Así aprendemos a convivir con el dolor
Aunque suene poco alentador, el dolor también es un recordatorio de los puntos positivos que tiene la existencia
Sin tristeza, no existiría la felicidad. Sin desafectos, no existiría el amor. Sin sufrimiento, no existiría alivio y tranquilidad.
Saber que todas las emociones son parte de nuestro andar en la Tierra nos ayuda a aceptar de mejor manera lo imprevisto, lo sorpresivo y, sobre todo, lo doloroso y desagradable.
Manual para enfrentar la crisis personal
Leer más¿Por qué? Porque cuando aceptamos que lo negativo es parte del ciclo de la vida, también entendemos que la superación de esos obstáculos llegará tarde o temprano. “No hay mal que dure cien años”, dice el adagio popular.
Y es verdad. No importa cuán duro sea el problema, ni lo negativo del escenario. Todo pasa eventualmente.
Estos son algunos ejemplos
Recuerda la primera vez que tuviste una decepción amorosa. Se nos cayó el mundo y llegamos a pensar, en plena adolescencia, que jamás amaríamos otra vez. ¡Vaya que estábamos equivocados!
Y lo mismo aplica a cualquier momento difícil. Claro que, hay unos que duelen y duran más que otros. En ningún caso se trata de restarle importancia a los sentimientos, lo que sí debe quedar claro es que tenemos la obligación de darle a cada momento (bueno o malo) su justa proporción.
Eso implica no exagerar ante los triunfos ni ante las derrotas. No creer que es el fin del mundo o que somos invencibles. En todo momento, como lo hacían varios emperadores romanos, es primordial que recordemos que somos mortales y que todo puede cambiar de una hora a otra sin que haya forma humana de controlarlo.
Somos mortales, es verdad, pero ese recordatorio también es un llamado de atención para que dejemos pasar lo malo y disfrutemos lo bueno cada día.
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