La oración es la base de la felicidad
A pocos días de Semana Santa, viene bien recordar que esta práctica es una poderosa
vía para hallar la paz, sanar y perdonar.
La oración es un encuentro con Dios que tiene importancia en la vida de todo creyente pero, además, es de gran utilidad para el bienestar psicológico y emocional de manera integral. Según Leticia Ortega Rosines, psicóloga clínica y terapeuta familiar, la terapia espiritual está ligada a los estados emocionales y se recomienda para quienes necesitan una vía para calmarse, encontrar paz interna, fomentar la tranquilidad, incentivar una mayor concentración y tener la oportunidad de sanar y encontrar el perdón.
“Se ha comprobado a través de estudios desarrollados en Estados Unidos e Italia, que rezar disminuye la frecuencia cardiaca, los músculos se relajan, el pulso disminuye y el cerebro segrega hormonas tranquilizadoras (como la serotonina, dopamina) que permiten que la persona alcance un estado de paz. También se demostró que ayuda a prevenir la pérdida de la memoria y, por ende, el alzhéimer”, sostiene Ortega.
Tiempo para reflexionar
Para el padre Donny de León, párroco de la iglesia Santísimo Sacramento, la oración es tan (o mucho más) importante que respirar. “Le devuelve la vida al alma. Cuando se es agradecido, se saca del corazón el negativismo y se realza la valoración a la familia. Esta es la base de la felicidad y la paz”, recalca.
No hay excusas para no orar. Si no sabe cómo hacerlo debe recordar que lo valioso no es saber qué dice, sino a quién le habla. “Pida y agradezca con el corazón. Rezar significa hablar con Dios, quien me ama. A veces las palabras sobran porque hay diálogos que no las necesitan”. Al estar en un mundo acelerado, en el que las personas están de un lado a otro, a veces no se deja tiempo para reflexionar. Recuerde, la peor oración es la que no se hace.
¿Cuándo hacerlo?
No existe una hora específica en la que sea obligatorio hacerlo. Sin embargo, la mayoría de las personas prefiere orar al levantarse o antes de dormir. Este hábito se puede poner en práctica desde la niñez hasta la vejez. No hay una edad límite para hablar con Dios y encontrar la paz espiritual.