John Dunn, padre por doble vía
Alejandro y Daniel son el resultado de una historia de amor que hace 19 meses dio un giro dramático al cambiar la vida de una familia que ahora es de tres.
Al conocerse, el amor y la complicidad se fundieron en un mismo canal con una explosiva corriente de energía y vida. Fue el inicio de lo que sería una férrea unión que acabó moviendo cielo y tierra para permanecer junta. Andrea Peña fue sonrisa, fortaleza, ánimo y pasión en un matrimonio bendecido con dos bellos hijos, hoy de 14 y de 10 años.
“Fue una historia divertida y hermosa, al menos para nosotros. Nos conocimos en Quito, en un karaoke. Ella solía decir que me quedé enamorado de su voz; yo aclaraba que la invitaba a salir, si es que ella soltaba el micrófono. Con el tiempo descubrimos juntos que más allá del amor está la complicidad porque las historias de amor acaban apenas aparecen las adversidades. Pero la Peke y yo fuimos cómplices”.
Reconocido arquitecto y letrado profesor de la Universidad San Francisco de Quito, al cursar su maestría en Alabama, la familia sufrió un quiebre cuando su esposa fue diagnosticada con cáncer, un golpe que debieron enfrentar estando lejos: “El cáncer nos trajo el vértigo de la proximidad de la muerte. Lo que antes era un horizonte se convirtió en un abismo. Entre nosotros siempre había la broma de que yo moriría primero -por los antecedentes de hombres que mueren a temprana edad en mi familia materna-. Entonces, cuando el doctor confirmó la presencia de células malignas, ella exclamó: ‘¡Pero si el que se va a morir primero es él!’. El doctor nunca entendió el sarcasmo. Nos levantamos llenos de miedo, pero dispuestos a dar la pelea con las armas que teníamos: amor y mucho sentido del humor”.
Frente a ese panorama, debieron manejar simultáneamente el tratamiento de Andrea, los asuntos de los chicos y su último semestre de maestría, en el que, además, fue profesor de pregrado. “Tuvimos la ayuda valiosa de familiares y amigos que se daban el tiempo para ponerse en nuestros zapatos y aligerar en algo la carga”. Sin embargo, como una hazaña difícil de superar, John logró acabar su maestría y la Peke superó una histerectomía, 35 sesiones de radioterapia y siete de quimioterapia coadyuvante. Fue duro, acabaron molidos pero sintiéndose triunfantes porque los doctores en Alabama aseguraron que había solo un 5 % de probabilidades de lidiar nuevamente con la enfermedad.
“Volvimos a Ecuador, ignorando que, año y medio después, estaríamos enfrentando las consecuencias de una inesperada metástasis. Mi esposa luchó de manera heroica. ‘A veces la derrota conoce una dignidad que ninguna victoria alcanza’ dijo Borges. Vinculo ahora esa frase con la lucha que dio la Peke contra el cáncer. Su partida es un recuerdo de cuán efímeros somos todos nosotros. Ella solo se adelantó un poco antes”.
Una paternidad solitaria
A sus 46 años, John sufre en silencio una partida aún no superada que inició desde que se supo que no había más que un inevitable desenlace. “Al principio, lo prioritario era no perder la cordura. Yo me hundí en la escritura, es una suerte de purga mental para mí. Debí enfrentar su ausencia como pareja y después hacer frente a su ausencia en la vida de mis hijos: abrir los ojos y ver que no solo yo era quien necesitaba ayuda. Yo había perdido a una pareja increíble, excepcional, pero ellos, ¡habían perdido a su madre!”.
Después de un tiempo, los tres han logrado salir adelante y unirse como familia. Estar bajo un mismo techo durante la pandemia ayudó a que se apoyen entre ellos y a tratar de sonreír en momentos de tristeza, tal como hubiese hecho la Peke. “Sin importar cuán difícil haya sido la situación o cuán enojados hayamos estado, empujábamos todo hacia la risa y creíamos que ese era el medio y el síntoma de una relación armónica. Les enseñamos eso a nuestros hijos: a tratar de llevar la vida con algo de humor, más allá de las dificultades de turno”.
