El ventrilocuo
La palabra ventriloquía proviene del vocablo latino ventrílocuo, que significa “el que habla con el vientre”.
Al respecto pareciera que durante la última década, en el Ecuador ha reinado el arte de la ventriloquía y el razonamiento visceral.
Ciertos ventrílocuos son habladores por afición, odiadores por convicción, ven deportivamente la política. Algunos son obedientes por conveniencia, carceleros de la libertad de expresión, gastadores compulsivos, generosos con lo ajeno y celosos con lo propio; fiscalizadores de todos, fiscalizados por nadie.
El mayor espectáculo de ventriloquía lo encontramos en la mañana de los sábados y en una que otra cadena nacional. Las palabras del ventrílocuo retumban de manera directa en los oídos y las mentes de los casi 100 “dummies” (muñecos obedientes), los que al más puro estilo del Macondo de Gabriel García Márquez, toman el capricho del ventrílocuo como orden de inmediato cumplimiento.
La situación se agrava cuando el ventrílocuo se enoja, insulta, persigue, acusa, juzga y sentencia en sus monólogos “reflexivos” y sus “dummies” lo imitan.
El ventrílocuo es el rey del espectáculo, disfraza a sus “dummies” de agricultores, militares, ecologistas, yoguis, reconstructores y los recicla cambiando el ropaje y la actividad de los personajes; poniéndolos a confrontar y enfrentar con los espectadores críticos de su “actuación”.
Hoy en día el ventrílocuo no disfraza la voz, habla de más, pasa a segundo plano el contenido del libreto, se pelea por todo y con todos, sin medir las consecuencias. Lo importante es continuar con el espectáculo, recaudar la taquilla y repartirla, de manera tal que le permita alcanzar el buen vivir a él y a sus incondicionales “dummies”, importándoles un rábano la situación económica o las vicisitudes de los espectadores, ya que lo prioritario es mantener en vigencia el espectáculo el mayor tiempo posible para mantenerse en el “buen vivir” anhelado por muchos, disfrutado por pocos.
El espectáculo continúa pese al descontento de la audiencia.
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