Nicolás Zaffora, más que estilo, clase
Considerado el número 1 de Latinoamérica, el sastre argentino apuesta por fortalecer la cultura del buen vestir en Ecuador. Aquí su increíble historia de vida.
Nicolás confecciona trajes para las élites más cerradas: dueños de imperios, CEO, presidentes y expresidentes de la región entre otros. Pues, nos guste o no, es esta élite la que generalmente aprecia lo mejor de lo mejor y la que, además, puede darse el lujo de vestir piezas únicas e irrepetibles trabajadas puntada tras puntada, es decir, de forma artesanal y con la prolijidad que exige la perfección. Es por eso que su trabajo lo ha ubicado como el más destacado de toda la sastrería en la región.
De origen argentino, en una primera visita al país, su marca se expande en Latinoamérica con el afán de apropiar, en la retina del mercado, este exclusivo concepto nunca antes visto en el país: bespoke. Pero ¿qué significa esto? Pues, los más entendidos responderían acertadamente que existen tres tipos de traje sastre: el más común, denominado el ‘ready to wear’ (aquellos que se exhiben en una percha, el cliente se los prueba y compra); el ‘made to measure’ (confeccionados a la medida y con técnicas industriales); y el que acapara nuestra atención: el llamado ‘bespoke’. Estas, cuenta Nicolás, son piezas confeccionadas desde cero y de forma artesanal con telas inglesas e italianas de insuperable calidad, pues son compuestas de fibras naturales -cero sintéticas-, como lana merino, vicuña y cachemira. Para tomar nota, las entretelas y forrería también son de fibras naturales y las puntadas están hechas con hilo de algodón. Por esto y más, a su marca se la conoce como “Nicolás Zaffora Bespoke Tailoring”.
La elegancia también se la puede alcanzar con un buen traje pero la clase, es más difícil de adquirir porque es una gracia secreta que no todos tienen, viene de adentro hacia fuera
Es en esta categoría donde se ubica este artista del tejido, quien visitará Ecuador por segunda ocasión a finales de agosto, con la expectativa que generan sus productos.
Al encontrarnos, en una refrescante tarde veraniega, obviamente tenía que fijarme en cómo vestía... a fin de cuentas, como efecto dominó, el sastre marca tendencias en el círculo en el que se desenvuelve, y que, por antonomasia, es su sello inconfundible.
Impecable y de maneras ultrarrefinadas, comenta: “Se puede trabajar en el estilo, cual fuere, con tiempo y conocimiento; la elegancia también se la puede alcanzar con un buen traje. Pero la clase es más difícil de adquirir, porque es una gracia secreta que no todos tienen, viene de adentro hacia fuera”.
Debo confesar que la vista se deleita no solo porque ¡es guapísimo! sino por su simpatía y por todo lo que voy descubriendo en esta entrevista. Lo acompaña su representante, Fabiola Mora, empresaria, publicista experta en branding y relaciones públicas. Con su experiencia, comenta que la idea es fortalecer la cultura de la moda en el país.
Al romper la formalidad que al inicio inunda el espacio, Nicolás se relaja y así empieza un apasionante recorrido por lo que ha vivido, lo que podría decirse, es sorprendente, pues detrás del destacado sastre existe una fascinante historia, quizá, una de las más increíbles que he escuchado en mi ya larga vida periodística.
Una vida de película
De origen siciliano, su familia fue de corte militar y de artesanos al mismo tiempo, pues su bisabuelo fue talabartero y el abuelo sastre y, aunque no aprendió de ellos el oficio, en sus venas corría esa pasión que se impuso cuando grande, hasta superar, incluso, a sus antecesores de una manera indiscutible. Huérfano, sus padres eran montoneros y desaparecieron para no volver más en una manifestación política en la provincia de Buenos Aires en el 77, cuando Nicolás era pequeño. Al cuidado de sus abuelos, la abrupta pérdida cobró factura.
Rebelde a más no poder, lo enviaron a un internado militar. Confiesa que no imaginaba que sería tan duro y sacrificado. No obstante, aprendió a defenderse y sobrevivir.
Sus problemas de conducta lo llevaron a acabar la secundaria en un reformatorio para menores de edad donde conoció a un sacerdote que resultó una luz repentina en su camino y por quien decidió continuar en un monasterio para formarse en el apostolado católico. Ahí encontró calma, sosiego, pero también una ruta a seguir pues, como seminarista, debía dedicarse a un oficio y, por supuesto, que acabó cosiendo las sotanas para los sacerdotes. “Era coser para quien no se veía en el espejo”, cuenta. Sin embargo, fue el destino el que lo llevó a hacer honor a su herencia pues, aunque creció con un abuelo ya jubilado, de tanto en tanto hacía lo suyo, mientras el inquieto nieto lo veía.
A los 28 años se dio un vuelco en su interior. “No sé si se puede hablar de vocación cuando en algún momento no lo podés continuar… Es un tema polémico”, dice. Dio un paso al costado y empezó a ejercer su propia vida.
“Al salir encontré un mundo totalmente distinto. Del voto de pobreza a trabajar y generar dinero. Del voto de castidad a formar una familia. Del voto de obediencia a tener que tomar decisiones propias. Fue un tiempo de reconstitución interna, porque estaba roto para los demás. Hasta que un coach me preguntó ‘¿Qué sabes hacer?’. Y ahí surgió la sastrería y no hacer arreglos sencillos sino la de otro nivel, la europea instalada en Buenos Aires”.
“Me hice a mí mismo”
Aquello empezó 12 años atrás, prácticamente desde cero, siendo joven e inexperto, aprendiendo con otros sastres del medio que siguen una gran tradición sartorial. “Hice este traspaso de coser trapos negros para gente que no se mira al espejo a otros que cuidan mucho su imagen, el nicho más alto en costura. No quise ir abajo ni al medio, sino a lo más arriba. Pero empecé desde lo más bajo. Invertí 89 dólares en una máquina de coser y, en medio de la sala de mi casa, empecé mi emprendimiento haciendo arreglos de ropa a mis amigos. Fui creciendo poco a poco hasta tener un equipo formado y mi taller en Arroyo, en la Recoleta. Construirme como sastre me tomó 12 años. Pero primero me hice yo en todo, en mi profesión, en mis gustos, en mis costumbres...”.
Divorciado, tiene dos hijas de 12 y 8 años en custodia compartida que educa con ternura y disciplina. Los tiempos de trabajo y hogar los organiza con prolijidad y, acaso, su peor defecto es buscar la perfección en su oficio.
Dueño de su destino y ateo por convicción, es un cuestionador por principio. Junto al hombre que destaca por su clase y refinamiento, habita también aquel que se destapa con la música metal y se distingue por los tatuajes grabados en la piel, con una primitiva rebeldía que aún persiste, silenciosa, en algún rincón de su ADN.