Cheché Machiavello: "Mi éxito radica en la honestidad con la que trabajo"
Carismático, hombre de familia y apasionado por la cocina. Así es el lado más personal del empresario y presidente del Guayaquil Tenis Club.
Seis de la mañana. Justo antes de ir a su oficina, José Machiavello, de 76 años, se ha alistado con su raqueta y ropa para entrenar. El sonido de la pelota se escucha sobre una de las canchas del Guayaquil Tenis Club. “Yo soy socio desde que tenía 10 años. Crecí en el barrio del Salado, atrás del Colegio Vicente Rocafuerte. Todas las tardes, apenas llegaba de la escuela (Abdón Calderón) caminaba hasta la calle 9 de Octubre para ir a las clases de tenis”, relata.
En alguna ocasión Cheché, como muchos lo conocen, también participó en torneos interprovinciales. “He practicado todos los deportes que usted se pueda imaginar, y en ninguno he destacado”, dice con una carcajada.
Ese es Cheché, un hombre carismático, trabajador y apasionado por este club que preside desde hace ocho años (dos períodos).
Mientras se presta al diálogo con SEMANA, no falta quien se acerque a saludarlo. Desde jóvenes hasta mayores se abrazan con él. “Aquí he ganado cinco mil amigos”, comenta orgulloso.
Cumplimos más de lo que ofrecimos. Prometimos diez obras, pero terminamos haciendo veinticinco, con las que logramos modernizar las dos sedes.
El club, su casa
Sentados en la terraza del club, nos cuenta las diversas actividades que ha desarrollado a lo largo de su vida. Y es que su historia no se limita solo a su faceta de empresario.
Estar siempre activo es algo que aprendió de su padre, don Atenor Macchiavello Muñoz, quien fue comerciante, y de su madre, Victoria Almeida.
Aquel ejemplo fue su bandera. Tiempo después, con el título de ingeniero civil bajo el brazo, se convirtió en presidente de la constructora Etinar, donde llega cada mañana para desarrollar numerosos y grandes proyectos.
Pero no solo es conocido gracias a ello. En la década del 2000, su nombre se popularizó tras asumir el cargo de ministro de Obras Públicas en el gobierno de Gustavo Noboa (2001-2003), lo que le permitió explayar su ímpetu por contribuir con el país.
Ese trabajo con la comunidad le llena el alma, por eso no dudó en postularse durante el 2014 al cargo honorífico de presidente del Guayaquil Tenis Club (GTC). Desde entonces, ya son dos períodos (tras una reelección) aportando con su granito de arena.
El próximo 26 de junio culmina su rol en el directorio, tras las próximas elecciones a presidente. “Tengo 76 años y aunque estoy por terminar la presidencia en el GTC, ya estoy viendo dónde me meto. Si bien tengo la constructora, quiero seguir haciendo más cosas. Estar activo es lo que a uno lo mantiene vivo”.
Con grandes leyendas
“Este lugar me ha dado todo. Aquí disfruté mi niñez, hice grandes amigos y conocí a las grandes glorias del tenis ecuatoriano. Para mí es una inmensa satisfacción poder presidirlo”, expresa mientras rememora algunas anécdotas. “En estas pistas tuve la suerte de ver a los más tops de las décadas del 40 y 50. Desde Pancho Segura, Pancho González, Rod Laver hasta Jimmy Connors”, enumera.
Con Pancho Segura, de hecho, tuvo la oportunidad de entrenar cinco minutos antes de un partido. “Yo era muchacho. Estaba boleando la pelota contra la pared, hasta que de pronto llegó él y me dijo para jugar ambos”, recuerda emocionado y agrega que no acostumbraba pedir autógrafos.
Hechos como estos los vivió desde los seis años de edad. Por eso siente al club como su casa. “Se volvieron parte de la vida de uno”, precisa.
Al día de hoy, las canchas le han permitido cuidar de su salud física y emocional. “Sucede que ahora juego con los hijos de mis amigos. La ventaja es que yo practico con sus entrenadores, por eso les gano las partidas”, revela entre risas.
Bendito entre las mujeres
“Con mi mujer tenemos 52 años de casados”, dice orgulloso. Ya son bodas de oro las que lleva cumplidas con Elizabeth Núñez, con quien ha procreado cuatro hijas.
Cheché es bendito entre las mujeres. Aunque suele ser destronado por sus diez nietos.
Sobre sus hijas, dice que Lissa (la mayor) le está siguiendo los pasos. Al punto de que está de candidata para ser miembro del directorio del club.
Mientras sigue hablando sobre ellas, confiesa que tiene alma viajera y, para dar la vuelta al mundo, su cónyuge es su principal compañía. “Armamos maletas para viajar dentro y fuera del país. Aquí en Ecuador conozco más de 220 cantones”, asegura y agrega que la visita más reciente que hizo al exterior fue a Jordania.
Al ser un ‘foodie’ (apasionado por la comida), dice que volvería a España, Italia y China, porque quedó fascinado con su gastronomía.
La fórmula
¿Cuál es su clave de éxito? No duda en responder que su familia y la honestidad con la que trabaja.
