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Wilman Terán
Un orate. Wilman Terán, a medio camino entre el culebrero de feria, el predicador de parque y el narrador de radionovela.Henry Lapo

Wilman Terán: ¿Payaso? Quizás, pero de película de terror

Análisis. Hasta los que consideran a Terán como un personaje nefasto piensan que no hay que tomarse en serio lo que dice

Si Wilman Terán no existiera, el correísmo tendría que inventarlo. Una vez agotados los caballeros de distinguida presencia que ocultan tras el porte académico su propensión a los amarres truchos (Jalkh); agotados los tinterillos de tres al cuarto especialistas en encontrar figuras jurídicas a pedido para justificar cualquier basura (Mera); los testaferros con visión estratégica que firman lo que les pongan por delante y cobran en efectivo (Jarrín); los operadores políticos que a duras penas consiguen disimular con el postureo de letrados el codicioso rostro de su angurria (Vera)…

Una vez jugadas y quemadas esas y otras cartas, lo único que le faltaba al correísmo para probar todos los recursos que ofrecen las insondables cloacas del Derecho era recurrir a la figura del culebrero de feria, el charlatán de verbo iluminado que tan pronto invoca los poderes astrales del zodíaco para vender tónicos capilares como se inviste de la furia divina de un profeta para lanzar excomuniones y anatemas. Ese es Wilman Terán, cuyo espectáculo de esta semana en la Asamblea explica por qué un partido tan inmoral como el del expresidente prófugo y sus fámulos ha decidido apostar todo por él.

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Wilman Terán encarna mejor que nadie la figura del orador popular especialista en encantar serpientes. Hombre con voluntad de estilo, ha logrado pulir y abrillantar los recursos retóricos necesarios para pasar por docto entre los iletrados. Incapaces de juntar una idea con otra aun cuando las llevan por escrito, los legisladores de la patria quedaron fascinados ante semejante versión de la elocuencia.

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Articuladísimo le debió parecer a una Jhajaira Urresta, para quien los rudimentarios principios de la concordancia son un misterio incomprensible; elegantísimo se vería ante los ojos de un Ronal González, encorsetado en un traje probablemente heredado de un muerto tres veces más delgado; sabio, sapientísimo debió sonar, con sus alusiones al mundo metafísico, en los oídos de Viviana Veloz, proveniente de la industria de la hostelería de carretera en la provincia de Santo Domingo. Soberbio, Wilman Terán se daba el lujo de desdeñar, por limitados, los recursos retóricos de su oponente, el legislador de Construye Jorge Peñafiel, proponente del juicio político. Y desplegaba todos sus talentos.

Sin embargo, estamos ante el hombre que, en la formalidad académica de una conferencia magistral, despachó la insólita majadería de que la Segunda Guerra Mundial había ocurrido “más o menos” a fines del siglo XVIII. Lo cual implica que en lo relativo a la evolución de la política y el Estado de Derecho, que se jacta de estudiar y conocer a fondo (e incluso de impartir en cátedra universitaria), Wilman Terán lo ignora todo. Pero todo.

¿Está loco el expresidente del Consejo de la Judicatura, como se comenta en todos los ámbitos del debate público? ¿Es un histrión, un payaso, un bufón descarado, como se le achaca entre risas? Terán lleva la Biblia bajo el brazo, habla en parábolas, como Jesucristo (“Érase una vez que todos los demoños bajaron a la tierra...”) y conjuga la humildad evangélica (“soy un privado de la libertad y me presento ante ustedes como un simple pordiosero”) con la ira profética (“¿tan podrida está la corrupción que ese virus trata de infectarme?”).

Wilman Terán, expresidente del Consejo de la Judicatura.
Wilman Terán, expresidente del Consejo de la Judicatura.DAVID VELA

Se pinta a sí mismo “atravesando el valle de la muerte”, como el autor de los Salmos; o “extendiendo las alas como un águila”, como el Dios del Deuteronomio; o personificando en sus magras carnes el poder de la verdad, que “no es un meteorito que se consume a sí mismo sino un sólido astro como el sol que día a día ilumina a nuestra patria”, mientras identifica a sus enemigos con la mismísima serpiente del Apocalipsis, “protegidos con la correa de la culebra a la que aplasta el Ángel de la Verdad”, que en este caso no es la Virgen María sino… ¡él!

La asambleísta Paola Cabezas en una foto de archivo.

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Mezcla rara de culebrero de feria, narrador de radionovelas y predicador de la Plaza Grande o el parque Centenario, Wilman Terán se insufla de la ira divina para denunciar a los aliados de Satanás y gruñe, bufa, brama. Fustiga a sus enemigos con rebuscadísimos epítetos y sisea, suspira, se sorbe los mocos. Vuelve los ojos a sí mismo y se encuentra desvalido, acosado, perseguido. Entonces levanta las manos crispadas hacia el cielo y teme, trema, tiembla.

