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Viviana Veloz, presidenta de la Asamblea
La presidenta de la Asamblea, Viviana Veloz, en una de las últimas sesiones.René Fraga

La tecnocumbia desnuda al mojigato que llevamos dentro

A Viviana Veloz le parece bien que la Asamblea se use para actos de clientelismo político, mientras no haya tecnocumbieras

No hicimos “nada malo”, dicen las chicas de Luna Llena, el grupo de tecnocumbia que firmó un contrato para cantar en la Asamblea Nacional sin saber en lo que se estaba metiendo. Y con “nada malo” quieren decir dos cosas: primero, que el suyo es un trabajo honrado; segundo, que no cobraron plata pública: a ellas las contrató el gremio de peluqueras (“maestras artesanas de la belleza”, dicen) que ese día recibía un homenaje organizado por el asambleísta de gobierno Hernán Zapata, menos delicado que ellas en este asunto. 

(Le puede interesar: El polémico video de un grupo de tecnocumbia en la Asamblea: ¿quién es responsable?)

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El caso es que el concierto de Luna Llena en el antiguo salón del senado se convirtió en la comidilla de la semana, un fenómeno viral y un escandalete de confusas implicaciones en el que prevalece uno de los rasgos dominantes de la política nacional: la mojigatería rampante de sus actores.

Hay, para empezar, un debate social que se expresa en las redes en torno al tema de la conveniencia. ¿Es apropiado tener a un grupo de tecnocumbia en la sede legislativa? El consenso parece haber decidido que no: demasiado cortos y apretados son los trajes. 

Viviana Veloz niega responsabilidad

Es evidente que la presidenta de la Asamblea, la correísta Viviana Veloz, suscribe este parecer. Ella se pronunció en un tuit en el que negaba toda responsabilidad en el desaguisado y anunciaba que “se presentará una queja formal contra el asambleísta Hernán Zapata para que desde las instancias competentes de la Asamblea se analice su conducta”. Tanto este comunicado como el del secretario general (“la Asamblea Nacional bajo ninguna circunstancia a través de la Presidencia ha autorizado ningún evento musical de tecnocumbia en sus instalaciones”) parecen dar por sobreentendido que la tecnocumbia es un género reprochable. En ningún caso se sienten obligados a explicar por qué.

Clamoroso caso de doble moral: en la legislatura anterior, el entonces asambleísta Diego Ordóñez fue sancionado con la suspensión temporal de sus funciones por haber relacionado la baja calidad parlamentaria de la correísta Mónica Palacios (que es pública y notoria) con sus antecedentes de bailadora de pole dance, la danza del tubo. 

Por esa razón se le acuso, con intrincados argumentos siempre basados en prejuicios implícitos y sobreentendidos, de violencia política de género. Hay que decir que la asambleísta Palacios es famosa por sus videos de entretenimiento (videos públicos, no privados como en otros casos infames) en los que representa con bastante convicción el papel de bomba sexy. La reciente adscripción de la tecnocumbia a la lista de géneros prohibidos en la Asamblea Nacional debería, por un mínimo de coherencia, poner en cuestión tanto la sanción contra Ordóñez como el comportamiento de Palacios.

A nadie se le ha ocurrido ni remotamente cuestionar otros aspectos del festejo en el antiguo salón del Senado. Como si la sola presencia de las tecnocumbieras anulara la capacidad de reflexión de los ecuatorianos. Como dijo el exviceministro del Interior y ahora candidato oficialista para la Asamblea Esteban Torres, con el afán de justificar a su colega de partido: “Unos muslos bien puestos sí nos gusta ver, jeje”. Vale la pena detenerse en el contexto de la fiesta. 

El homenaje que está en medio de la polémica

Se trataba de un homenaje a los integrantes del gremio de belleza, peluquería, cosmetología y conexos Caracas, a quienes el asambleísta de gobierno Hernán Zapata entregó (y eso sí con la autorización de la presidenta de la Asamblea Viviana Veloz, según el documento hecho público por ella misma) un diploma oficial de reconocimiento de la Asamblea Nacional por su “compromiso, dedicación y trabajo continuo por el bienestar de nuestra patria”.

No es un homenaje a los peluqueros todos de la patria: nomás a un pequeño gremio de la capital, el Caracas. O los servicios a la patria de este grupo son enormes para haberse ganado un diploma oficial de la Asamblea, o simplemente no existe, como debería, un criterio de selección y un estándar para establecer quién y por qué se merece semejante distinción. 

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Este parece ser el caso. Resulta obvio, a la luz de lo ocurrido, que un diploma de la Asamblea Nacional lo puede entregar cualquier asambleísta a sus clientelas particulares y que la presidenta Viviana Veloz le pone la firma a lo que le presenten. 

El solemne espacio del antiguo salón del Senado se convierte en sala multiuso para la farra del gremio de turno (“se usa precisamente para ese tipo de eventos”, confirmó Esteban Torres) y el asambleísta a cargo se da lija ejerciendo el papel de anfitrión de aquellos a quienes después movilizará en campaña. Y lo único que le resulta intolerable a la presidenta en toda esta historia de populismo rampante y clientelismo puro y duro es que haya tecnocumbieras. 

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