Luis Gerardo Cabrera Herrera, “Siempre he mantenido una actitud orientada al diálogo”
En una ceremonia en el Vaticano llamada Consistorio, el arzobispo de Guayaquil será investido como nuevo cardenal del Ecuador
Días antes de su viaje, Monseñor Luis Gerardo Cabrera conversa con SEMANA en la oficina de la sede arzobispal. El consistorio, una ceremonia solemne presidida por el Papa, tiene como objetivo nombrar oficialmente a los nuevos cardenales, imponiéndoles el birrete rojo, el anillo cardenalicio y asignándoles una iglesia titular en Roma, lo que simboliza su vinculación con la sede papal.
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Leer másEn esta ocasión, 21 cardenales serán creados. Monseñor Cabrera anticipa que lo acompañarán unas 120 personas, incluyendo feligreses de Guayaquil, ecuatorianos residentes en Roma, y hermanos de su congregación franciscana.
Recuerdos de la infancia
Nacido en San Francisco de Peleusí de Azogues, capital de la provincia de Cañar, creció en el seno de una familia católica. Desde temprana edad, acompañaba a sus padres en las visitas al Santuario de la Virgen de la Nube, perteneciente a la orden franciscana. Quizás fue en ese lugar sagrado donde, de manera inconsciente, comenzó a gestarse su vocación sacerdotal, guiado por la influencia de los franciscanos.
Es el mayor de cinco hermanos. Juanito, el cuarto de los hermanos Cabrera Herrera, lo ha acompañado desde su nombramiento como Arzobispo de Cuenca. Como todo niño, se describe a sí mismo como algo travieso, dividiendo su tiempo entre el estudio y el juego. “Tengo que agradecer a mi madre, quien desde muy pequeños nos enseñó a hacer de todo. ‘Tanto los hombres como las mujeres tienen que colaborar en casa’, nos decía”. Así, aprendió a ayudar en las tareas del hogar, que se realizaban de manera organizada.
Propósito de vida
Estudió en una escuela fiscal y, entre los momentos más significativos de su infancia, recuerda un día a sus 12 años cuando un grupo de jóvenes les planteó una inquietante pregunta: ¿qué les gustaría ser cuando crecieran? Las respuestas estaban ahí, listas para ser elegidas. Entre los sueños del joven Luis, destacaba ser médico, inspirado en un tío abuelo que ejercía como enfermero. Otra opción tenía que ver con la electricidad, mientras que una tercera lo fascinaba: volar. Sin embargo, como última alternativa, surgía la idea de ser sacerdote, un pensamiento que, aunque en ese momento parecía secundario, marcaría su destino.
“A los tres meses nos convocaron a la dirección, junto con un grupo de amigos que habíamos puesto como opción ser sacerdotes”, recuerda. Siendo niños, hablar con la autoridad les generaba mucho miedo. Habían elegido esa alternativa casi al azar. “Sin embargo, nos invitaron a pasar unas vacaciones en un colegio salesiano en Cuenca, donde recibimos formación cristiana”. Fue durante esa experiencia que algo cambió: una película sobre San Francisco de Asís lo conmovió profundamente. “Qué hermoso sería ser uno de ellos y llevar ese mensaje de paz y alegría”, pensó, comenzando a vislumbrar un propósito en su vida.
Con la aprobación de sus padres, ingresó al Colegio Seráfico, ubicado en Guápulo, Quito, conocido como el colegio menor. Allí pasó un año bajo la guía de los padres franciscanos. Sin embargo, debido al cierre del colegio, regresó a Azogues para continuar sus estudios, donde completó el bachillerato en ciencias exactas. En 1975 ingresó formalmente a la comunidad franciscana, iniciando su proceso de formación, que culminó con su ordenación sacerdotal el 8 de septiembre de 1983, día de la Natividad de la Virgen María.
Dedicación pastoral
Monseñor tiene una trayectoria impresionante, imposible de resumir en estas breves líneas. Uno de los momentos más significativos que recuerda fue su paso por Roma. Allí tuvo que dejar atrás la formación de novicios y el contacto directo con la gente para enfocarse en los libros y el estudio, lo que le resultó un desafío difícil, llevándolo incluso a enfrentar una pequeña crisis existencial. Sin embargo, durante sus cuatro años de estudios en filosofía en la Ciudad Eterna, encontró consuelo al conocer a migrantes ecuatorianos que lo acogieron con calidez. “Cada quince días nos reuníamos para celebrar la eucaristía y disfrutar de la gastronomía de nuestro país. Poco a poco, ese vacío inicial fue desapareciendo”, comparte con gratitud.
