Francisco Swett: Trescientos sesenta y cinco días sin su llama
El exministro de Finanzas fue miembro de la Cofradía de La Perla y decano de Economía en la UEES. Falleció el 27 de enero de 2022
“No estoy seguro de cuál sea la percepción que tenga el mundo de mi persona, pero yo considero que he sido un niño que juega a las orillas del río. Entretenido una y otra vez, tropezando con guijarros, uno más suave que el otro, o una preciosa concha, mientras que detenidamente observo el gran océano de la verdad, que se encuentra esparcido frente a mí sin ser descubierto”. Isaac Newton.
“Un obituario para mi amigo Pancho Swett”
Leer másY es que ese era el espíritu de mi padre. Un hombre de nobleza desmedida, sencillo en su andar aun cuando representaba la pulcritud y la elegancia. Sibarita global de intelecto inigualable y dulzura indescriptible. De humor áspero y oscuro, muy característico de él, y que yo siempre celebraba. Silenciosamente misterioso, observador y sensible. Erudito en materias de la economía y las finanzas. Asiduo investigador y estudioso de la física. Semejante a una cajita de sorpresas posada en el lugar más recóndito que pocos tuvieron la suerte de descubrir.
Se perdía entre recovecos de números y teorías para escudarse y no revelar que era el alma de un niño perdido que buscaba las respuestas o el entendimiento de la vida. Y lo acompaño, pues yo tampoco la entiendo del todo.
Sumergido en el oasis de la academia, sus aspiraciones siempre fueron las de fundar una universidad; despreciaba con lamento el haber desviado su atención, y haber volcado su intelecto hacia la marea corrupta de sabandijas conocida como la política. Se cobijaba en el refugio de sus libros y el humo de sus adorados cigarros, como una excusa para sumergir su espíritu libre, y por un momento olvidar sus cadenas, que por azares del destino fueron impuestas perpetuamente, pues su alma es y será la de un poeta, un filósofo y un pensador.
Un luchador incansable, un curioso empedernido y la sangre ligera de una criatura que a gritos pedía paz, compasión y amor, pero esa misma ligereza lo convertía en presa fácil de crápulas con delirios de grandeza, que lo entretejieron en su veneno y supieron aprovecharse de su ingenuidad y nobleza.
Son ya trescientos sesenta y cinco días desde que en un soplo se apagó esa llama, que a pesar del cansancio y el desahucio se encontraba encendida. Mi burda humanidad, que aún se encuentra digiriendo su partida de este plano físico, no hace más que viajar inevitablemente al pasado, para recordarlo en mi propio laberinto de tristeza y lágrimas, con profunda alegría y ternura.
Continuaré entre aromas de cigarro y pipa, en la distancia abrazada a él con una sonata de Chopin, recordándolo con su libro en mano, y yo, con mis sueños y mi biberón refugiada en su regazo. Embebidos en risas, viendo por primera vez Cats en Broadway y entre murmullos diciéndole: “Yo quiero hacer lo mismo que ellos”. En mi memoria se mantienen plasmadas las pocas veces que juntos caminamos de la mano por las largas avenidas neoyorquinas, filosofando del teatro y la vida, mientras él intentaba convencerme de seguir la carrera de periodismo.
Los momentos compartidos se sentarán conmigo y con mis hermanos Natasha, Sophie y Luis Francisco por el resto de nuestros días, pues la adoración de nuestro padre por sus cuatro hijos siempre se mantuvo intacta. Intentaremos con fortaleza y gratitud seguir “mordiendo la bala”, como era su legado, y en el silencio, cobijarnos con su recuerdo.
Descansa en paz papá, y disfruta de la más elevada plenitud.
Te amo infinito.
Tu hija Frances