MARIA GLORIA SÁENZ
  • "Se puede dejar de comer, pero cuando te quitan la libertad es para morirse”. Goia de SáenzKarina Defas

    La inspiradora vida de Goia Sáenz: longevidad, amor y legado familiar

    Llegar a los 99 años con las facultades intactas y si a esto se suma, una historia excepcional, ¡vale contarlo!

    Goia, como todo mundo la conoce, impacta desde el minuto uno, no solo por su imponente edad, sino porque tiene un aura o un no sé qué que simplemente irradia el universo. Y al conocerla, la conquista es absoluta.

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    La acompaña su hijo Francisco quien, a modo de broma, cuenta que el secreto de su longevidad es, a falta de ascensor, subir tres pisos al día para llegar a casa.

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    Fernando, el octavo del clan, asiente, mientras cuida a su nieto, que resulta en bisnieto 51 de 52 hasta el momento. En la entrevista también están sus hijas María Gloria, María Delia, Carmen - la décima y última hija de Goia-, y dos de sus 39 nietos, Sebastián y Caridad, relajados y buenas gentes todos, me invitan a almorzar arroz con huevo y aguacate ¡Qué delicia!

    La familia participa del encuentro, orgullosa de María Gloria, quien sostuvo a sus hijos al hacer de todo. Goia fue tejedora, cajera, vendedora, censista, publicista, estrella de TV, chef, jardinera y voluntaria social. A estas alturas, afirma que su gran legado es su familia, su pilar y razón de vida.

    “El amor ha sido mi guía”

    Nació en Quito, en la Plaza de Santo Domingo en 1925 -es decir, la sumatoria de 37 presidentes hasta hoy- y, quizá, fue aquella cercanía que marcó en ella un espíritu devoto cuando, aún ultra liberal, fue su padre quien le enseñó a rezar, mientras las monjitas del Sagrado Corazón reforzaron aquella convicción espiritual.

    “Fui muy dominica y unida a la Virgen María… Era una muchacha simple, soñadora, ociosa en el colegio, pero con la virtud de ser investigadora. Pasaba los cursos porque la monja decía que yo era la que llevaba la novedad siempre”.

    Pero como el curso de la vida es inexorable, antes de los 18 conoció al amor de su vida. Antonino Sáenz se llamaba. Veinte años, hijo único, huérfano de padre y dueño de una gran fortuna. Decidieron desafiar al mundo entero por amor. “Me enamoré de cabeza. Tanto mi marido como yo estábamos ciegos… nuestras familias decidieron mandarnos al exterior para cortar el enamoramiento porque éramos demasiado jóvenes, pero mi marido se desesperó y me propuso casarnos... Nos largamos a Riobamba y nos casó un cura Vaca, confesor de mi mamá”.

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    Goia en compañía de su familia.Karina Defas

    A partir de entonces, no tuvo más remedio que aprender a cocinar y a ganarse el respeto y cariño de todo aquel que se cruzaba en su camino, incluida su suegra. No tardaron en llegar sus primeros 5 hijos, mientras descubría una fascinación por el servicio social en la Cruz Roja -vocación que cultivó a lo largo de la vida en diferentes espacios-.

    Llevaba una idílica vida, hasta que un giro inesperado lo cambió todo: Antonino, alma noble y confiada, invirtió con quien no debía y tuvieron que vender sus propiedades, que eran muchas, incluida su casa, por la que recibieron 400 mil sucres por los descuentos hipotecarios. “El amor ha sido mi guía. Es por lo que he trabajado y vivido. Hubiera podido separarme mil veces por los problemas económicos que tuvo, pero era querida y adulada permanentemente”.

    Guayaquil de sus amores

    Goia empezó a tejer día y noche hasta crear una línea de ropa para niños que pronto fue reconocida. Hizo uno, dos y más desfiles con los hijos de ilustres personajes de Quito: los Acosta del Banco Pichincha, los de Gustavo Darquea que era ministro y los de Galo Plaza, que sería más tarde presidente.

    Pero uno de sus obreros la traicionó y recibió una glosa fortísima por no afiliarlo. “No fue por aprovecharme, sino por oírle al obrero que me había dicho que renunciaría si lo afiliaba, porque eso no le servía”, explica. Así, fue con sus máquinas de tejer que pagó la deuda.