Ellas son su empuje y con quien saca a relucir también su otra faceta: el arte culinario.
“Soy cocinero frustrado. Como anécdota le cuento que en la pandemia estuve con mi mujer dos meses en Salinas. Elizabeth nunca cocinó, y no porque no sepa, pues ella cocina excelente. Pero yo disfruté hacerlo”.
Sin embargo, no fue la única vez. Suele meter manos a la masa cada fin de semana cuando se reúnen todos en casa. “La cocina es nuestro punto de encuentro. Lo que más me gusta prepararles es paella, arroz marinero, parrillada”, puntualiza.
Ese valor que le da a su familia, a través del tiempo compartido, dice que lo vuelve un hombre exitoso.
¿Por qué Cheché?
“Ese sobrenombre viene de chico. Recuerdo que le pregunté a mi mamá y me contó que yo pronunciaba así en lugar de José. Entonces todos me dicen Cheché. Incluso en las candidaturas o invitaciones de boda, me han puesto Cheché Maquiavello. Unas dos o tres veces por semana alguien suele preguntarme cuál es mi verdadero nombre”.
El giro de 180 grados
Ha vivido miles de experiencias mientras ha presidido el club. Muchas buenas y otras no tanto. “En alguna ocasión, un joven me dijo que era mejor cerrarlo”, revela consternado. “Seguramente el chico no tenía idea de lo que esto significa para los guayaquileños”.
Eso lo llevó a esforzarse más para cambiar la forma de pensar de algunos. Gracias a su mirada visionaria, el club se convirtió en un sitio de gratos encuentros domingo a domingo.
“Lo que hemos hecho es una reingeniería de muchas instalaciones obsoletas y que tenían deficiencias enormes. En otros casos, construimos nuevos espacios. Cumplimos más de lo que ofrecimos. Habíamos prometido diez obras, pero terminamos haciendo veinticinco, con las cuales logramos modernizar las dos sedes”, explica sobre su gestión.
Si se da un vistazo al Anexo de Samborondón, las obras reflejan esa transformación. La cancha de arcilla, la de beach tenis y la de fútbol con pista atlética, así como también la construcción de una pérgola y el nuevo edificio Casa Club, donde además funcionan un coworking y rooftop, son parte de esa nueva opción de esparcimiento entre amigos y familiares.
En la sede del centro de Guayaquil también hubo un giro de 180°. Haber crecido ahí le permitió a Machiavello saber el cambio que se requería.
La construcción de terrazas, sala de cinesiterapia para rehabilitación física, el hidromasaje, así como elegantes y confortables restaurantes con deliciosas propuestas culinarias son parte de esa gestión que ha hecho del lugar un refugio deportivo, gastronómico y recreativo.
Todo ello refleja ese antes y después del que Machiavello ha tenido la dicha de ser testigo desde que era apenas un niño. Gracias a su experticia como ingeniero civil y a estar pendiente de los detalles que marcan la diferencia, lidera un equipo de trabajo comprometido para obtener los citados resultados.
“Aquí hacemos cerca de 41 eventos al año, con el fin de brindar experiencias. Este es nuestro club, nuestra casa”, enfatiza con orgullo.
Su don de ayuda
Mientras relata sus anécdotas, se percibe enseguida su forma de entender la vida. Es de aquellos hombres que ven sus roles como una oportunidad para hacer algo importante por los demás.
Por eso, entre el GTC y el Ministerio de Inclusión Social crearon una alianza para apoyar a chicos de 8 a 18 años que viven en condiciones vulnerables.
Ellos pasan a desempeñarse como pasabolas y el club les hace un seguimiento sobre su rendimiento estudiantil, incluso les financia becas para insertarlos en la sociedad.
“Hoy en día, por ejemplo, el jefe de costos del GTC fue pasabolas. Y el asistente de la presidencia, de igual forma. Entonces, a esos chicos, cuando cumplen la mayoría de edad, el club los llama para trabajar”, apunta.
De ellos también tiene historias para contar. “La semana pasada, mientras jugaba, noté que uno de los chicos se sentía mal. Cuando le pregunté si le pasaba algo, me contó que tiene un tumor en la cabeza. En ese instante le di el dinero para que se realice una tomografía y el Tenis Club ya se está haciendo cargo de su atención médica”.
Así se manifiesta su espíritu solidario, que se extiende a Solca. “En fechas especiales, como Navidad, los visitamos y les organizamos eventos”, asevera.
Su esposa también va de la mano con él a los actos solidarios. “Ella está más involucrada en el voluntariado hospitalario. Fue miembro de Asvohl”.
Vivencias como estas hacen que sienta que el esfuerzo vale la pena. Y confiesa que la satisfacción de ayudar al prójimo vuelve más gratificantes sus días.
- Retos en pandemia
Cuenta que durante los días de confinamiento implementaron el servicio de delivery, que actualmente sigue vigente. “En esa época también hicimos labor social. Todo lo que estaba en nuestra bodega lo repartimos a hospicios y a gente que se quedó sin trabajo y no tenía qué comer”.
En 2021 empezó a recuperarse. Cada tarde, después de trabajar en su compañía, asiste al GTC para seguir innovando en este club que tiene 112 años de creación.