En las zonas rurales aun esperan por ayuda
La tierra sigue temblando. Las réplicas mantienen asustados a los manabitas. Esta vez una de 5 grados preocupó a los habitantes de Manta. Con voz temblorosa, William Espinoza narró el momento de angustia. “Fue demasiado fuerte. Volvimos a salir de nues
“Todos hablan de Manta y Portoviejo, pero nadie se preocupa de otros cantones y parroquias”, dice a EXPRESO Manuel Zambrano. Él es dirigente de la comunidad El Pajonal, parroquia Leonidas Plaza, entre Manta y Bahía de Caráquez.
Son 50 familias, más o menos 200 personas. Nadie ha llegado con ayuda, asegura. Allí las casas están dispersas, tres de ellas –de madera– se cayeron por el terremoto de 7,8 grados, del sábado 16 de abril.
Por eso, reconoce Zambrano, los pobladores caminan hasta el filo de la carretera para pedir agua y víveres.
Gema Mendoza vende sandías en la carretera. Contó que el día del sismo los habitantes estaban en la cancha comunal. “Veíamos cómo todo se movía, la cúpula de la iglesia parecía que se caía. Nos juntamos y luego se fue la luz”, relató.
Ella asegura que la ayuda ha llegado de la mano del sacerdote y personas particulares que van dejando ‘algo’ a quienes salen a la carretera. Estudiante de primer año de Ingeniería y Marketing de la extensión de la Universidad Laica Eloy Alfaro en Bahía de Caráquez dice que no ha visto el aporte estatal.
Un poco más adelante, en el sector Las Jaguas todo está perdido. Un muro de contención colapsó: 10 hectáreas de sembríos y pastos se inundaron, calcula Guido Zambrano. Él debe caminar, con el agua hasta más arriba de la cintura, hasta donde era su finca. Tenía 33 cabezas de ganado. Desde el domingo 17, va allá tres veces al día para alimentar a su perro, un chancho y las aves que ahora habitan en la casa. “En la época invernal siempre tenemos problemas de inundaciones, pero el terremoto rompió el muro de contención y mis tierras se inundaron en 15 minutos. Lo he perdido absolutamente todo, y nadie ha venido para solucionar esto”, relató.
Pero no todo son quejas en el área rural. En la comunidad Ceibal, más conocida como El Tropezón, del cantón Rocafuerte, también se destruyeron algunas viviendas. Pero sus pobladores ya se organizaron. Doña Tolita Cedeño hacía chifles, en una cocina improvisada: un hueco en la tierra, con un asiento de ladrillos y una hoja de metal que sirve como hornilla. Ella preparaba la comida para la comunidad que estaba trabajando para reconstruir las casas.
“Lo primero que hicimos fue un censo para saber cuántos somos”, contó a EXPRESO Diana Zambrano. Ella y José Molina se pusieron al frente de los comuneros. Han logrado, dicen, que las 59 familias que viven en el sector colaboren “para sacar al barrio adelante”.
Un vecino prestó una pala mecánica, hicieron una colecta para pagar al conductor con comida, el combustible también se financia con aporte solidario. “En este momento, la unidad hace la fuerza, sino tenemos dinero podemos poner la mano para reconstruir nuestro barrio”, dijo Zambrano.
La minga ha vuelto a la comunidad. Molina, quien se recupera de una lesión en su tobillo que sufrió al caer de una escalera durante el temblor, muestra orgulloso el trabajo de los vecinos. Plantaron los postes para la luz y, con la ayuda de un vecino que trabajaba en la empresa eléctrica, van a tender los cables de alta tensión. “Podemos trabajar en esto porque no hay luz desde el sábado y no hay peligro”, explicó.
La tarde del domingo, hasta Ceibal llegó un camión custodiado por militares. Ellos entregaron ayuda de casa en casa. Y recibieron algo a cambio: los comuneros compartieron con ellos un plato de arroz, con atún, tomate y cebolla paiteña.