
Tradicion alfarera en riesgo de desaparecer
La milenaria tradición alfarera de la zona de Yaguachi sobrevive en las manos y pies de Néstor Vargas León, un samborondeño de 53 años que desde hace más de tres décadas elabora con barro un sinnúmero de objetos.
La milenaria tradición alfarera de la zona de Yaguachi sobrevive en las manos y pies de Néstor Vargas León, un samborondeño de 53 años que desde hace más de tres décadas elabora con barro un sinnúmero de objetos.
Siglos atrás, antes de la colonización española en América, culturas de aborígenes como la Milagro-Quevedo que habitaron esta zona del Guayas, fabricaban utensilios en barro, actividad que hoy permanece vigente en Yaguachi gracias a la habilidad que Néstor heredó de su padre.
El proceso no es fácil, toma su tiempo. Todo se inicia con la elección del barro que debe ser de color negro, asegura Vargas, quien suele trasladarse hasta un sector específico ubicado a 4 kilómetros de distancia de la cabecera cantonal de Yaguachi, para conseguir la materia prima.
Cada saco de barro, que traslada en una camioneta hasta su casa, según Néstor, alcanza para elaborar hasta 80 piezas de tamaño estándar.
Mientras se prepara para iniciar una jornada nueva de trabajo en el patio de su casa, sitio que ha convertido en su taller, Vargas hace una breve pausa para observar con nostalgia un viejo cuadro colgado en la pared que lo acompaña siempre. Es la foto de su fallecido padre, José Vargas, de quien aprendió y heredó la habilidad para este oficio.
El primer paso es remojar la tierra por 24 horas o más, luego amasa el barro con sus pies descalzos en una tina. Tras dos horas de ‘baile’ sobre el material humedecido, traslada la masa hacia una mesa donde con sus manos llenas de callos, continúa con el singular proceso de mezcla.
Sobre un torno de madera, en cuyo centro sobresale su eje, el artesano coloca la primera bola de fango, que da vueltas con el impulso constante generado por sus pies, mientras sus manos empiezan a darle forma cilíndrica al barro y crear la primera vasija del día.
Además de sus extremidades, sus herramientas son solo un trozo pequeño de madera o caña, la mitad de una cazuela que él llama ‘la cuchara’, con la que forma el interior de las vasijas, y un pedazo de hojalata que le sirve para eliminar el exceso de barro.
Es muy rápido. El tiempo que le toma en darle forma básica a una vasija pequeña bordea los 60 segundos, o incluso menos; pero el tiempo se extiende a medida que el objeto a confeccionar es de mayor tamaño.
Con la forma lista, Néstor expone su obra al sol durante otras 24 horas, después estas regresan al torno para retirar el exceso de barro. La pieza, una vez más, debe secarse pero en esta ocasión bajo sombra por un promedio de 3 días.
El ‘sellado’ es uno de los pasos previos que Néstor realiza con una sencilla mezcla de tierra colorada y agua.
La unta por toda la vasija con una esponja humedecida, otorgándole el color rojizo que caracteriza a estos utensilios de barro. Finalmente, el objeto es ingresado a un horno de leña que construyó en su patio, donde la obra se “quema”, y ahora sí está lista para la venta. (F) ATR