La UE frente a Roma 2017
A fines de marzo, los líderes de la Unión Europea, a excepción de la primera ministra británica Theresa May, se reúnen en Italia para celebrar el 60º aniversario del Tratado de Roma. Estas conmemoraciones son siempre un momento de congratulación y Roma no será una excepción. Sin embargo, nuestros dirigentes no pueden dejar pasar esta ocasión para reflexionar sobre el sentido profundo del proyecto. La UE se encuentra en una encrucijada. Pese a estar en sus inicios procedimentales, el “brexit” ha derribado una de las premisas fundadoras del proyecto europeo: la irreversibilidad de la integración. Hoy, el populismo nacionalista en auge y el escepticismo reinante sobre lo que aporta la UE amenazan con desbaratar seis décadas de progreso. Por tanto, este homenaje a la unidad debe incorporar la difícil realidad de desunión y balizar el futuro. Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, en su Libro Blanco sobre el futuro de Europa esboza cinco vías para evitar la desintegración de la UE: desde ceñirse al mercado interior, hasta profundizar y ampliar el proceso de integración, pasando -hoy parece inevitable- por la propuesta de construir una Europa a varias velocidades. En diez meses de debate los mandatarios europeos, según este plan, tomarán una decisión sobre nuestro futuro, que podrán poner en marcha antes de las elecciones europeas de 2019. Sin embargo, falta una reflexión interna, franca y de fondo. En lugar de reordenar las tumbonas del Titanic, debemos preguntarnos por qué se hunde el barco. El trabajo de Junker ni siquiera hace referencia al reparto de poder en la UE, cuestión de vital importancia. Son dos las posibles lógicas: la transnacional o la intergubernamental. Hoy por hoy, la UE es una organización fundamentalmente intergubernamental con fachada transnacional-. En tanto no se admita el carácter disfuncional de esta estructura que permite tanto a instituciones como a Estados miembro eludir sus responsabilidades mediante acusaciones mutuas, nuestros máximos mandatarios no conseguirán el reequilibrio institucional que todos coinciden en destacar como clave de bóveda. El transnacionalismo puro ofrece grados más elevados de cooperación, pero incorpora más riesgos también. Prácticamente nadie apuesta por este planteamiento. En cuanto a la lógica intergubernamental, escenario que poco difiere del actual, es notorio que aboca a la consolidación del liderazgo de Alemania. Y puede no ser una mala opción de futuro a corto plazo, si -y digo bien “si”- Ángela Merkel se mantiene como canciller de Alemania a partir de septiembre, pues Merkel ha conseguido un estilo propio de liderazgo que en ocasiones resulta premioso pero que en lo fundamental funciona en una Europa sometida a presiones múltiples. Esta no es la Europa que contemplaron los fundadores, pero es una opción realista, siempre y cuando la acometamos en plena consciencia y mantengamos la colaboración en niveles razonablemente altos, mitigando las contradicciones existentes en la arquitectura, con lucidez. Para encarar el futuro Europa, primero debe acabar con los autoengaños sobre el camino a emprender. Ahí reside el corazón del debate.
En marzo de 1957, Konrad Adenauer definió Roma como el telón de fondo idóneo para “sentar las bases de un futuro común para Europa”. En marzo de 2017, Roma puede volver a ser Roma. Es posible que no tengamos muchas más oportunidades para reflexionar sobre nuestro presente y definir nuestro futuro. No podemos dejarla escapar.
Project Syndicate