Ser padre en solitario ha obligado a este arquitecto a ser la instancia número uno en casa, ocupando el lugar que a Andrea le correspondía por principio. “Yo siempre apoyaba cuando mi esposa me lo pedía, pero era ella quien resolvía todos los asuntos académicos de mis hijos, conflictos o asuntos domésticos. Ahora me toca a mí y no ha sido nada fácil, sobre todo los temas colegiales de mis hijos”.
En medio de esta lucha diaria, la ayuda y cercanía de sus familiares y amigos en Quito y Guayaquil es inapreciable.
Guiado por principios que rigen en la familia que lidera, mira a sus hijos como individuos, antes que niños o adolescentes, respetando sus espacios personales, lo que les permite acercarse para compartir sus inquietudes. Sin duda, el anhelo más grande de este padre a todo dar es que el Teen Budha y el Punkerito, como les dice con cariño, sigan creciendo fuertes y encontrándose en la vida.
- Cara a cara
John, le ha tocado ser padre y madre, ¿cómo alcanza la jornada entre trabajo, casa e hijos?
Durante casi un año trabajé como asesor en dos organismos adscritos al Municipio del Distrito Metropolitano de Quito. Al principio, dicha actividad me sirvió para mantener en algo la mente ocupada, además de mis actividades como profesor universitario. Pero, ya logrado que mi bote mental se mantenga a flote, vi la necesidad de dejar esa ocupación y concentrarme nuevamente en nosotros tres como familia.
¿Recomienda ayuda para sobrellevar la ausencia?
Mis hijos y yo recibimos ayuda muy valiosa durante esos momentos tan duros. Con el tiempo, y como consecuencia de lo despiadado que ha sido la COVID-19, he tenido la oportunidad de ayudar en algo a otros, a quienes digo que cada proceso es distinto. No es lo mismo sufrir la pérdida de un ser querido de manera repentina, que vivir un proceso prolongado de agonía, como fue nuestro caso.
¿Se baten solos o tienen ayuda en casa?
Doña Marlene es un miembro más de nuestra familia, gerencia los asuntos de la casa. Para ella, nuestra gratitud y cariño inmenso.
¿El duelo continúa?
La viudez es algo irreversible que te deja marcado para el resto de tu vida. A muchos incomoda, pero quienes pueden quedarse a tu lado son las personas que valen la pena. El luto no se irá, pero aprendes a vivir con él. De pronto sientes que aquella persona que tanto amaste, con quien compartiste tantas cosas, se fue de viaje y que vive en el apacible mundo de la memoria. Tan lejos y tan cerca a la vez.
¿Cómo sobrelleva su partida?
Sigo tratando de hacer mi vida; como padre, como profesional y como ser humano. Evito a rajatabla que mis hijos o yo nos quedemos prisioneros de nuestra propia tristeza. Ella no hubiera querido eso para nosotros.
Ahora que ha pasado el tiempo, ¿el dolor duele menos?
El paso del tiempo te enseña a convivir con esa ausencia. También te enseña que la vida debe seguir aunque cueste. A medida que el tiempo pasa, las caídas y tropezones se vuelven cada vez más esporádicos.
Es un hombre joven con derecho al amor... ¿está abierto a la aventura?
¡Seguro! Borges decía que “uno se enamora cuando se da cuenta que esa persona es única”. Llegará el momento de descubrir y ser descubierto de esa manera.
¿Qué es lo más duro de ser padre solo?
El peso de hacerlo todo, de tener que preverlo todo. El temor a la desolación de mis hijos, si algo llegara a pasarme. El sentir que a otros les cuesta entender que uno necesita más tiempo para poder hacerlo todo.
¿Su gratificación en la vida?
Me gusta el mundo dual en el que me desenvuelvo, entre la arquitectura y las letras. En lo personal, fui el copiloto de vida de una persona maravillosa, y a pesar del dolor, pude estar con ella hasta el final. Eso me da una satisfacción personal que ningún diseño o escrito podrá superar.
“Yo siempre apoyaba cuando mi esposa me lo pedía, pero era ella quien resolvía todos los asuntos académicos de mis hijos, conflictos o asuntos domésticos. Ahora me toca a mí y no ha sido nada fácil, sobre todo los temas colegiales de mis hijos”.