El sueno real de mil chinos en Alemania
En otros lugares de Alemania, la coexistencia podría haber sido más complicada. Pero, este pueblo está acostumbrado a una fuerte presencia extranjera.
Al principio pensaron que era un timo. Les vendieron un sueño en Alemania, el mayor centro de importación y exportación chino de Europa, pero a su llegada los empresarios se encontraron con un descampado. En 2012, unos 10 inversores chinos aceptaron una oferta atractiva. Por un millón de yuanes (145.000 dólares, 125.000 euros) podían obtener la expatriación, el permiso de residencia, un piso y el registro de su empresa en Alemania.
“Pero cuando llegué aquí, me encontré sobre todo con hierbas más altas que yo. Le dije al responsable que parecía una estafa”, recuerda Zhang Jianxin.
No era un engaño. Seis años después, el pequeño pueblo de Hoppstädten-Weiersbach, cerca de Tréveris y Saarbrücken, en el suroeste de Alemania, se ha convertido en la tierra de acogida de una dinámica comunidad de empresarios asiáticos. Y un millar de chinos viven ahora en esa localidad de 3.500 habitantes.
El proyecto de crear el mayor centro de negocios chinos en Europa en medio del campo renano nació en la mente de la china Jane Hou y su socio alemán Andreas Scholz.
Hoy en día, más de 300 pymes chinas, especializadas en el comercio o los servicios, están registradas en el pueblo, donde 12 edificios de última generación acogerán pronto a otros 500 empresarios originarios del país asiático.
Todo empezó con una conversación banal entre dos desconocidos en el aeropuerto de Fráncfort. “Hablamos e intercambiamos nuestras tarjetas de visita”, recuerda Andreas Scholz, que dirigía entonces una de las tiendas del aeropuerto.
Jane Hou lo llamó dos semanas después. Buscaba a un agente comercial alemán para hacer de intermediario en sus negocios.
“Tres semanas después, preparé dos maletas, dejé mi trabajo y mi piso, vendí o di mis cosas y me fui a China”, cuenta Scholz.
En su pequeña oficina de Shenzen, un antiguo puerto pesquero convertido en una de las ciudades más grandes y ricas de China, los dos asociados lanzaron una operación para seducir a los inversores chinos atraídos por Alemania.
Su principal argumento: una dirección alemana. La mejor forma de tranquilizar a los futuros socios europeos, explica Scholz, porque “desgraciadamente, varias veces el dinero [de empresas europeas] se esfumó o no llegó nunca, el socio chino desapareció y nadie contestaba al teléfono...”
Jane Hou oyó hablar entonces de un complejo inmobiliario abandonado tras el desmantelamiento de un hospital militar estadounidense, en algún lugar del oeste de Alemania.
Hoppstädten-Weiersbach, a hora y media en coche de Fráncfort, estaba a punto de convertirse en un pueblo abandonado por sus jóvenes y su población activa. Así que las autoridades locales aceptaron de buen agrado el proyecto de renovar las viviendas del pueblo y vendérselas a los chinos.
En cuanto a los futuros residentes, no les duele dejar sus megalópolis chinas ruidosas y contaminadas para instalarse con sus familias en esta apacible localidad alemana. “Aquí hay menos gente. Mi corazón está tranquilo”, dice Zhang.
Yang Hai, un posible inversor, se muestra más pragmático. El lugar le parece idóneo para su negocio. “El 42 % de la superficie es verde, el aire es muy puro. Para una compañía farmacéutica, es un entorno ideal y, para nosotros, el hecho de tener una agua muy pura es primordial”, asegura.
“También buscamos en Canadá y en Estados Unidos, pero Alemania podría ser una mejor opción. En Canadá hace frío y en Estados Unidos hay demasiadas incertidumbres”, explica el empresario.
En Hoppstädten-Weiersbach la convivencia entre los alemanes y los extranjeros es buena, según los habitantes.
“Antes de llegar, temíamos un poco que no nos aceptaran, pero, en realidad, [los alemanes] son muy amables con nosotros”, asegura Cui Jin, jefa de una compañía de venta de material médico.
La jubilada alemana Becker Ottmar, que vive ahora enfrente de un restaurante chino, confirma que los chinos “son muy simpáticos y abiertos” y que todo va bien.
En otros lugares de Alemania, la coexistencia podría haber sido más complicada. Pero este pueblo cercano a las fronteras francesa y luxemburguesa está acostumbrado a una fuerte presencia extranjera, después de haber acogido a decenas de miles de soldados estadounidenses durante la Guerra Fría. Y los habitantes de la localidad sacan beneficios económicos de esta situación. Cuando los migrantes chinos se instalaron en el pueblo, “compraron coches, muebles y cada día hacen sus compras aquí”, recuerda Scholz.