El arte del stalkeo en la época del chismógrafo y del teléfono de disco
La Tía Loca cuenta en su blog de SEMANA las habilidades que desarrollo en el arte del 'stalkeo'. Dice que ¡Al acecho, pecho!
¡Vamos, todos lo hemos hecho en algún momento de nuestras vidas! Stalkear sanamente no es un tema de ahora, esa metodología se inventó desde que el mundo es mundo. Solo han mejorado las técnicas. Juras que no quieres nada con esa persona, pero ahí estas revisando cada una de sus redes sociales, esperando que no te ganen los nervios para poner like a la última publicación, intentando descifrar si está conectado. O deseando con toda el alma que no aparezca en línea porque intentarás buscar una excusa para entablar conversación.
Las cosas han cambiado. En mi tiempo, allá por aquellos años, llamábamos por teléfono (al convencional claro, ¡qué sabrán ustedes, pelados!) esperando que conteste el susodicho para luego colgar a toda prisa. El corazón latía a mil y quedábamos en suspenso entre el cielo y la tierra si lográbamos el objetivo. Si las llamadas de acoso eran constantes, pues irritábamos a la dueña de casa que, sin saber quiénes éramos, nos mandaba a la casa del ritmo. Toda esa adrenalina se esfumó cuando un ser, seguro algún nerd, inventó el identificador de llamadas.
Cambiar o no cambiar: reflexiones sobre adaptación y comodidad en la vida
Leer másEl método más practicado en el colegio era el famoso cuaderno del ‘chismógrafo’. ¡Cuánto daría por tener en mis manos uno de esos! Cada página tenía una pregunta. En la primera hoja debíamos colocar el nombre en un número asignado que nos identificaría a lo largo del cuestionario. Al pasar las páginas nos encontrábamos con preguntas cada vez más delicadas y, aunque esta diversión era casi exclusiva de las niñas, a veces los chicos caían en las redes y escribían sus intimidades. Y no lo afirmo, pero tampoco lo niego: algunos ponían nombres falsos solo para confundir a los lectores.
La otra técnica delictiva que teníamos con mis amigas era manejar hasta ciertos lugares claves donde se podía realizar el espionaje ‘in situ’. O bien el bar del momento, el domicilio del implicado o del mejor compinche, incluso de aquella otra, si era el caso. El objetivo era confirmar si había salido o si estaba con alguien. Obvio microbio que nunca nos acercábamos en un carro que pudiera identificar con facilidad. Si era el chico de una amiga, pues acechábamos en mi carro, y viceversa. Las posibilidades de pasar con el automóvil a velocidad tortuga y que él saliera de pronto eran mínimas, pero ahí estábamos las chicas FBI.
Fue inevitable ver la similitud. Mientras miraba la última serie recomendada, me reí sola y quise comentarlo con alguien, pero no había con quien hacerlo, ni siquiera el acosador. En definitiva, los personajes principales de aquella serie me recuerdan que todos nosotros estamos rotos por dentro, unos más que otros, y que si no sanamos las heridas más profundas seguiremos repitiendo patrones tóxicos. Bueno, ustedes seguirán repitiendo esos patrones. Yo ya crecí y maduré, además me jubilé como stalkeadora profesional. Ahora solo realizo consultorías bajo pedido y me dedico al análisis de la situación y a presentar posibles recomendaciones de seguimiento bajo estricto secreto laboral.
¿De qué se trata la tía loca?
La tía loca es una una columna refrescante donde su protagonista, una mujer vibrante y audaz de 50 años, comparte sus vivencias, desafíos y logros al alcanzar el medio siglo de vida. Con un toque de humor, sabiduría y una gran dosis de autenticidad, muestra que la vida después de los 50 está llena de oportunidades, aprendizajes y, por supuesto, mucha diversión.