José María Ponce: “Cuanto más mayorcito estoy, mejor me pongo”
Ha roto récords fuera y dentro del país -¡sigue invicto!- y, a los 67 años, vive en plenitud, con un relato de vida fascinante.
Un accidente cambió el curso de su vida. Perdió la rótula haciendo endurance cuando tenía 46 años. Obvio, la recuperación fue larga; le obligó a caminar y luego a correr poco a poco en una caminadora. De tanto trotar, se animó a participar en sus primeras carreras, de corta distancia (5K, 10K, 15K). Hasta que, tiempo después, se propuso competir en 10 maratones, una cada año, con la meta de conseguirlo hasta los 60.
No obstante, otro accidente se atravesó en su camino, pero esta vez esquiando y la cadera acabó lesionada. Tras una delicada operación, estuvo ‘amarrado’ a una cama casi por seis meses. “Con cinco tornillos de dos pulgadas (que todavía los tiene), me vi obligado a hacer bicicleta, porque tiene bajo impacto. Con esto se juntaron trote y bici… Estaba claro lo que se venía, ¡el triatlón! Tomé clases de natación a los 64 años y me inscribí a mi primer medio Iron Man. Todo tiene una razón, creo que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros. En este caso, lo que pudo ser una tragedia me moldeó y condujo a lo que soy en el campo deportivo”.
En la actualidad, su óptimo estado físico, a más de la disciplina y pasión con las que desarrolla su carrera deportiva, lo ha ubicado en los más altos podios en la icónica carrera Iron Man (Manta y Panamá City Beach) y en la media maratón de Miami, donde también ha roto récords que aún no han sido superados.
A los 67 años (¡y vaya que no los parece!) su relato de vida podría catalogarse como insuperable, pues ha logrado las metas más ansiadas del ser humano: salud, una familia unida, hacer lo que más le gusta y disfrutar la vida al máximo.
Ganar no es una adicción ni una obsesión, pero me gusta lo que hago. Corro para tratar de ganar y lo planifico así, pero no me amargo si no gano
“No todo lo que brilla es oro”
Nacido en La Habana, Cuba, con padres diplomáticos de carrera, su juventud se caracterizó por vivir en diferentes países. Bolivia, Perú, Brasil, Guatemala forman parte de su memoria. Cuando su padre fue canciller en el Gobierno de Velasco Ibarra, estuvo en Ecuador por primera vez por un breve lapso, hasta radicarse, cumplidos 20 años, de forma definitiva en el país, donde hizo su hogar. “Suena bonito, pero no todo lo que brilla es oro. Es muy duro para un joven llegar a diferentes países y ser el nuevo de la clase sin conocer a nadie. Antes las cosas eran como eran y todo el mundo caía encima, cuando no era delito el bullying. Entonces, desde cuarto grado aprendí a hacerme respetar por las malas en el colegio. Era difícil, pero lograba tener amistades y, de pronto, otro traslado a un nuevo país. Sin embargo, todo esto formó mi carácter, me hizo más duro y luchador. Al llegar a Quito empecé a pisar tierra, sin los privilegios que había tenido siempre y arrancando de cero”.
Desde entonces, su hoja de ruta se diversificó en varios campos. Como analista de sistemas, tuvo una compañía de servicios de computación. Más adelante fundó una constructora junto a su hermano Diego Ponce (+), arquitecto de prestigio de la capital. Y en los últimos años ha sido un hacendado que se dedica al cultivo de palmito. “A esta edad considero que hay que tener más calidad de vida, tiempo para la familia y para uno, por eso disfruto cada día”.
Por el sendero de la gloria
Hasta la fecha ha participado en más de diez maratones, entre esas en Colorado, Tucson, Utah, y en docenas de carreras de hasta 30K. Se destaca que en la última media maratón de Miami rompió el récord de pista de los últimos 17 años de carrera, lo que le dio un lugar en el Mundial, donde obtuvo el décimo cuarto lugar. “La natación pasó factura”, cuenta. “A los 65 años vine a hacer mi mejor tiempo. Desde que estoy en la categoría máster se me han dado los mayores triunfos. En diciembre tengo que hacer calendario de mis próximas carreras, estaré próximo a los 70”.
¿Hasta cuándo hay José María?
Tras superar la rotura de cadera al esquiar, compitió en la media maratón de Miami, en la que llegó sexto. “Se cumplieron las expectativas ¡y sabía que los tornillos aguantaron!”. Fue ahí cuando su hijo José Maria le pidió parar para evitar cualquier posible tropiezo… Pero bastó que se lo diga para decidir volver a esa competición y ganar. Y lo logró. Dos años después, puso el mejor tiempo en pista. “Creo que cuanto más mayorcito estoy, mejor me pongo, rindo más. Hasta risa me da”.
Familiares y amigos le preguntan: “José María, ¿hasta cuándo vas a seguir con esto?”, pero el deportista responde enfático: “Los mejores resultados se me han dado ahora, entonces yo no le veo límites ni tope alguno. ¡Es muy motivante!”.
En la familia todos viven el deporte
Paulina Misle, su esposa, comparte esa pasión con una meta común. Lo acompaña en las maratones y su vida gira alrededor de los entrenamientos y competencias. Si hay algún evento social, son los primeros en retirarse, pese a que ese no siempre fue un tema fácil de manejar. “Mi esposa finalmente entiende y comparte este ritmo de vida. Tiene tres hijos, ¡nuestros hijos y yo!, y nos torea bien. Todo esto ha sido posible gracias a ella, porque acolita nuestras locuras. Los éxitos obtenidos han sido el puntal para que Paulina sepa que tomamos el deporte en serio, que es una ilusión. Así que no hay conflicto alguno”.
Sus hijos, José María y Juan Javier, también grandes deportistas, participan en los Iron Man y otras competencias en el extranjero. Más allá de la compañía y de compartir esta pasión, durante las carreras lo alimentan con información constante en tiempos, algo que hay que manejar con precisión. “Yo hubiera querido tener sus cualidades a esa edad y me gusta emularlos. Mi universo está en ellos, son increíbles deportistas, esposos y padres. Entre los tres somos una bala, somos más que amigos, nos tratamos de igual a igual”.
En su universo, la inspiración y motivación es la familia. “Me he vuelto más egoísta con el pasar de los años y admiro más a mi esposa e hijos, porque son un ejemplo para mí. Cuando estoy en una carrera, voy pensando en ellos y eso me da más fuerzas para ganar”.
Cara a cara
- u¿Ganar es una adicción?
No es una adicción ni una obsesión, pero me gusta lo que hago. Corro para tratar de ganar y lo planifico así, pero no me amargo si no gano.
- Fuera del deporte, ¿cómo se ve a sí mismo?
Realizado. Y aunque no soy perfecto, he tenido una carrera buena, una familia insuperable y una vida sin sobresaltos. No se me ocurre qué más podría pedirle a la vida.
- ¿Su próxima aventura?
Quedé hecho añicos después de estos últimos tres Iron Man en cuatro meses, así que me daré un break. Me voy tres semanas al Perú en moto y en octubre acompañaré a mi hijo José María, que compite en el Mundial de Kono.
- ¿Le teme a la muerte?
No, pero me da pavor la manera en que llegue. Mi padre murió de cáncer y sufrió mucho.
- ¿El mejor legado a sus hijos?
Un buen nombre. Que se sientan orgullosos de haber sido mis hijos y que sus hijos recuerden al abuelo de la misma manera.