Su ultimo viaje por la calle Lizardo Garcia
Lucila se agarró fuerte de un poste. Sus regordetes y cansados brazos intentaban aferrarse a este para evitar caer ante los empujones. A sus 69 años, sentía la obligación de estar allí, junto al Cristo del Consuelo. Era un compromiso de fe con su hija
Lucila se agarró fuerte de un poste. Sus regordetes y cansados brazos intentaban aferrarse a este para evitar caer ante los empujones. A sus 69 años, sentía la obligación de estar allí, junto al Cristo del Consuelo. Era un compromiso de fe con su hija mayor, Susy, a quien perdió por un cáncer hace apenas cuatro meses.
Su rostro mostraba alegría y a la vez lloraba en silencio con cada imagen que veía, de entre las tantas que llevaban los miles de fieles que acudieron a esta procesión, la segunda más grande de Latinoamérica, según defienden sus promotores. Algunos dicen que sobrepasa del medio millón de personas.
En realidad, Lucila no pudo llegar hasta el final. No se lo permitieron sus piernas, cansadas y adoloridas por la caminata. A la altura de la estación 11 del viacrucis, ella esperó el paso de la imagen. Aferrada al poste. Aferrada a sus 40 años de fe a esta imagen. Aferrada al recuerdo de Susy.
Desde ‘su poste’, Lucila vio pasar a Aymara Montaño, una afroecuatoriana que dos horas y media antes se había cortado el pie con un clavo, cuando la procesión había iniciado.
Un equipo médico la había atendido a la altura de Chambers y Lizardo García, a unas pocas cuadras donde, cerca de las 08:20, Walter Balladares Benalcázar, de 60 años, fue víctima de un infarto. Los paramédicos llegaron e intentaron reanimarlo, pero el hombre, quien había ido a la caminata solo, falleció.
Aymara tuvo otra suerte. Descalza, ella cumplía su penitencia junto a sus hermanos y su hijo, el “milagro vivo” de su fe: el Cristo del Consuelo lo salvó de una apendicitis hace ya 6 años; hoy él tiene 12.
Con sus casi 170 libras de peso y su 1,78 metros, Aymara llegó cojeando, apoyada en los hombros de sus hermanos, hasta el final de la procesión número 47 del Cristo del Consuelo, que fue presidida por el arzobispo de Guayaquil, monseñor Luis Cabrera.
El principal de la Iglesia católica en la ciudad se calificó luego como un testigo sorprendido de la fe por esta caminata, que inició a las 07:15. Aunque en realidad, para algunos, como la familia Cruz Cedeño, de siete miembros, había iniciado dos horas antes, cuando empezaron sus arreglos para salir desde la Pancho Jácome, donde habitan.
Con un crucifijo grande sobre sus hombros -pesa unas quince libras, dijo Sofonías, el jefe de la familia- y todos vistiendo camiseta blanca, ellos habían arribado a la iglesia desde donde partió la marcha a eso de las 06:10.
Para esa hora ya las calles aledañas a la Lizardo García se habían convertido en un mercadillo. El ‘Restaurante rodante de Mami Marucha’ junto a la venta de vestidos y calzones, y esta junto al vendedor de gafas y más allá los que ofrecían “las billeteras de TVentas” a un dólar, los rosarios, velas, jugos, agua, bollos, gorras, gel de coca y marihuana... una fanesca del comercio.
Al menos, esta vez hubo orden y pocos fueron quienes se arriesgaron a colocar sus ventas en la vía por donde pasaba la multitud. Gran error: había tanta gente que a medida que los fieles avanzaban, debieron apurarse por salir de su paso.
La procesión fue lenta. Desde algunos balcones, como en la casa de Jhonny Criollo, se lanzaban fundas con agua gratis a los caminantes.
Y después de tres horas y nueve minutos de recorrido, al fin los fieles llegaron hasta la iglesia del Espíritu Santo, en lo que fue su último viaje hasta este santuario. El 2017 habrá nuevo recorrido. Y hasta entonces a seguir la recomendación del monseñor: “Transfórmense en misioneros y difundan que Dios está vivo”.