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Diario de una madre en cuarentena, primera entrega.(Pixabay)

Diario de una madre en cuarentena | Día 4: Depresión

¿Cómo vive la cuarentena por el coronavirus una madre de dos niños pequeños? Esta es la primera entrega de un diario que tratará al respecto. 

¿Cómo vive la cuarentena por el coronavirus una madre de dos niños pequeños? Esta es la primera entrega de un diario que, en primera persona, tratará al respecto.

Son las 5 a.m. de nuestro cuarto día de cuarentena. Estoy sentada en la mesa del comedor de mi casa mientras mis dos hijos pequeños y mi esposo duermen. Miro con frustración el bello horario que elaboramos el último domingo y siento que soy la peor de las madres. 

No cumplimos ni el 30 % de esas actividades tan didácticas y educativas y, más bien, nos hemos entregado a mirar películas y comer canguil. Desayunamos, almorzamos y merendamos a cualquier hora. Lo único que se mantiene estable en nuestra nueva vida es el horario de baño.

Pero hoy algo cambió cuando abrí los ojos antes de que sonara el despertador y sentí un impulso irrefrenable de levantarme. Esta madre y esposa necesitaba media hora para tomar un café tranquila, lejos de los grupos de Whatsapp y, más lejos aun, de las noticias.

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Me invadió el temor. De pronto siento miedo de abrir las ventanas, de salir al lavadero, de que mis hijos jueguen en el patio. El coronavirus tiene dos tipos de expansión, la real y concreta en las personas y la que ocurre en nuestras cabezas, repletas de coronavirus y aturdidas por la responsabilidad de salvaguardar a nuestras familias.

La culpa que todas las mamás sentimos hoy aflora sin pedir permiso y sentimos que la vida de nuestros hijos depende, más que nunca, de que podamos comprar una botella de alcohol en gel, desinfectante, jabón y muchísimas pastillas de vitamina C (¡y lograr que se las tomen!).

La cuarentena es un proceso que tiene sus momentos, como un duelo. Primero, nos preparamos felizmente para el confinamiento, hacemos compras, programas y horarios. El día 1 nos encuentra optimistas, ¡vamos con fe!, sabemos que todo saldrá bien.

Pero el segundo día el número de infectados aumentó. Y la paranoia colectiva nos lleva a pensar que sí, que quizás deberíamos ir al supermercado para abastecer nuestro búnker. Y mandamos a nuestros esposos al frente de batalla. Que peleen ellos por una pechuga de pollo o siquiera un paquete de galletas.

Él llegó a casa triunfante, convencido de que lo había logrado. Entonces, comenzamos a sacar las cosas de las fundas y descubrí que el queso no era de la marca de siempre. Que hay 5 paquetes de harina pero ningún tomate, que por detergente para lavar los platos entendemos cosas absolutamente diferentes. Pero todo estará bien, podemos con esto. La pandemia no nos llevará al divorcio.

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Al tercer día limpié el piso dos veces en la mañana y dos veces en la noche. La primera con agua y cloro y la segunda con desinfectante. Cada vez hay más casos de coronavirus y la irracionalidad se ha apoderado hasta de quienes gobiernan. Las redes sociales y los servicios de mensajería no paran de enviar y reenviar videos, audios, memes. Mi hijo de casi 3 años es un león enjaulado y a mi bebé de 8 meses le están saliendo los dientes y sólo quiere lactar.

Son las 5:22 de la mañana del cuarto día de encierro y no puedo parar de llorar. Llevo viviendo pocos meses en Guayaquil. Extraño a mi familia, a mis amigas, a los hijos de mis amigas, extraño que mi esposo trabaje en su oficina, que mi hijo vaya al jardín. Extraño sentir que somos libres. Extraño confiar en el otro, que se ha convertido en un potencial infectado. Nadie confía en nadie y, por eso, estamos entre desconocidos.

Quería tomar un café tranquila antes de trapear con cloro y luego con desinfectante. Pero vi a una vecina haciendo ejercicio en el parque y me vinieron esas muchas ganas de llorar. En serio, no entiende. Abrí la puerta y grité: “#quédateencasa”.