
Otra Venezuela en la frontera
El pasado 8 de agosto, el Gobierno declaró estado de emergencia en la frontera para dar urgente atención a los migrantes que han llegado de forma masiva.
Mira el billete como un escultor frente a una pieza de yeso nueva. Empieza. Uno, dos... diez dobleces. Un conito del tamaño de un pulgar está listo. Toma otro billete y otro... y así hasta tener cinco puntas armadas. La estrella, casi completa. A sus pies, una enorme maleta negra abierta muestra en sus entrañas una colección de bolívares. Cien, dos mil... da igual. “Allí hay menos de un dólar”, habla al fin.
Más allá hay un cartón de medio metro que suplica en letras negras: “Soy de Venezuela, colabórame”. El origami es un arte que consiste en el plegado del papel para obtener figuras; pero en el parque central de Huaquillas es la única esperanza de Enger Medina para llevarse algo al estómago. Tiene brazos tatuados y una gorra de la bandera de su país, ojos pardos, piel reseca y cuatro años en la cárcel, recién vividos, que le dejan huellas en el rostro a sus escasos 23.
Antes de hacer origami con bolívares, fue ladrón y secuestrador; pero esa vida quedó en Mérida. Allá donde están su hija de año y medio y su promesa de cambiar para bien y hacer resurgir el hogar. Se hubiera quedado, pero ser albañil, la nueva faceta que eligió después de la prisión, no es negocio en un país en donde un sueldo básico no alcanza para armar una arepa. Por eso está aquí, en el parque de Huaquillas, rodeado de muchos como él.
La plaza siente la crisis de Venezuela cada vez más: letreros pidiendo ayuda, sábanas improvisando colchones, súplicas que se repiten como eco macabro por todos los rincones: “Colabóreme. No he comido”, “lleve sus bolívares de recuerdo”, “caramelo, caramelo”.
Luismar Dugarte y Yusaina Farfán, en otro extremo del parque, lanzan otra súplica. Esta vez en un pedazo de pizarrón blanco: “Somos venezolanos, queremos trabajar”. No pasan de 30. El tema está fuerte, reconoce Luismar, hay muchos y no se consigue una plaza fácil. “Por eso estamos durmiendo en veredas. Así llevamos siete días”, confiesa.
Se supone que la mayoría de venezolanos toma el país de paso, que se van a Perú, que allá y en Chile tienen a sus familiares y amigos, que Ecuador es solo parte del camino. Pero eso cada vez se siente menos en el centro de Huaquillas.
Llenan veredas, bancas, vías principales. Unos se dedican al comercio informal, otros a pedir dinero. Viven en la calle hace semanas y unos hasta han improvisado hogares en solares abandonados. Vinicio Quezada, director de Comunicación del Municipio de Huaquillas, admite a este Diario que hasta hace menos de un mes la afluencia de estos ciudadanos era transitoria.
“Ingresaban por el puente Rumichaca y salían de Ecuador a Perú; pero ahora se están quedando, ocupando los espacios públicos y convirtiéndose en un problema de índole humanitaria”.
La mecánica de los venezolanos sin techo en Huaquillas está casi que escrita en una guía. Luismar y Yusania intentaron quedarse a dormir en el parque los primeros días que arribaron. “Ahora preferimos una vereda cerca del viejo hospital. Es menos frío”, describe la primera. Subsisten de la venta de caramelos. Cerca del parque, hay un baño que alquilan. “Usar el retrete te cuesta 15 centavos y ducharte, 50. Como solo traemos un par de mudas a cuesta, no tenemos problemas. Se sobrevive”, atina.
Esa metodología se repite en cada migrante consultado. Ninguno habla de irse del país.
De medio millón de venezolanos que han ingresado al país, al menos 80 mil decidieron quedarse. En Huaquillas la competencia entre ellos es fuerte. En cada esquina hay al menos tres jóvenes limpiando parabrisas y los carameleros se multiplican.
El Municipio restringe la actividad comercial en accesos a la iglesia católica, centros médicos y áreas para discapacitados. Por ahora no hay mayor o prohibición con la venta informal. La policía del Cabildo alcanza apenas a 25 efectivos.
Hay un albergue en la cooperativa 8 de Septiembre que solo tiene capacidad para 60 personas. Hoy está cerrado. No abastecería el número de venezolanos que está en la calle actualmente, precisa el representante del alcalde, aunque reconoce que esa cifra se desconoce porque crece a diario. “En otras emergencias hemos utilizado las escuelas, pero eso también es imposible, los niños están en clase”, agrega.
En este momento ya crece una nueva preocupación en el gobierno local de Huaquillas. “La necesidad y la falta de fuentes de trabajo, cuando llega al extremo, genera actos contradictorios con la ley, como robos y aparición de bandas. Ya se han detectado casos. No son la constante, pero tememos registro de que aquello va en crecimiento”.
Un camino de llanto y nostalgia
Desde que el 8 de agosto Ecuador declaró en emergencia migratoria las provincias limítrofes con Perú y Colombia, por la masiva llegada de ciudadanos venezolanos al territorio, unos 4.200 ingresos al día, se han improvisado corredores humanitarios en esos lugares.
El Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana del país precisó que esta declaratoria rige en las provincias de Carchi (frontera con Colombia), Pichincha (centro andino, cuya capital es Quito), y El Oro (limítrofe con Perú), para prestar “urgente atención a los flujos migratorios inusuales de ciudadanos venezolanos en la frontera norte”.
En el Centro Binacional de Atención en Frontera (Cebaf) de ese lugar llegan a diario migrantes, como Matilde Caldera. Tiene 33 años y dejó a tres hijos de 15, 12 y 8 a cargo de un hermano de 22. Allá en Venezuela trabajaba en la agricultura o limpiaba casas, pero la situación se hizo insostenible. Agarró maletas y salió. El corazón partido, el norte es Trujillo. Debió llegar el sábado anterior, a la cola, porque plata no hubo todo el camino.
Una carpa ofrece comida en el Cebaf. Un alivio para ella, que llevaba dos días sin bocado. Bebió agua también. “Casi nadie bebe agua en estas largas caminatas”, cuenta a este Diario.
Tiene razón, personal de la carpa improvisada del Ministerio de Salud confirmó que desde que se aperturó la atención por la emergencia, la mayoría llega con síntomas de deshidratación. Hay cuadros peores. Bebés que no han comido en días por falta de leche de fórmula a quienes sus padres los alimentaban solo con agua, o adultos mayores que no han seguido un tratamiento regular por la falta de medicina que sufre Venezuela. Todos con el sueño de entrar a Chile o Perú, con la expectativa de mejorar su calidad de vida.
El Cebaf se ha convertido estos días en una especie de lugar de descanso que los migrantes agradecen. Sin embargo, el defensor del Pueblo de Huaquillas, Eduardo Astudillo, criticó el hecho de que pese a la emergencia se cierre en horarios de oficina. “La labor después del decreto debería ser permanente por lo menos durante agosto. Hay gente que llega en la madrugada y no encuentra atención. Esa no es la idea”.
Esta declaratoria de emergencia, que estará vigente este mes, la coordina el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y tiene un presupuesto de 3’778.194 dólares.
En la frontera se empezaba a sentir también la desesperación por la exigencia del pasaporte. Muchos tienen cédulas caducas o demasiado deterioradas. Otros ven imposible poder obtener el pasaporte. La medida rige desde ayer.