ese mismo día, cientos de porteños hicieron una parada en el templo antes de refugiarse en sus hogares. Un fenómeno que se repitió en muchos de los 200 recintos que la Iglesia católica tiene a lo largo y ancho de los 345 kilómetros cuadrados de esta ciudad. Sin embargo, se hizo especialmente evidente en las del centro, como La Merced, San Francisco y la catedral.

Allí los devotos llegaban en uniforme de trabajo o con las compras del supermercado. Incluso asistían muchos jóvenes, aunque la mayoría eran mayores de edad y jubilados, que se sumían en el más absoluto recogimiento tras compartir sus confidencias con los sacerdotes.

Al otro lado de las puertas de los templos, la vida parecía transcurrir más alborotada que de costumbre, quizá por el frenesí del feriado y los actos tradicionales de estos días.

Las personas que solo llegaban a escuchar misa tomaban asiento y se sumergían en el mensaje que el sacerdote pregonaba desde el altar. Eran unas pocas. Pero quienes buscaban el confesionario sumaban decenas en muchas de las iglesias a lo largo de esta semana.

Puede que más de uno llegara agotado tras una dura jornada de trabajo o se escapase de sus obligaciones laborales, pero no por eso demostraban impaciencia o intentaban colarse.

“No creo que mi pecado sea grave, pero necesito estar muy sana espiritualmente”, resaltó Camila Gallegos, empleada en uno de los locales de calzados en la calle Boyacá.

Había ciudadanos que parecían tener muchas cuentas pendientes que saldar y purgar, porque permanecieron durante largos ratos frente a sus confesores. Pero otros terminaron en apenas dos minutos. Eso sucedió con Tatiana, una menor de 12 años. Por el contrario, su madre, Carmen Lozada, necesitó nueve para sanear todas sus culpas.

Fue así como muchos guayaquileños recobraron esta semana su paz con Dios.

Al menos una vez al año

El padre Medardo Ángel Mora no se queja por el exceso de trabajo. Párroco de la iglesia Santa Ana y San Joaquín, en la Martha de Roldós, es uno de los ocho sacerdotes que se turna en la catedral durante la Semana Santa para escuchar a los creyentes: “Después de la primera comunión, los fieles están obligados a confesarse al menos una vez al año”.

Son jornadas agotadoras, pero é lo asume como parte de su labor. “Nos hace sentir realizados en el trabajo pastoral”, afirma.