Sorpresa en Bolivia

¿Qué dirán los historiadores latinoamericanos del 2070, si es que todavía existen por supuesto, y no han sido eliminados por el frenesí exclusivista en las carreras técnicas, sobre el período de comienzos del presente siglo en que surgieron, vendieron efusivamente la ilusión de ser eternos -como dice Carlos Pagni- y de repente comenzaron a abandonar uno a uno el escenario? Imposible por supuesto acudir al lugar común del péndulo: hoy suben los gobiernos de una tendencia, mañana la de otra. Sería igual que creer en los astros a estas alturas. La explicación está en otra parte.

La derrota del presidente Evo Morales en el referéndum celebrado el 21 de febrero en Bolivia fue sorpresivo para buena parte de la opinión pública. Sin embargo, existían problemas en el Gobierno del presidente Morales, iguales a los atravesados en Argentina, Brasil y Venezuela: la pérdida de credibilidad por denuncias de corrupción asociadas con un mando único que genera polarización social.

El tema de corrupción es una bomba de alto calibre para destruir gobiernos que aseguraron ser liquidadores del pasado anterior a ellos y quienes, por su mesianismo y utopía, debieran ser ajenos al enriquecimiento y al poder económico, típicos de los grupos dominantes que habría saqueado a la región, de acuerdo al relato fundacional de Eduardo Galeano.

Jaime Aparicio Otero resumió en “El País”, en días pasados, los principales casos: proyectos de desarrollo entregados a empresas chinas por más de 1.500 millones de dólares mediante adjudicaciones cuyos términos no son conocidos. En este cuadro aparece la telenovela de la relación del presidente con Gabriela Zapata Montaño que, independiente del problema personal de la relación y del dato doloroso de la pérdida del hijo de la pareja, cobra vigencia por la supuesta adjudicación de contratos por $600 millones de dólares a una empresa china en la que ella ocupa un alto cargo directivo; los proyectos fantasmas del Fondo Indígena y para cerrar, la revelación de que el título universitario mexicano del vicepresidente no existía. ¿Coincidencias?

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