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Y en esta montaña rusa de sensaciones que van desde la indignación moral hasta el fervor místico, pasando por el estupor (“Yo me estoy admirando someramente”, dice), arrebatado por el clamor de fuerzas espirituales que bullen en su interior y lo atormentan, Wilman Terán se quiebra, se crece, se retuerce. Modula la voz como si estuviera contándonos las desventuras de Porfirio Cadena, los desengaños de Renzo el Gitano, las accidentadas aventuras de Kalimán en el valle de los vampiros o el Santo contra las momias de Guanajuato.

Y clama: “¡Qué tanto han involucionado en el cerebro o qué falta les hizo de amamantamiento para carecer de humanidad!”. O bien: “Solo los truhanes hablan cuando se les acaba el discurso de los posibles encantos que pueden tener caballeros o damas en sus posibles cosas”. O atropelladamente: “Estar en esta situación es un efecto desvalido, pero no me priva de inteligencia, no me priva de dignidad. Ay de aquel que sigue tratando de neutralizar mi capacidad mental. Mi conciencia no la borrará, mi honradez y mi honestidad tampoco lo hará. Los miserables serán aquellos que apoyen que esté allá. No será oprimido el privado de la libertad y no se morirá por ende en ninguna mazmorra”. Lo que sea que esto signifique.

Ese histrionismo tan fácilmente ridiculizable; ese verbo fecundo pero confuso; esa cómica apariencia… En todo ello reside la fortaleza de este personaje. Sí, Wilman Terán hace gracia. Tanta, que nadie quiere perderse lo que diga, como no se perdería tampoco las evoluciones de un loco sobre una pista de baile o las gracias de un payaso bajo la carpa de un circo.

Por eso, incluso aquellos que lo consideran nefasto en la esfera política ecuatoriana (y de estos hay legión: prácticamente todos los ciudadanos honestos que se mantienen informados), los que clamaban por su enjuiciamiento político y su destitución desde hace más de un año y celebraron su captura porque lo saben un corrupto; los que entendieron la clase de manipulaciones que estaba operando en la justicia, especialmente en el concurso para elegir jueces de la Corte Nacional, que fue anulado por retorcido y oscuro; los que no se sorprendieron de verlo, en el caso Metástasis, relacionado con mafiosos y narcotraficantes, cobrando dinero para influir en procesos judiciales; incluso ellos tienden a no tomarlo en serio cuando habla. Y hacen mal.

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Un imperceptible pero decisivo cambio en la manera de percibir la corrupción ligada con el caso Metástasis ha venido operándose en los últimos siete meses en la opinión pública. El 14 de diciembre de 2023, cuando los operativos policiales detuvieron a Wilman Terán y una treintena de personas involucradas en el esquema político y judicial del narcotraficante Leandro Norero, la sensación generalizada en el país era la de haber abierto los ojos ante una verdad evidente que se presentía pero de la que no había pruebas hasta entonces.

Comparecencia. El expresidente del Consejo de la Judicatura, Wilman Terán, arribando a la Asamblea Nacional.

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Metástasis se convirtió en el gran motivo de la unidad nacional, una especie de punto de encuentro de los ecuatorianos honestos contra la mafia. Pero no hubo un compromiso político por acompañar y aprovechar ese ‘momentum’ y sí, en cambio, un esfuerzo (de parte de los grupos políticos involucrados) por minar los fundamentos del caso. El miércoles de esta semana, cuando Wilman Terán, en medio de sus delirios y sus payasadas, arremetió contra la fiscal y sus pruebas, todos esos esfuerzos dieron sus frutos.

No importa que sus presuntos chats con la fiscal provengan del Photoshop y fueran extraídos de un teléfono que él tiene escondido y no quiere mostrar a nadie; o que la conversación telefónica que dizque demuestra la inocencia del socialcristiano Pablo Muentes en el caso Purga haya sido forjada por dos socios que fingen no serlo. No importa que las pruebas de la fiscal hayan sido corroboradas por los testimonios y los hechos. Terán se ajustó al libreto: habló del supuesto plagio de la tesis; dijo “influjo psíquico”, denunció persecución.

Se arrepintió de haber condenado a Rafael Correa como juez de segunda instancia en el caso Sobornos. El conjunto de acciones de Diana Salazar ha sido puesto en duda y ya no se podrá hablar (al menos en la Asamblea, epicentro de la política nacional) de Metástasis o Purga o lo que fuese con la misma unánime certeza con que se hacía hace siete meses. El correísmo logró sembrar la incertidumbre y la intervención de Wilman Terán en su juicio político, este miércoles, fue el momento culminante de esa estrategia. ¿Loco? ¿Payaso? Puede ser, pero Wilman Terán sabe exactamente lo que dice. Y el correísmo sabe exactamente para qué lo quiere.

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