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Hay 16 candidatos a presidente del Ecuador en las elecciones generales del 2025.
Hay 16 candidatos a presidente del Ecuador en las elecciones generales del 2025.ILUSTRACIÓN EXPRESO.

Tres claves para entender la campaña de la primera vuelta

Análisis| Una dispersión que ya produjo hartazgo en el electorado. Un presidente candidato que jugó con la cancha inclinada

Fin de campaña: sólo tres candidatos (Daniel Noboa, Luisa González y Leonidas Iza con sus bases campesinas orgánicas de Cotopaxi) se arriesgan a las concentraciones públicas. Andrea González anuncia que transmitirá una por sus redes pero no dice dónde. Síntoma de un momento político de quiebre que los políticos, casi con seguridad, no se molestarán por interpretar. Aquí, tres claves para entender esta campaña.

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1. El país ausente

Los estrategas especializados en comunicación política finalmente lo lograron: diseñada a su imagen y semejanza, la campaña electoral que terminó este jueves 6 de febrero se cumplió como una auténtica y perfecta realidad paralela que funcionó a las mil maravillas a espaldas del auténtico pero imperfecto país.

Cierto es que ni el recurso del TikTok, donde las habilidades coreográficas son la únicas determinantes; ni la transformación del mitin político en concierto de tecnocumbia o de música urbana, con perreo incluido y modelos apretaditas en trapitos cortos; ni las ocurrencias semánticas que alcanzaron su apoteosis en los nombres de los planes de gobierno (Plan Hocico, Plan Papa, Plan Ar-Tillería); ni la entrega de regalos, reducida ahora a gorras y camisetas, porque así lo dispone la ley, salvo para el candidato presidente, que contó con la ventaja de disponer de una primera dama que repartió sillas de ruedas a los discapacitados y financió costosas operaciones a los enfermos de los barrios más pobres… Nada de eso es una novedad en el panorama electoral ecuatoriano. Pero nunca como ahora los problemas reales del país, las angustias cotidianas, la gravedad de las crisis y de los conflictos estuvieron de tal manera ausentes de la campaña que ésta pudo prescindir, sin ningún problema, hasta del lenguaje articulado que se necesita para abordar esos temas, salvo que por lenguaje articulado se entienda la reproducción mecánica de un recetario y una colección de consignas.

Sí, los estrategas especializados en comunicación política finalmente lo lograron: el uso público de la razón ha sido definitivamente expulsado de la lucha política.

2. La dispersión hartó

Dieciséis candidatos, catorce de ellos sin la menor esperanza de pasar a la segunda vuelta. ¿Cómo leer esta polarización que retrotrae la cuestión electoral al punto en el que se encontraba en la segunda vuelta de las elecciones pasadas? La cosa está, como entonces, entre Daniel Noboa y Rafael Correa (Luisa González es una mera fachada, una muñeca parlante que no consigue ocultar el verdadero poder que la designó y la gobierna). Quizás hay una cierta madurez política en el hecho de que gran parte del país no quiera resignarse a haber elegido un presidente para nomás un año y medio, lo cual explica el endoso de apoyos a Noboa pese a todos sus fracasos: la inseguridad, la crisis de los apagones, la decidida ingobernabilidad de un país que se le va de las manos… Medio país parece dispuesto a perdonarle todo. O quizás hay algo más de fondo en esta polarización: quizás el país se hartó al fin de esta proliferación de partiduchos sin identidad ni principios, movimientos de alquiler lanzados al negocio de medrad de los fondos electorales, todo según el modelo que legó al país el correísmo luego de aniquilar el para entonces ya decadente sistema de partidos. Quizás estas elecciones son el punto de inflexión a partir del cual edificar la tan postergada reforma política.

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3. La cancha inclinada

El fragor de las sirenas y los helicópteros atruena en la ciudad mientras dura la caravana (¿presidencial?) de cierre de campaña de Daniel Noboa. La Corte Constitucional le dijo que no debe entregar la presidencia por decreto a Cynthia Gellibert con el argumento de su ausencia temporal por razones de fuerza mayor; que el reemplazo, en caso de ausencia temporal por fuerza mayor, se produce automáticamente (“ipso jure”, dice la sentencia que se emitió el pasado lunes). Ahora Noboa, intérprete de intérprete de la Constitución, pasa de presidente a candidato sin formalidad alguna. ¿Quién es presidente de la República mientras él encabeza la “caravana morada” que recorre las calles de Guayaquil desde el barrio de La Ferroviaria hasta el Guasmo Sur? ¿Cynthia Gellibert? ¿Deja de serlo cuando el candidato se baja del camión, se quita la camiseta morada y toma el avión presidencial que lo traslada a Quito, donde lo espera otro mitin? ¿Vuelve a serlo cuando se sube otra vez al camión en Chimbacalle?

Daniel Noboa nunca fue un candidato, sino dos. El que regala un sueldo básico por tres meses a los migrantes deportados de Estados Unidos, paga su millonaria deuda con las vicarías, ofrece populismo penal a través de reformas constitucionales dignas de Bukele y tiene una esposa que regala plata a manos llenas en los barrios miseria, y el que se pone la camiseta morada y se sube al camión para hacer campaña. Sin la trampa de su ubicuidad, esta elección sería incomprensible.

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