Valeria Aguirre: La danza, mística de vida

Valeria Aguirre: La danza, mistica de vida

Son 45 años dedicada a lo que más le apasiona, danzando y formando a nuevas generaciones con la experiencia obtenida de años de entrega y particular talento.

Siempre me llamó la atención su forma de caminar o moverse, como si fuese un hada iluminada con ojos de cristal de Turmalina... Y es que en Valeria, el universo ejerce una fuerza magnética, destinada a una suerte de danza eterna...

El poder de la pasión

Descubrir una pasión y tener la capacidad real para desarrollarla es una fortuna de pocos. Su historia, rebasada de emociones y grandes vivencias, merece ser contada, para poder entender el mundo y la vida de una bailarina de su categoría. Ha participado en varios festivales internacionales, siendo una de las profesionales con más representación del país y, ahora, dedicada a transmitir lo aprendido a cientos de jovencitas que anhelan también un espacio en el exigente mundo de la danza.

Se enganchó en el ballet a los 5 años, con el apoyo de sus padres y de su abuela, quienes reconocieron en ella el talento que desplegaba en cada ‘jete’ (con acento en la última e).

Sus pinitos en la danza los cursó en la Academia Sabine, afamada en los 70, donde se aprendía ballet de la mano de una francesa, de firme temperamento, que fácilmente espantaba por su modo y exigencia. Sin embargo, permanecían las que mostraban ciertas cualidades: amor al arte y, por qué no, aguante al grito. “Yo misma lo viví de muy chica, y ¡sé de lo que hablo...!”. No obstante, Sabine fue una gran maestra y se la recuerda con profunda admiración. Y es que esta disciplina no es para todas, o todos. Se necesita fuerza de carácter y convicción para seguir sorteando toda clase de esfuerzos físicos y mentales, y así, brillar en el escenario. Valeria lo consiguió y de largo.

“Bailar me mantiene viva. En el escenario me gusta dar lo que no se ve, a ratos irreal, algo desconocido... crear una comunicación con el espectador, que transmita alguna fantasía, pasión o locura... Significa escuchar las sensaciones, permitir que sean el combustible de las formas y sentidos, casi como un poder explosivo, una conexión entre el placer y el esfuerzo”.

Con un talento nato, a los 9 años dio un segundo paso, mucho más elevado, al ser aceptada en la Compañía Nacional de Danza, fundada por el gran maestro y coreógrafo Marcelo Ordóñez, quien hizo grandes aportes en la danza del país, con un trabajo constante y destacado durante décadas. Para Valeria, el salto fue una verdadera prueba de superación, pues esta institución pasó a ser, literalmente, su segundo hogar. Del colegio iba en bus a la Compañía, donde, por la tarde, recibía dos clases magistrales de ballet, mientras entre tiempo y tiempo almorzaba atropelladamente y, a veces, lograba hacer sus tareas escolares. Aquella dinámica de vida ratificó su pasión por seguir bailando.

¿Su inspiración? Isadora Duncan, coreógrafa y bailarina americana, creadora de la danza moderna. “Ella hacía de la danza algo que procede solo del interior. Sus pies descalzos y pelo suelto me hacían soñar bailando. Fue una revolucionaria de la danza. Alguna vez dijo, ‘... el movimiento de las olas, de los vientos y la tierra están siempre en la misma armonía duradera’”.

Con el tiempo, Valeria se consolidó en la danza de la mano de Ordóñez, captando su atención por su especial dedicación y desempeño, lo que le valió un pasaporte, bien ganado, para ser miembro del Instituto Superior de Arte, parte del Teatro Colón, en Buenos Aires, donde la competencia es extrema: “Estar en esta gran escuela te asienta, miras lo que significa una formación de altísima exigencia académica, que abarca todos los ámbitos”. A modo de referencia, los aspirantes -desde los 5 años-, estudian ballet en jornadas extendidas, es decir, un colegio enteramente direccionado hacia la danza. Y Valeria tuvo el desafío de estar y pertenecer a este círculo cerrado, que abrió en ella metas más altas para que el baile en Ecuador aumente de nivel. Así, regresó y al marcharse Marcelo Ordóñez a París, traspasó su escuela a Valeria, quien fue agrandándola poco a poco. Bailó independientemente durante 15 años, hasta que decidió establecer su academia a tiempo completo.

En su largo recorrido, lamenta el poco estímulo y apoyo que se recibe a nivel gubernamental para fortalecer esta rama del arte en el país, especialmente al artistas independiente.

El amor y la familia

En el entretiempo, se casó y tuvo un hijo, Teo Salguero, quien ha sido su mayor fan y apoyo. Hoy, a sus 20 años, estudia en España y la bailarina es la madre más orgullosa del planeta: “Ser una madre bailarina ha sido muy lindo... Mi hijo creció escuchando música clásica, y yendo a teatros. Le he inculcado el arte y me encanta compartir con él mis proyectos y escuchar su opinión y críticas también”.

Además, hace 13 años, se volvió a casar con Rodrigo Espinosa y, dice que es una mujer completa porque finalmente logró un equilibrio de vida junto a él: “Mi relación es maravillosa, llena de paz y amor. Estoy junto a un hombre con el que he tenido la suerte de rehacer mi vida. Y mi hijo considera a Rodrigo como un padre. Los dos han sido un soporte y apoyo en mi profesión”.

Con su hermana Stephanie comparte la pasión por la danza. Ambas trabajan en su escuela L’Atelier Danza y Ballet Studio: “... juntas hemos consolidado un aprendizaje profesional y responsable, siendo ahora parte del currículum del ABT -American Ballet Theater-”.

¿Qué le falta? “¡Mucho! Siempre estoy aprendiendo, investigando, ¡creando...! Realmente lo que me va a faltar es ¡vida! Mientras tanto, bailaré hasta cuando pueda y tenga la energía y la necesidad de seguir danzando”.

Valeria también ansía seguir enseñando danza con el mismo entusiasmo, sembrando en las niñas y jóvenes, aquella mística y pasión que a ella la han convertido en una auténtica “ballerina”.

Personal:

- Estudios. Compañía Nacional de danza. Miembro del Instituto Superior de Arte en Buenos Aires.

- Trabaja en: L’Atelier Danza y ballet Studio.

- Casada con: Rodrigo Espinosa.

- Hijo: Teo Salguero.