¿Se necesitan realmente 21 días para crear un hábito? La verdad del popular mito
La realidad de cómo se forma un hábito es considerablemente más compleja. Te lo contamos
La idea de que se requieren 21 días para crear un hábito siempre ha sido popularmente aceptada aunque la realidad sea otra. Esta noción se originó en los años 60 a raíz del libro Psycho-Cybernetics, escrito por Maxwell Maltz. Maltz, un cirujano plástico, observó que sus pacientes tardaban alrededor de tres semanas en adaptarse a su nueva apariencia tras una cirugía.
Esta observación, personal y anecdótica, fue interpretada erróneamente con el tiempo, generalizándose hasta convertirse en una supuesta regla universal. Aunque no tenía base científica sólida, la idea de los “21 días” resultó ser un mensaje atractivo y fácil de recordar, que rápidamente se extendió al ámbito del desarrollo personal y se consolidó como una verdad popular.
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La realidad de cómo se forma un hábito es considerablemente más compleja. La psicología moderna ha abordado este tema con un enfoque científico, y uno de los estudios más destacados en esta área fue realizado en 2009 por Phillippa Lally, investigadora de psicología de la salud en el University College London.
Lally y su equipo querían descubrir el tiempo real que se requiere para formar un nuevo hábito, y sus hallazgos, publicados en el European Journal of Social Psychology, desmintieron el mito de los 21 días.
En promedio, los resultados mostraron que una persona tarda alrededor de 66 días en adoptar un nuevo hábito hasta el punto en que se vuelve automático.
Aun así, este promedio no representa una regla fija, ya que la investigación también demostró una gran variabilidad en los tiempos, algunos participantes lograron establecer un hábito en tan solo 18 días, mientras que otros necesitaron hasta 254 días.
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La razón detrás de esta amplia variación está en la naturaleza misma de los hábitos y en la influencia de múltiples factores. La facilidad para crear un hábito depende del tipo de comportamiento que se busca adoptar, la complejidad de la acción, la motivación personal y el contexto en el que se lleva a cabo.
Los hábitos más simples, como tomar un vaso de agua al levantarse, suelen requerir menos tiempo para instalarse, pues implican una acción fácil de ejecutar y poco esfuerzo mental.
En cambio, comportamientos más complejos, como salir a correr todas las mañanas o meditar diariamente, pueden demandar meses de práctica continua antes de volverse automáticos.
¿Cómo formar un hábito?
Cuando repetimos una acción en el mismo contexto, nuestro cerebro empieza a asociarla con las señales o estímulos del entorno, de manera que con el tiempo el comportamiento se activa de manera automática en respuesta a esos estímulos.
Por ejemplo, si se establece la costumbre de tomar una fruta después de cada comida, el acto de comer se convierte en una señal que desencadena el nuevo hábito de manera casi involuntaria. Este proceso de asociación facilita que el hábito se realice sin necesidad de motivación o esfuerzo consciente constante, lo cual resulta clave para que el hábito se mantenga a largo plazo.
Las investigaciones también sugieren que para maximizar las probabilidades de éxito, se recomienda vincular el nuevo hábito con un evento o un momento específico en la rutina diaria, lo que actúa como un recordatorio natural.
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