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Leer másEn enero de 1995, regresó de sus estudios en un contexto marcado por el conflicto entre Ecuador y Perú. La comunidad franciscana lo asignó a la pastoral vocacional, donde acompañó a los jóvenes en esa búsqueda de vida. En el año 2000, fue nombrado Ministro Provincial, lo que le permitió recorrer diversas regiones del país con presencia franciscana. Tres años después, en 2003, asumió el cargo de secretario general de los franciscanos a nivel mundial, lo que le permitió visitar diferentes países. “Fue una experiencia muy gratificante, descubrir la riqueza de diversas culturas y vivir el cristianismo junto a los franciscanos”, recuerda con entusiasmo.
La Virgen de la Dolorosa ocupa un lugar especial en su vida espiritual, ya que fue precisamente el 20 de abril de 2009 cuando se anunció su nombramiento como Arzobispo de Cuenca. Aquel momento estuvo marcado por la incertidumbre, pues no estaba seguro de aceptar el cargo. “Recuerdo una entrevista con el cardenal presidente de la Congregación para los Obispos, quien me dejó claro que tenía libertad para aceptar o rechazar el nombramiento. Me sentía poco preparado para asumir un rol tan importante. Sin embargo, el cardenal me dijo una frase que quedó grabada en mi corazón: ‘Ser obispo se aprende junto al pueblo; lo único necesario es ser un buen alumno’”. Ríe al pensar si ha logrado estar a la altura de esas palabras.
En el 2015, fue nombrado Arzobispo de Guayaquil, un reto mucho más grande. Actualmente con la desmembración de las dos diócesis de Santa Elena y Daule, existen 161 parroquias que se las trabaja en conjunto con dos obispos auxiliares. “Siempre digo que yo no estoy solo. Primero es el trabajo del Espíritu Santo, es su obra, es su iglesia, no la mía. Yo soy un simple colaborador, no más. Y luego la presencia de tantos hermanos sacerdotes, religiosos laicos, gente realmente generosa, con un corazón grande. Eso hace que viva ese servicio con mucha alegría en medio de la dificultad”.
Agente de paz
Tuvo que afrontar en dos ocasiones momentos críticos en la vida política de Ecuador. La primera fue en 2019, cuando se desempeñaba como vicepresidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE). En esa oportunidad, Monseñor Eugenio Arellano, presidente de la CEE, se encontraba en Roma participando en el Sínodo de la Amazonía, por lo que tuvo que asumir la situación prácticamente en solitario. “Siempre he tenido esa actitud de llamar al diálogo y buscar juntos soluciones”, afirma.
La segunda ocasión ocurrió en 2023, un desafío aún más complejo que enfrentó junto a otros obispos de la CEE. Recuerda cómo los acontecimientos se precipitaron más de lo previsto, dejando al país prácticamente paralizado. “Fue toda una noche de trabajo”, rememora. “Es conmovedor ver cómo las partes van reduciendo la tensión y ofreciendo lo mejor de sí mismas”. Al reflexionar sobre si las tensiones están resurgiendo, concluye: “Los problemas de fondo siguen ahí; las realidades no han cambiado”.
Un nuevo cardenal
Aunque no es necesario que un país tenga un cardenal, definitivamente es un nombramiento que causa alegría. “Dentro de la visión universal de la iglesia, el que un país tenga a alguien como consejero del papa, es muy importante. Lo que busca el Santo Padre es justamente que haya una representatividad de todos los continentes”.
El primer propósito de un cardenal es ofrecer sus reflexiones sobre los temas que el Papa tiene en mente, ayudando así en la orientación de la Iglesia. El segundo propósito es participar en el cónclave, donde el grupo de cardenales tiene la posibilidad de elegir al nuevo sucesor de Pedro. La carta que el papa Francisco le envió está llena de metáforas conmovedoras. Sin embargo, la que más le impactó fue aquella que resalta que "ser cardenal es un servicio", subrayando que "ser servidor debe eclipsar cualquier otro título honorífico". Este mensaje refuerza la humildad y el compromiso de los cardenales como servidores de la Iglesia, por encima de cualquier distinción personal.
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Asegura que es una persona distinta a cómo algunos grupos podrían percibirla: cercana, accesible y muy coloquial. Posee un gran sentido del humor y no duda en hacer bromas. A pesar de las limitaciones físicas que enfrenta, como problemas en la rodilla y el pulmón, demuestra una vitalidad impresionante y una capacidad excepcional para recibir a las personas. Su memoria es prodigiosa, recordando a todos con detalle. “Vive en paz y, aunque está al tanto de lo que los demás opinan, se enfoca en lo esencial: anunciar a Jesús. No se deja intimidar por los comentarios ajenos”, afirma.
“Corresponde a los políticos, los economistas y expertos ofrecer soluciones concretas. Como iglesia, nuestro papel es de acompañar, fomentando siempre el camino del diálogo. Creemos firmemente que cuando las personas se sientan a conversar, la comprensión mutua se vuelve más alcanzable. La violencia, en cambio, solo genera más violencia.”
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