    El apremio la llevó a Guayaquil con su marido, gracias al apoyo de César Merino, cercano a la familia, y, en un partido de polo, las puertas del círculo selecto de la sociedad guayaquileña se le abrieron de par en par. Y es que ella era la hija de quien había sido antes campeón de aquel deporte.

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    La travesía empezó cruzando desde Durán a Guayaquil en lancha, para llegar a las oficinas de Área, línea aérea, donde fue cajera. Momentos que recuerda con el gozo y suerte de haber salido ilesa en aquellos cruces de la ría. Su suerte cambiaría cuando Julio Vinueza la contrató para vender lotes en lo que sería el corazón residencial de Guayaquil: Urdesa. Dato curioso, fue Goia quien tituló todas las calles del barrio con los nombres de árboles y flores que, como jardinera que es, más ama.

    Fue la época más linda que registra en su memoria: “Gané una casita en un sorteo público, ¡fue un milagro de la Virgen! Y mis últimos 5 hijos nacieron en Urdesa, de hecho, Rosario fue la primera niña urdesina, nacida en el 58. Mi más íntima amiga, Paquita Soler de Pavisic, me ayudó a cuidarlos”.

    En las lides publicitarias

    Incansable, Julio Estrada la contrató para hacer el primer censo poblacional en Guayaquil, al que accedía en lancha. Material -hecho a mano por María Gloria-, que sirvió posteriormente para crear el Banco de la Vivienda en el país.

    Posteriormente, como ‘directora técnica’ de Publicitas Sudamericanos, desarrolló varias campañas inolvidables, entre esas, la de Otto Arosemena, que le impulsó a llegar a la presidencia de la República bajo el lema ‘A usted lo necesito’. “Crecí muchísimo, mi cabeza se adaptó, nacían las ideas y los eslóganes perfectos”, dice Goia. De forma paralela, y con la fuerza que tiene la publicidad, logró ayudar a muchos desventurados en una acción social permanente a la que se unía la sociedad guayaquileña.

    La vedette de Ecuavisa

    Regresó a Quito para apoyar a su hija María Delia, que atravesaba un momento difícil, y fue cuando Nayo Ponce, gerente de Ecuavisa, la contrató para producir el primer programa de mujeres de la televisión ecuatoriana. ‘La mujer y el hogar’ tenía varios segmentos de cocina, entrevistas, manualidades y más. Goia fungía de todo en el programa: libretista, escenógrafa, conductora ¡y hasta limpiadora! En el trayecto, pudo viajar a México para conocer Televisa y Silvia Pinal les recibió cariñosamente. “Todos creían que éramos las vedette de Ecuador. ¡Ahí yo era flaca y rasguñable!”, recuerda.

    Una década después, se hizo cargo de la cafetería de la cadena La Favorita, donde los Wright la contrataron para hacer los almuerzos de 500 empleados al día, con todas las facilidades para lucirse y dar rienda suelta a su talento como chef.

    A la par, para María Gloria nunca le ha sido indiferente la política, puesto que asume la libertad como parte intrínseca del ser humano. “Se puede dejar de comer, pero cuando te quitan la libertad es para morirse”, exclama, y recuerda cuando armó una red de 600 personas para apoyar la candidatura de Galo Plaza.

    La vida de Goia a sus 99 años

    Bajo el sosiego de los jardines que diseñó años atrás, Goia pasa el tiempo acompañada de su familia, marcando siempre la independencia que ejerce como valor y dignidad. Viuda hace 29 años, ama salir al campo y visitar la gruta donde descansa, diáfano, el retrato de la Virgen que su hijo Ramiro (+) le mandó a pintar en una piedra laja.

    Vive sola en un departamento pequeño pero acogedor, donde se dedica a leer, cocinar, hacer manualidades y, por supuesto, tejer -la última Navidad tejió ¡80 pantuflas para toda la familia!-. Al finalizar la entrevista sonríe y dice: “Mis hijos son la gloria que Dios me ha dado. En cada uno veo una virtud de Él. La única riqueza que tengo es la unión de mi familia”.

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